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lidades pdra salir de la isla. Francamente, con ansias deseábamos ésto y la noticia nos supo a gloria. Está– bamos en ese lugar como desterrados, sin comunicacion con el mundo exterior. Aunque, después del primer desagradable incidente de la llegada, se nos dieron

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muestras de atenciones hospitalarias y se trato de agra– darnos, nos sentíamos como en una cárcel, sin poder salir de ella. No llegaba a la isla ninguna embarcacion. La única comunicacion que el jefe levolucionario tenía, era con 1m autoridades ecuatoriarianas de lo frontera, adon– de iba un bote con mensajes del ¡efe, pidiendo algo. Cada noche salían éstos de la isla para vigilar los alre– dedores por sí acaso intentobo el gobierno colombiano recuperar la isla. No había oficina cablegráfica, no lle– gaban pcriodicos de ninguna parte. Si se recibía alguno noticia del puerto ecuatoriclIlo, ésta se la guardaba Plaza. Un ambiente de tristeza sentíamos en Tumaco, y ya se hablaba de escasez de algunos víveres, de aque– llos que no se producen en la islc!. Harina, por ejem– plo, faltaba desde hacía mucho tiempo, y las tiendas de ropa ya no tenían casi nada. Todo lo de uso necesario iba faltando. Creo que dos semanas estuvimos ell Tu–

maco, y cuando se nos comunico que pron10 saldríamos, nos alegramos. Como saldríamos a las siete de la no– che, fue Toledo antes a despedirse de sus amigas y nos conto que estaban muy tristes porque se quedaban so– las. Naturalmente, saldrían para el destierro sus deu– dos.

A las siete de la noche nos embarcarnos en la lancha. Solo Toledo tenía equipaje: dos pequeñas ma– letas, ya casi vacías. Infcmte y yo, llevábamos nuestro equipaje encima, más unas frazadas, compradas en Tu– maco, y nuestros revolveres al cinto.

Al entrar a la lancha de gasolina, embarcacion pe– queña, encontramos ahí o los dos godos que salían para el destierro, y que debían a Toledo su libertad. Se mos– traban agradecidos; pero eran poco comunicativos; sin embargo, se notuba en ellos buena eduCClcion y eran muy religiosos. Creo que ellos pogaron también el viaje de la emborcacion. Con nos01ros se fue un joven, lIomado Ulpiano Senc.ial, que desde Panamá nos acompañaba. Decía ser de Medellín, donde tenía su familicl. Era de buenos modales, y tenía alguna culfura, pero muy cetld– vera y algo despreocupado en su mcmera de vivir. Decía él, había llegado a Panamá, como oficial de las fuerzas colombianas, pero, como era liberal, se había pasado a los revolucionarios después del encuentro de Corozal. Esto último lo confirmaba Toledo. Creo que de Tumaco lo dejoron salir porque no les convenía la presencia allí .de un calavera, atrevido y bullicioso, como Sencia!. No dejaba, sí, de ser hombre insinuante, inteligente y buen conversador como todos sus paisanos.

Desde que entré en la gasolina me marié. Ibamos en dicha embarcacian, siete pasaieras, y no había campo más que para dos, además del maquinista y el piloto. Dentro, hacía un calor terrible, y el olor del aceite de las máquinas, era detestable. Yo, caí redondo, sobre al– guien. Hasta que llegamos al praximo puerto y salí al aire libre, me dí cuenta, por lo que me dijeron los com– pañeros, que habíamos navegado sobre el mar, que la lancha se movio mucho y que a las seis de la mañana anclamos en un lugar de la costa del Ecuador, llamado

Limon, a la desembocadura del río de ese mismo Mm–

breo

En Liman no había más que pocas chozas, y dos lallchones cargodos de Tagua, amarrados a postes en las riberas del ancho y tranquilo río, que desagua en el Pacífico. Qué vegetacion más lujuriosa la de ese lugar escondido en una preciosa ensenada de la costa ecuato– riuna. En las riberas del ancho y tranquilo río se ele– van, imponentes árboles de altas y tupidas copas, y como nuestl a llegada fue al desperrar el día, pudimos gozar a esa hora, de un cuodro de belleza natural en aquel apartado rincoll de América.

Al salir el sol con sus rayos de oro, púrpura y tintes rosados, penetrulldo entre la verde y umbrosa arboleda en la montaño y boiando después hasta las azulctdas aguas del río, los rayos dibu¡aban figuras a modo de libélulas revoloteando en el boscoie con omplitud y pompa de colores en todo su moravillosa magnificencia. Asimismo los verdeantes oguas del mar ofrecían en ese momento una perspectiva de voriados y brillantes matices a causa de los miriodas de luces matinales que las bañaban. Pocos veces en mi vida he tenido la suerte de presenciar especlóculo km maravilloso como el de esa mañana en aquellas obruptas e ignotas costos ecuatorianas, aca– riciándonos el susurro del viento y el suave canto de los pajarillos entre las frondosas ramas de la espesa arbo– leda.

Después de la perra noche pasada en la lancha ga– salinero, me senté bajo los copudos árboles en una de las riberas del río a escucha! los trinos que llenaban el am– hiente y a recibir el fresco aire marino. Me sentí canfor- ,tocio y reanimCldo, y, a ralos, arrobado por el "silencio sonoro" de la selva.

Abismado ante la grandeza salvaie y polícroma de esa rnontClña, pensé en los maravillas que el Creador había derrarnC!Clo a manos llenas en ese oscuro río llama– do Liman y qU2dé profundomente absorto, revelándose– me en ese fugaz instc.lIlte de mi vida, nuestra pequeñez ante la grandiosa y exhuberante naturaleza y notando e.arno el ozul oscuro de las aguas de ese caudaloso río ibun deslizándose tranquilamente hasto confundirse con el verde de las aguas del anchuroso Océano Pacífico. Sin embargo, embriagado por C1quella magnificen– e.ia de la vista eJel boscaje, del cctnto de las aves, de la claridad del sol iluminando el lejano horizonte marino con toda su pleniturl, sentí otro inefable gozo: saber que habíamos salido de la triste ratonera de Tumaco.

A ESMERALDAS

Pcsornos todo el día en ese omeno y tranquilo rin– con, y u las seis de lo tarde, nos embarcamos de nuevo en un lanchan a remos cargado con Tagua que se dirigía al puerio de EsmeraldClS. Sobre la cubierta de la embar– cacian, gozamos de tranquilo sueño, y al amanecer, desembarcamos en Esmeraldas, otro de los bellos lugares que se odmiran en el Ecuador.

Nos dirigimos al interior del pueblo, buscando don– de hospedarnos y averiguar la proxima llegada del vapor que iba para Guayaquil. Caminando sobre una calle, nos detuvo un policía, ordenándonos nos presen– táramos a su jefe. L1legados donde éste y allí se nos notifico quedar detenidos, y se nos pidieron las armas

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