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« Previous Page Table of Contents Next Page »el que le había grabado desde la niñez, era contra los curas y nada más.
Por fin, terminamos la discusion de que hablé antes, sin ponernos de acuerdo, pero tampoco sin alterar en lo mós mínimo la amistad que nos profesábamos. Por eso, pienso yo ahora, que si Toledo hubiera tenido en la niñez otra clase de educacion no habría procedido como proce– dio esa vez en el Hospital de Guayaquil, arrastrado por la cclera que desperto en él, el substrato de la educacion recibida.
En Guayaquil, conocimos también algunos de los personajes que figuraban en el gobierno de don Eloy Alfaro, y entre ellos, al Intendente de Policía, Coronel Roca, al Coronel Manuel Alfaro, sobrino del Presidente, y que desempeñaba el cargo de Gobernador y Comandante Militar de Guayaquil y al administrador de correos del puerto, un señor Paredes, cuñado del Presidente Alfara. Los dos primeros, personas mediocres, y el último, un gran bohemio, cojo de ambos piernas obligándolo a usar muletas para caminar, pero este defecto físico, no le im– pedía moverse de un lado para olro con agilidad, en las alegres reuniones nocturnas de gentes de su mismo tem– ple, o asistir a las varias casas de juego de la ciudad, toleradas éstas por las autoridades. Paredes era hombre ino¡eligente, chispeanle en la conversacion, pero, a veces, de temperamento iracundo, y como buen calavera, ele– mento dispuesto a toda hora, para concurrir a las porran– odas que noche a noche, se organizaban en el puerto.
Había en Guayaquil, como dije antes, muchos emigrados colombianos, algunos de buena posidon eco– nomica y social, gente seria, y otros que habían salido de su patria en busca de aventuras. Entre los primeros estaba un joven rico y bien educado, caucano, cuya fa– milia vivía en Cali y le enviaba, frecuentemente, dinero para sus gastos. Creo que se llamaba César Sánchez, pues solamente lo tralé unas dos veces, y como por otra parte, él no frecuentaba los círculos bohemios, no se me grabo bien su nombre. Después, supe se había mar– chado a Chile, perdidas las esperanzas de que los libe– rales colombianos recupel"aran el poder. Otro, bastante formal a quien traté, fue un joven de Cartagena, Domin– go de la Rosa, poeta de fácil versificacion¡ y también, al periodista Julio Esaú Delgado. Este había estado en Nicaragua en 1894, acompañado de Juan de Dios Uribe, Juan Coronel, el doctor Modesto Garcés, los cuales escri– bieron en la prensa y ocuparon cargos en el gobierno nicaragüense, recibiéndolos y acogiéndoles con mucha amabilidad los hombres que gobernaban en esa época. También estuvo en Nicaragua en la misma y con los
a~teriores el
doctor Luis Robles, Rector de la Universidad de Bogotá. El doctor Robles era de raza negra pura, talentoso e ilustrado. Este no permanecio mucho tiem– po en Nicaragua. Delgado, vivía en Guayaquil, con una señora de Q\Jito, de buena familia, blanca, de ojos y pelo negros, de porte distinguido y de agraciadas perfeccio– nes físicas. Ya en esa época tenían dos hijos, uno, de lactancia. Entiendo que el Presidente Alfaro le pasaba un sueldo, pues Delgado figuraba entre los periodistas que defendían su gobierno. Era buen escritor, pero de pluma agresiva, sobre todo, cuando atacaba a los con· servadores ecvatorianos y a los de su país. Era, lo que
se llama, escritor panfletista, de frases candentes, e ideas extremistas, pero su diccion era correcta, aunque algo modernista. Gozaba de buen talento y de regular cul– tura. Aficionado, como Juan de Dios Uribc, a la bebida, se encerraba en su casa cuando se encontraba algo pa– sado de licor. No era escandaloso, ni molesto con los demás, cuando se encontraba bajo la accion alcoholica. La prosa de Esau Delgado era vehemente; vitriolica cuando trataba de luchas políticas o religiosas para ata– car al adversario y, sus dardos iban envenenados por su radicalismo extremo. Para elogiar a sus partidarios usaba el ditirambo. Era también poeta. Una vez lo visité yo en su casa de Guayaquil, y me recito, en pre– sencia de su mujer, unas estrofas líricas, inéditas que me gustaron mucho. Mostraba en sus producciones litera– rias de 1900 buen talento de escritor e insiracion poética en sus versos.
En los días de mi estada en Guayaquil ocurrio el asesinato del Rey Humberto en Italia, crimen cometido por el anarquista Caserío Santo. Delgado, que en varias ocasiones hizo pública su ideología anarquista, se entu– siasmo con ese crimen e intento felicitar al asesino. Redacto un cable dirigido a Caserío Santo a Roma y lo llevo a la oficina cablegráfica para que lo trasmitieran; mensaje que, naluralmente, no fue aceptado por los em· pleados del cable. Después, mostro a varios amigos el mensaje de felicitacion a Caserío Santo, y nos contaba también el hecho de haberlo llevado él mismo a la ofici– na del cable; pero hay que tomar en cuenta que según testigos presenciales, Delgado, a esas horas, estaba ebrio.
Domingoo de la Rosa, el otro poeta colombiano que conocí en esa época en Guayaquil, era de otro temple y de otro temperamento que el de Delgado, y menos cono– cido que éste. El estilo de la poesía de la Rosa era lírico, fácil y armonioso. Una larde me paseaba yo con él en el Malecon, y al pasar frente a una elegante residencia, de buen gusto arquitectonico, indicativa de ser mansion de gente rica, vimos, en el baleon del segundo piso, a dos guapas muchachas, una morena y la otra, rubia, mirán– donos con curiosidad. Las dos llevaban traje negro de elegante corte. Como nosotros nos detuviéramos frente a dicha mansion a observarlas, notamos, les habíamos llamado la atencicn quizá debido a nuestra traza de ex– tranjeros, y amparados por la distancia de la calle que nos separaba de la casa, permanecimos un rato conlem– plándolas, sin que ellas mostrasen desagrado por nues– tra insistencia en mirarlas. A mi compañero le gustaba la morena, a mí la rubia, cuyo negro y bien tallado traje hacía resaltar el ovalo dé su blanca cara, y de su áurea y bien peinada cabellera.
Como ya era tiempo de conlinuar la marcha y a fin de no aparecer importunos ante aquellas dos muchachas, al poco rato, seguimos caminando en el Malecon con– fundiéndonos con los grupos que en esa agradable tarde guayaquileña paseaban por ese lugar.
Al regresar a la casa donde vivía de la Rosa, co–
mentamos la rápida y agradable escena de esa tarde en la cual los dos personajes centrales y de mayor relieve eran las dos guapas muchachas guayaquileñas, e ins-
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