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« Previous Page Table of Contents Next Page »ese din'ero. la carta del General Zelaya al Presidente Alfara, hablaba de un servicio personal suyo a mi favor, como un, acto de reciprocidad por la forma como el Ge– neral Zelaya le había tratado a él durante su permanen– cia en Nicaragua. El Presidente de Nicaragua y sus amigos, atendieron personalmente al General Alfara cuando éste visito el país, sin que el gobierno nicara– güense hiciera ningún desembolso de dinero.
El General don Eloy Alfara llego a Nicaragua a fines de ] 894; Y permanecio allá poco más o menos, seis me– ses. ' El doctor Sánchez, lo hospedo en su casa de leon y los otras miembros del gobierno, cada uno en particu– lar, también lo atendieron. El propio Presidente Zelaya, según entiendo, facilito dineros para la empresa revolu– cionaria del General Alfara en el Ecuador y, de Nicara– gua, salio éste para ir a Guayaquil cuando la revolucion / liberal habí Q triunfado y se le eligio a él presidente provisional del país. (1)
Seis días después de mi última entrevista con el Coronel Roca, éste me llevo nuevamente a su oficina y me entrego quinientos sucres en moneda de plata, ro– gándome, al mismo tiempo, guardara reserva por esa entrega de dinero q"ue me hacía, porque si el hecho fuera conocido por algún enemigo del gobierno, le podría ocasionar molestias y censuras. le prometí hacerlo así y dándole las gracias a él por sus atenciones conmigo y suplicándole se sirviera hacer presente al General Alfara mi reconocimiento y gratitud por el servicio que me hacía, de acuerdo con la recomendacion del General Zelaya, me retiré de la oficinal del Coronel y empecé a hacer mis preparativos para regresar a Nicaragua.
REGRESO A LA PATRIA
A fines de Noviembre, tomé en Guayaquil un vapor de la, línea "Kosmos" que, se me dijo, no tocaría en Pa– namá; ignorando, al mismo tiempo al embarcarme, que tocaría e,n el puerto de Buenaventura en Colombia. Si hubiera sabido esta circunstancia, no lo tomo. lo supe al amanecer un día de tantos, frente a la entrada de aquel puerto, donde ocurrio una aventura la cual pudo serme de consecuencias desagradables, que relataré en seguida. Dichosamente, me escapé bien de esta peli– grosa aventura.
A los tres días de haber salido de Guayaquil, an– clamos frente al puerto de Buenaventura. Serían poco más o menos las 5 % de la mañana cuando, al entrar el barco al canal para llegar al puerto, se oyeron disparos de cañon. El barco se detuvo y el capitán, según me informo él mismo vio a un lado de la costa, muy cerca del barco, un puesto militar y, acto continuo, desprender– se de ahí un bofe a remos con soldados que se acercaban al vapor. Desde éste se veían ya los edificios del puerto de Buenaventura. Llegados al barco, los tripulantes del bote subieron a él unos tres soldados además de otro que parecía ser el jefe. Todos iban armados, pero sin uni– formes. . El que hacía dé jefe notifico verbalmente al Capitán del vapor que el puerto estaba bloqueado por las fuerzas revolucionarias, y éstas le prohibían entrar, intimándole además, que si no acataba las ordenes, le harían fuego con los cañones que tenían ya listos en la playa a corta distancia del vapor. El Capitán quiso, por medio de la persuasion, obtener el pase para dejar la
(1) Ver documentClll al final de elite capitulo.
carga que llevaba al puerto, pero los revolucionarios per~ . manecieron inflexibles y el Capitán, prudentemente~
desistio de avanzar y dio orden de continuar el viaje a Corinto, el primer puerto donde debía después tocar. Estos parlamentos y discusiones nos demoraron allí tres horas, mientras el buque permanecía ocupado por los soldados que permanecían en la
cabina del Capitán, cuya fuerza era suficiente para hacer cumplir la orden de no entrar al puerto.
Al darme yo cuenla de lo que pasaba, me acerqué al jefe que mandaba la escolta abordo, preguntándole qué era lo que pasaba. Me canto que los revoluciona– rios de Tumaco se habían reorganiz.ado y estaban tra– tando de tomar Buenaventura y el jefe que bloqueaba el puerto se llamaba General Salamanca. El negro Sala– manca a quien yo había dejado en Tumaco.
No dejo de causarme cierta inquietud esta noticia, y temeroso de que el oficial con quien hablaba yo, su– piera mi nombre y lo trasmitiera al General Salamanca, dispuse encerrarme en el camarote hasta tanto no se re– tirara la guarnicion que custodiaba el vapor. Mi temor procedía de que conociendo de lo que era capaz el Ge– neral Salamanca, podría ocurrírsele a éste hacerme una jugada y con el pretexto de ser amigo mío, llevarme a tierra y hacerme perder mi viaje a Nicaragua. Dichosa– mente, al oficial revolucionario no se le ocurrio preguntar quién era yo. Mis temores cesaron cuando ví alejarse el bote revolucionario y que salíamos al mar rumbo al Norte.
Al día siguiente, y a la hora del almuerzo, conté al capitán y a los oficiales del barco, lo que yo sabía sobre la revolucion colombiana y el General Salamanca, agre– gándoles que éste habría sido capaz de hundir el barco, no se cumplían sus ordenes; y las zozobras que me cau– saron el saber yo que por estos lugares andaba el negro Salamanca. No dejo de interesar a dichos marinos lo que yo les refería acerca de ese célebre General colom– biano y convinieron en que, si era molesto y graVOSQ no poder dejar la carga destinada a Buenaventura, habían procedido con prudencia, al acatar la orden de aquel jefe.
Por fin, una mañana después de ocho días de nave· gacion, llegamos a Corinto. Había hecho, aparte del susto de Buenaventura, una feliz travesía. El Pacífico, durante todo el viaje se mantuvo como su nombre lo dice, pacífico.
Al divisar la isla de Cardon, que yo había dejado meses antes en busca de aventuras, dí gracias a Dios, por haber vuelto ahí; y poco a poco, entramos en la hermosa bahía, desembarcando inmediatamente. Sentí un agra– dable bienestar al regresar, sano y salvo de mi peligrosa aventura. la satisfaccion de encontrarme de nuevo en· tre los míos, de ver caras amigas o conocidas y pisar de nuevo tierra firme, no la podría describir: era una frui– cion suave, acariciadora que sentía íntimamente. Pocos días antes había estado sujeto a una presion de sobre– salto, de penosa inquieutd, y ahora me encontraba, como el viajero que ha cruzado el de.sierto y encuentra de pronto un oasis donde descansar y gozar de tranquila sombra.
Tan luego desembarqué, me dirigí al Hotel dé Papi. Allí me encontré con este viejo amigo, el cariñoso Papi, esperándome a la puerta de su Hotel, porque ya sabía
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