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« Previous Page Table of Contents Next Page »un empleado del rico hacendado guatemalteco don Juan Aparicio, fusilado por Reyna Barrios, el General Toledo se hito cargo de todas las fuerzas militares de la capital
y mantuvo el orden hasta la toma de poses ion del Licen– ciado don Manuel Estrada Cabrera, electo por el Con- 'greso, primer designado. Tan IUBgO se juramento el licenciado Estrada Cabrera, nombro a Toledo Ministro de la Guerra, nombramiento muy bien recibido por el ejér– cito, ya que, Toledo, además de ser militar de escuela, había logrado hacerse' querer de sus subalternos por su carácter amistoso, leal y exacto cumplidor de sus debe– res. Parece que las simpatías que despertara Toledo en su nueva posicion, no agradaron al Licenciado Estrada Cabrera; y pocos meses después de su nombramiento, llego a oídos de Toledo que el gobernante desconfiaba de su lealtad y la del ejército a su mando, y, por lo tanto, su vida corría peligro. En vista de esos informes, el General Toledo, conociendo bien CI Estrada Cabrera resol– vio abandonar su posicion y el país temeroso, sin embar– go, de que le impidieran la salida, una noche monto en una mula y a marchas forzadas atravesa el territorio gua– temalteco; caminando solo y sin parar en ninguna parte, yola mañana siguiente logro alcanzar el territorio sal– vadoreño, dejando escrita antes de abandonar Guatema– la, su renuncia del cargo de Ministro de la Guerra. Fue así, por esa audaz y atrevida hazaña como salvo su vida. Varias veces me refería en la intimidad, las peripecias de esa fugcl, caminando toda la noche, en medio de los peligros y dificultades, temiendo a cada momento ser descubierto y detenido por aiguna autoridad en e! cami– no. También me declaraba ésto: nunca pensé ser des– leal al Licenciddo Estrada Cabrero y si ésta era la causa de mi destitucion, aquel Presidente no tuvo nunca rozan pdra hacerlo. Conociendo, como es notorio, la manera como EstradCl Cabrera goberna el país durante su período de mando, se puede deducir que, la verdadera causa para deshacerse de su Minisro de la Guerra, debe atri– buil'se, más bien, a que el Presidente guatemalteco co– nociendo los sentimientos nobles del General Toledo y su carácter valeroso, no le considerara a éste, dispuesto a servirle de esbirro. En esto último quizá¡ pudo habe!' tenido rozan Estrada Cabrera¡ pues conociendo uno al General Toledo -'-'como yo le conocí- nunca hubiera sido capaz éste" ya no di91' de mandar a asesinar a nadie¡ ni siquiera servir de instrumento para torturar a sus se– mejantes. Además, Toledo tenía buen corazon yero afable y serviciable. Sin embargo, desgraciadamente, carecía de buena educacion social debido al medio en que se desarrollo su. niñez y el haber entrado, desde muy joven, a servir en la carrera militar; y demás de esto, su ofician al juego de dados. Todo el dinero que le caía eh las manos, lo empleaba en probar la suerte al juego, mas, en este vicio tan fuerte en él -procedía siempre correctamente; A veces, la suerte le favorecía, otras, no, y cuando esto ocurría y se encontraba sin dinero, se dedicaba a rasgar las cuerdas de su guitarra y aprender nuevas canelones para irlas a cantar a alguna amiga, ya que también le atraían los hechizos del bello sexo, sobre todo, cuando se encontraba con mujer bonita y agracia– da. Tocaba la guitarra bien, y' cantaba con buen acen– to, aunque su voz fuera un poco ronca, y como era insinuante y lagotero, pronto se relacionaba con las mll– jereS:;.
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Conocio en GUdyaquil a una señora, inteligente y guapa, casada con un ciego, a la cUdl Toledo se empeño en hacerle el amor. Para esto visitaba frecuentemente la casa de ese matrimonio yero bien recibido por la dama. Tocaba allí la guitarra y cantaba canciones amorosas pard endulzar los oídos: de la guapa hembra dotada de muchos encantos físicos, y a ésta le agradaba oirle sus canciones -muchas de éstas, de música guatemalteca o de bambucos colombianos; y <.Iun me ajrevería a creer que hasta allí llegaba la co,mplacencia de la esposa del ciego, ya que según me contabd el mismo Toledo, en aquella ocasion, ella adoraba a su marido, tanto por la inmensa desgracia que le afligía, así como porque el cie. go poseía un cuerpo varonil, era de agradable fisonomía. Además de estas cualidades, el ciego era due'f.io de ne,– gocio de la sastrería que les proveía de buenas rentas y 105 dos vivían en casa confortable y bien amuéblada. 51
ciego -lo tralé yo varias veces..: tenía agradable conver· sacian, vestía con elegancia y gustaba de recibir visitas como las de Toledo. Todo ello indica, que lq hermosa mujer sintiera cari,ño y amor por su desgraciado consorte. Infiero, por todas esas circunstancias, de las cuales pude informarme de visu, que el tenorio chapín no hacía otra cosa que llevar horas de alegría y solaz, con los acordes de su guijarra y con sus canciones de melodías extranjeras, para animar ese hogar guayaquilei'10 con sus chmlas amenas e interesantes conversaciones, matizadas por el fuerte acento chapín y sus modismos, r,osas todas que producían en aquel hogar, afligido por la desgracia del esposo, horas de entrenimiento y de agradable cama· radería.
Como yo dejé Guayaquil antes de venirse Toledo a Nicaragua, no supe nunca en qué pararon esos ataques a la plaza de la bella esposa del ciego; pero creo, sin temor de equivocarme, por las razones antes dichas, que todo ese ardor del tenoí chapín se fue en amenas char– las, música de guitarra y cantos regionales de Guatemala. Yd que hablé de la ofician de Toledo a tocar' la gui– tarra y cantar canciones al compós: da ella, recuerdo ahora que durante mi permanencia en la manigua panameña, oímos muchas cancion'es _colombianas al son de la guitarra, canciones sentimentales, amorosas' y me, lodicas, llamadas allá bambucos. En aquellas' noches era frecuente encontrarse entre' el grupo de revoluciona,– rios jovenes al derredor de un tocador' de tiple, cantando alegres y melancolicos oombucos colombianos, música ésta de intensa y dulce melodía, apasionada a veces, y que emociona, entusiasma y fascina. Muchas de- esas canciones logran hacer vibrar las cuerdas del alma de quien las escucha en noches de esplendente luna y bajo los coposos árboles de la montaña. Entre esos cantores, tuve yo la oportunidad, una de esaS inolvidables noches, de escuchar al joven caucano, herido gravemente en el combate de Panamá en la Iglesia de San Miguel quien muria en Perry HiII, como antes se dijo.
Otras veces, algún hábil cuentista, referla incidentes humorísticos de esa intensa y vivaz gente colombiana, amenizando su charla con oportunas y chispeantes salio das; y otras, recitacion de versos de Olegario Andrade¡ de Pombo, de José Asuncion Silva, de Gl:Jtiérrez Gonzále-z, de Rafael Núñez, de Julio Flores y de otros poetas con que cuenta e¡o privilegiada tierra. A la luz del cielo, bello y suavemente iluminado por las. estrellas, o en no-
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