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por su edificio y las personas que ví entrar allí, deducí que indudablemente, en su género era uno de los mejo– res del país, ya que, según me informé, contaba con socios pudientes pertenecientes a las familias más distin– guidas de Guayaquil, como ocurre siempre en todos los países americanos.

En cantinas y restauran les, como el París y otra, de nombre alemán, r'11UY elegantes y bien servidas se reunía mucha gente a tomar el cocktail a las once del día y en las tardes y noches. En la cantina alemana, cuyo nom– bre he olvidado, había un salan lujoso y lleno de espejos doncJe se selvía buena cerveza aiemcma, la cual se reci– bía en el puerto, por medio de los vapores de la línea Kosmos, transportada desde Hamburgo en refrigerados especiales. En las horas del medio día, cuando el calor del puerto aprieta, se toma uno un buen vaso ele cerveza alemana bien helada, para refrescarse.

En un lugar cercano a la población estaban los ba– ños llamados del Estero Salado. Se iba a ellos en tran– vía y eran muy concurridos especialmente los domingos. Nunca me gustaron los tales baños salados, porque rara vez se veía el agua limpia, a causa de su fondo lodoso, como es toda esa region, y otras, porque al bajar la marea los baños quedaban casi secos.

Los domingos y días de fiesta por la tarde, había carreras de caballos en el Hipodromo, a las que Clsistía gran cantidad de público de toda clCfse y donde se ¡uga– ba fuerte. Los caballos, generalmente, eran chilenos e ingleses. Aficionado, como he sido a esta clase de de– portes iba, cada vez que se clIlunciaban corridas y sentía placer en ver esas !=qrreras de caballos, bien adiestrados

y dirigidos por buenos jockeys.

La vida en Guayaquil en 1900, era intensa y activa. Eso mostraba que el país gozaba, en ese año, ele mag– nífica situacion economica. Lo que me llamo la atencion durante mi estadía en esa ciudad, fue la falta de compa– ñías teatrales y que el edificio destinado a esas diversio– nes, fuera poco artístico. Su fachClda era insignificante. Se veían en ese edificio icatlClI todovícl a mi llegada, gran– des cartelones, fijos a las paredes del mismo, con la efi– gie del gran autor, español Antonio Vico, el cual hacía poco había trabajado en Guayaquil. Cuánto me hubiera gustado haberlo visto!

Cuando me enteré que el Consul de Nicaragua allí, era el señor Eduardo Arosemena, de familia panameña,

y Ca;ero del Banco del Ecuador, fuí a visitarlo a su casa. Dicho funcionario, era una excelente persona, y gozaba de buena posicion social, pero ignoraba por completo las condiciones del país que representClba. lo único que di– cho Consul sabía, era que el Presidente de la República se llamaba José Santos Zelaya. En la oficina amontona– mos unos cuantos rollos de periodicos, que le mandaban de Nicarogua y que él, ni siquiera hl1bía abierto. Como hacía ya ires meses de mi salida de Nicaragua, me inte– resé por ver si en aquel montan había algunos periadicos de reciente fecha, y le rogué me mostrara los últimamen– te recibidos. Con dificultad y a tientas, me mostra una partida y al abrirlos me encontré que eran de la Gac2ta

Oficial y de seis meses de fecha. En vista de eso, resolví no continuar la búsqueda. Todos eran muy viejos. Co– mo le preguntara para qué los guardaba, me conlesta: se los regalaba a un pobre para que éste los vendiese a las pulperías y se hiciera así de dinero.

Al prinCipiO, me recibia el señor Arosemena con cierta reserva creyendo, probablemente, que yo iba a pedirle dinero. Como era un desconocido para él, y lle– gado a esa ciudad de la manera que yo lo había hecho, era natural que me recibiera en esa forma. Cuando se convencia que no llegaba el pedirle dinero ni recomen_ daciones de ninguna clase, sino a saludarlo como el re. presentante consular de mi país, y al decirle quien era

)'0, cClmbio de impresion, y ya converso un poco conmigo, pidiéndome detalles de mi viaje; y al despedirme, me dio el nombre y la direccion de un nicaragüense que hacía muchos años residía en Guayaquil, y a quien él conocía como buena persona, indicándome además que lo fuese a ver. Así lo hice, tan luego me despedí del señor Aro– semena.

Fóc.ilmente dí con la casa donde vivía ese paisano que me di¡o él, ser oriundo de Rivas y hacía muchos años había llegado a ese puerto; aquí se había cClsado y tenía familia. Después de conocerle, me enteré de ser persona trabajadorCI, upreciable y estar bien relctcionada en la ciudad.

Siento mucho no recordar, ahora que escribo estas mamadas, el nombre de aquella buena persona, tan apreciable sujeto y buen compatriota. Lo único que re– cuerdo es que me pregunto por vOl'ias familias rivenses a quienes yo conocía y por ello tuve la certeza de que debia haber sido bien conocido en su tierra por las noticias que de ella me refería. Lo que es el mundol Este señor, bueno en iodo sentido, me hoce un servicio inapreciable en las circunstuncias en que yo me encontraba a mi Ile· gada a Guayaquil, y no obstante tratarlo varias veces olvido ahora su nombre. Así como un vago recuerdo creo que su apellido era Vanegas; pero no estoy seguro. l.a memoria me ha sido infiel en este CClSO, cuando más necesaria me era para dejar aquí grabado su nombre en estas memorias ron el sello de mi gratitud. Pero, qué le vamos a hacer! Contra la pérdida de la memoria, no hay remedio.

Este compatriotel me llevo a la oficina de un amigo suyo, jefe de la Compañía Nacional de Construcciones, quien tellía necesidad de un tenedor de libros quien me empleo en su negocio. Aunque el sueldo no era gran cosa, con él pude atender a mis gastos, y como vivía con

el General Toledo en el Hotel California, de precio mo– desto, todavía me sobraba dinero después de pagar el alojamiento.

Durante mi permanencia en Guayaquil viví en dicho Hotel con el Generalloledo; nos llevábamos muy bien no obstcll1te la djferencia de edad y de carácter entre uno

y otro, mas, debo confesar sinceramente, que él era su– perior a mí, por su mayor experiencia de la vida y de su buena voluntad de servirme de guía a fin de que yo no intimara con ciertas personas, las cuales según él, no me serían de provecho, así corno tampoco nunca me invito a jugar.

Toledo era indio de pura raza y de humilde nací– miento. Desde muchacho se dedico a la carrera militar y como no carecía de inteligencia y sentía ofician por ella fue adelantando ,poco q poco, y subiendo grado a grado, hasta obtener el grado de General. Mientras ejercía la Presidencia de Guaiemala el General don José María Reyna Barrios, sirvio de Jefe del Estado Mayor del Presi– dente y a la muerte de este funcionario, asesinado por

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