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« Previous Page Table of Contents Next Page »que llevábamos. Entregamos los revolveres, únicds ar– mas que portábamos. No dejaba de causarnos risa este nuevo incidente, igual al mismo que nos había ocurrido cuando llegábamos a Tumaco¡ y, sin hablar palabra, tranquilamente, nos sentamos en un escaño de la cárcel a esperar se nos diera la causa del arresto.
Como no se nos decía nada, suplicamos, a uno de los que nos custodiaba, le dijera al Jefe de esa cárcel que deseábamos hablar con él. Con alguna dificultad lo· gramos nuestro intento y pudimos avocamos con el jefe, a quien solicitamos se noS permitiera hablar con el Co– mandante de Armas o Gobernador de Esmeraldas. Con– sulto con su iefe y éste nos conduio a la oficina del Gobernador.
Era Gobernador de la Provincia el Coronel Carlos Concha, quien nos recibio muy fríamente. Le expresa– mos nuestra extrañeza por la detencion a que nos some– tían, sin ningún derecho ,ya que no habíamos cometido delito ni falta alguna: que éramos viajeros y nuestro proposito, tomar el primer vapor que pasara para el Sur. Le dijimos también que procedíamos de Tumaco y nues· tra actitud, pacífica, buscando la manera de llegar a Guayaquil para de allí regresar a Centro América y ade– más, por lo menos Toledo y yo éramos personas de fácil identificacion ya que el General Alfara y otros miembros del gobierno, por haber vivido ellos en Centro América, podrían informarse, por cable, quienes eran los viajeros llegados a Esmeraldas.
El· Coronel Concha, hombrecillo de endeble contex– tura, color amarillento y de ojos negros, muy vivos, no nos contesto nada, pero minutos después de mirarnos fijamente, nos dijo¡ que pensaría que haría con nosotros, y ordeno al oficial que nos custodiaba, nos llevara nue· vamente a la cárcel. El frío e indiferente recibimiento que nos hizo el Coronel Concha, y su orden de regresar– nos a la cárcet nos causo desaliento, pero como ya sao bíamos que el vapor llegaría dentro de tres días, teníambs aún la esperanza de podernos marchar en él. Durante el día, nos permitieron ir a comer a una fonda, y sentarnos en el corredor de la cárcel frente a la calle. Dormimos esa noche sobre el puro suelo, y a la mañana siguiente, se nos puso en libertad, ordenándo– nos tomar el primer vapor que pasara por Esmeraldas. Aunque nada se nos dijo por las autoridades, ni volvimos a ver al Coronel Concha, pensamos que al informar a Quito sobre nuestra llegada, se le ordeno al Comandante nos dejara continuar libremente a Guayaquil.
Permanecimos en Esmeraldas cuatro días. La ciu– dad está ubicada en las márgenes del caudaloso río de su nombre, y no tiene nada que llame la atencion del viajero en materia de edificios exceptuando la buena aro quitectura de su iglesia igual, poco más o menos a todas las de los puertos americanos del Pacífico. las casas son de pobre apariencia y la mayoría, de techo pajizo, divididos sus cuartos con cañas como en Tumaco. Hace calor, pero no es bochornoso. La gente de Esmeraldas, es de color pálido y débil constitucion. Esto lo atribuyo a las pobres condiciones higiénicas, nada buenas. Se notaba, como en Tumaco, signos de tristeza en la fiso– nomía de los moradores de Esmeraldas.
Bastante aburridos pasamos esos días¡ nI sIquiera pudimos entrar en contacto con personas de la ciudad para suministrarnos datos sobre las condiciones de la
vida del puerto. Había mucha reserva en esa get'}te de Esmeraldas, ya fuera por la situacion política en que se encontraba el país, con un régimen como el del Gl;meral Alfara, o porque habíamos tomado parte en la revolucion colombiana y la carencia de simpatías a ese movimiento que había en los vecinos de aquel puerto.
Lo único que hacíamos era irnos a bañar todas las mañanas al río, en un sitio reservado para hombres, y
desde allí, como antes en su entrada al mar, admiramos su anchurosa y tranquila corriente que se introduce mu– chas millas adentro del Océano Pacífico, produciendo en su desembocadura, ese color verde de la piedra que lleva su nombre. Sus aguas son profundas. Se nos dijo allí que por más esfuerzos h~chos para sondear su lecho, no se ha logrado llegar al fondo. El río nace en la parte alta de la cordillera. Esta, puede verse desde las már. genes del río. La montaña, que también respalda la población, no está lejos pudiéndose apreciar, a la simple vista, su exhuberante vegetacion.
Una mañana que nos bañamos en el río, vimos llegar unos botes largos y delgados, remados por indios de los que moran en las partes alfas de la Sierra. A estas embarcaciones las llaman ahí (ayucos y son rápidas y celosas. Los indios las manejan hábilmente con cana– letes.
Estos indios son de colol cobrizo," altos, bien forma– dos y robustos. Pertenecen a la raza de los Jíbaros. Vestían aún en 1900, con taparrabo y adornada la ca– beza con plumas. Llevaban flechas de grande arco. Supe en Esmeraldas, que conservan su dialecto, pero conocen también el castellano. Llegan con frecuencia a la poblacion a comprar. Viven, en la parte alta de los Andes. Son algo revoltosos y poco a poco se les ha venido civilizando gracias a la labor de misiones catolicas que llegan hasta esas regiones a catequizarlos. Me in– formé por otra parte, que las autoridades políticas rara vez los trataban con justicia i¡ hasta los despojabcm de sus tierras. Estos procedimieitltos no han sido ejecutados solo con los indios del Ecuador. En toda América se ha hecho lo mismo con ellos. Mucha gente en América considera a los indios como seres inferiores, lo cual es un grave error. Al indio, hay que educarlo, instruirlo y fa· cilitarle los medios de vivir modernamente, para que sea útil. Es raza fuerte, laboriosa y no carece de inteligen– cia. Numerosos ejemplos podríamos citar de individuos de raza india que han surgido en las diferentes activida– des de la vida americana. Lo que ha pasado es, que aún pervive en la mente de muchos americanos descen– dientes de españoles, el prejuicio de los colonos y de los encomenderos que trataron a esa raza de manera in~u
mana. Los únicos que han comprendido al indio, son los misioneros catolicos y llevan éstos bastante adelan– tada su obra civilizada y cristiana en favor de esa raza desvalida. En esas regiones de los Andes, viven los indios en chozas de paia, labran la tierra, cazan y pes– can, como sus antepasados¡ pero ahora, algunos saben leer y todos son cristianos, lo que ha contribuído a mejo– rar sus condiciones anímicas, aunque todavía haya en algunos de ellos resabios de instintos vengativos y de crueldad, sobre todo, cuando se embriagan, pero todo eso se va desterrando poco a poco, debido a la labor civilizadora y humana que en estos últimos años se hCl emprendido en nuestros países. El problema indio, hCl
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