Page 88 - RC_1966_06_N69

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ches espléndidas de luna llena, nos sentamos sobre el césped, de aquellos ignotos lugares interiores, o sobre las arenas de las playas· del Pacífico, a escuchar canciones, música, y recitaciones de esas estrofas líricas de que está llena la poesía colombiana.

Encantados, oíamos las canciones dulces o melanco. Iicas, así como la recitacion de poesías, ignorantes de lo que nos separaba el destino. Para nosotros, en esos momentos, no existía el mañana. Con el presente se lIe. naba todo; pero, éste, era fantástico, y la realidad estaba allí cerca, en forma de lucha armada, que nos podía, a cada instante, sorprender. Todo ese grupo de muchachos más parecían escolares que revolwcionarios. Todo lo que ellos pensaban estaba cubierto de una capa ideal, que pronto sería desgarrada, no quedando de todas esas ilu– siones fugaces, mas que el recuerdo de la trágica contien· da civil, del peligroso cruce de ríos caudalosos, de las fie– bres que produce el fango que dejan las lluvias torrencia– les, y al final, el desenlace brutal: la derrota y Ja huída! Pero, a pesar de todo esa parvada de jovenes se divertía. Recuerdo ahora la visible escena y la impresion recibida por mí una mañana al entrar a la choza donde se hospe– daban los doctores Porras, Morales y Mendoza, en la Chorrera.' Ya el primero ,estaba vestido, con su eterno chaqué, y los dos últimos, en paños menores, sentados en sendos taburetes, mientras dos mujeres les secaban los cuerpos y los peinaban, acariciándoles el rostro. Es· tos últimos habían tomado un baño en la misma pieza, pues se veían todavía allí las bateas donde se habían bañado.

Ninguno de los actores de esa divertida comedia de tonos sibaríticos, ni su posicion, sentados en taburetes recibiendo los masajes acariciadores de Jas mujeres mientras ellas Jos peinaban, ninguno, digo, se inmuto al verme entrar al cuarto. Para ellos, eso era la cosa más natural del mundo. Para mí, una sorpresa que no dejo de impresionarme, y hoy, al recordar aquella escena de la Chorrera vuelvo a verla con la misma fuerza conque la ví hace más de treinta años, y vuelvo a reír, al evocar aquella graciosa pantomima.

Así, pasábamos (os días y las nocHes, en la manigua panameña. Qué más necesitábamos aprénder con ese pequeño episodio de la historia de estos hombres y de estos pueblos, igual en todo el tropico actuando ello en– tonces como elementos integrantes de aquellos trágicos sucesos de fines del siglo diecinueve, en aquel rincon de América? En esa IUEha por alcanzar el poder, pasaban

y desafiaban, ellos, toda clase de peligros, hasta el de perder la vida en los combates de la manigua o ser arras· trados por la impetuosa torrentada de los caudalosos ríos o quedar impedidos de por vida. J:n ese ambiente, co– mico o trágico, vivio la juventud iberoamericana durante muchos años.' , ," !

Pero, volvamos a Guayaquil, que aquí tampoco fol· tarán incidentes que relatar de esta aventura.

Como decía, vivíamos, Toledo y yo, en un cuarto espacioso del Hotel California situado cerca del Mercado, bastante escaso de luz, por encontrarse en el interior del edificio. Toledo hacía su misma vida de siempre: tocar la guitarra y cantar; y, éuando tenía dinero, se iba a las casas de juego, o a visitar a sus amigas, o bien, ochar. lar con alguno de los tantos proscritos colombianos que residían en Guayaquil.

Solo una vez, yeso debido a imprudencia de mi parte, tuvimos una disputa. Parece que yo dije algo sobre diferencias de clases sociales, que a Toledo le dis– gusto. "No hay duda, me dijo", tú tienes sangre de conservador. Sí, le contesté, pero en política, mis ideas van de acuerdo con las de usted, solo diferimos en el modo de apreciar a ciertos sujetos que dicen llamarse liberales, y en el fondo ellos no lo son. "Además, le agregué, yo tengo mi idea bien formada de lo que sig– nifica el concepto liberal( lo que no implica haber dife– rencia de clases en materia de educacion 'y de riquezas y aunque yo veía al Ecuador lleno de conventos, de frailes '/ de monjas, esta circunstancias no me inspiraba desa" grado como le ocurrio a él en Guayaquil, al visitar noso– tros dos, a un colombiano enfermo internado en el Hospital. Este desagradable incidente ocurrido a Toledo, sucedio así: llegamos al Hospital, y como no sabíamos en qué cuarto se encontraba el enfermo, preguntamos a las personas del mismo, rogándoles nos indicasen su paradero y en estas andancias, tropezamos con un sa– cerdote que desempeñaba algún cargo en la institucion. Este, nos contesto con alguna descortesía, lo que provoco en Toledo violenta calera; se le subio a la cabeza el "panterismo guatemalteco". Tuvo palabras fuertes para el sacerdote, echándole en cara su negra sotana y su falta de urbanidad, y como aquél se amoscara también contesto, a su vez, en iguales términos y casi llegan a las manos, pues Toledo lo amenazaba con los puños, lan· zándole epítetos iracundos. El sacerdote, creo, más por temor que por mansedumbre ,opto por callarse retirán· dose hacia el interior del Hospital al ver la amenazante actitud del General guatemalteco. Dichosamente, allí paro el incidente.

Explicaré lo que le había pasado a Toledo en ese encuentro con el sacerdote, quien tal vez estaba de mal humor a causa del mucho trabajo, o tenía la costumbre de tratar así a las gentes ecuatorianas. Pero tampoco por la displicencia o indiferencia del sacerdote, según mi mo– do de pensar, no valía la pena de exaltarse como lo había hecho Toled:). Yo, que presenciaba la escena, y el mo– do disgustado del sacerdote para contestarnos la pregun– ta, no le dí importancia a ello. En Toledo, en cambio, reacciono el sedimento de la defectuosa educacion que recibiera desde niño en Guatemala: odio a los curaS. No podíd ver una sotana negra sin que se le ofuscara la

mente, y en el caSO de este sacerdote guayaquileño se sumaba la descortesía. No fue dueño de sí, y no pudo controlarse. Salio a la superfice el rescoldo del ambien– te que había respirado desde la niñez en Guatemala. la educacion anti-religiosa que había tenido allá exploto aquí con dureza, extraña por lo demás en un carácter como el de Toledo, bueno, c;aritativo, sociable y enemigo de pendencias. Todas esas cualidades las demostraba él en su trato, con naturalidad, pero se eclipsaron al en– contrarse con una sotana negra. En el substrato del alma de mi amigo había fructificado eSe odio a los curas que desde hacía cincuenta años flota en el ambiente gua– temalteco y había dado ya fruto en su ser no obstante sus otras buenas cualidades las cuales tuve oportunidad antes de poner de relieve.

Toledo que también era mason, sabía que yo reza– ba de noche mis oraciones e iba a misa los domingos, Y nunca discutio conmigo sobre estas cuestiones. Su odio,

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