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« Previous Page Table of Contents Next Page »el segundo jefe que habta quedado allí, el General cClU– cano Julio Plaza, dispuso, de acuerdo con los otros jefes, destituir a Chaux y para ello ordeno la detencion de di– cho jefe, la de sus ayudantes y la del General Ciceron Castillo. Parece que el General Salamanca, entro en el complot de Plaza. A nosotros, se nos había detenido, temiendo que, si Chaux se resistía a entregar el mando de la guarnicion, le ayudáramos, lo que fue simplemente un error de los del complot. Desde que llegamos a ese lugar, no pensábamos más que en salir de esa ratonera, pues desde el principio nos dimos cuenta que la isla es– taba incomunicada con los lugares vecinos.
A las 12 del mismo día todo había terminado. El General Chaux entrego el mando, pero permanecio bajo custodia y nosotros, pudimos salir a la calle.
Los primeros pasos que dimos fueron para buscar el modo de irnos al Ecuador. Para ello hablo el General Toledo con Plaza, quien se manifesto anuente para que nos fuéramos; pero teníamos que esperar algunos días más ahí, mien1ras se encontraba una embarcacian que nos llevara al proximo puerto del Ecuador.
El General Julio Plaza decía ser primo del General ecuatoriano, Leonidas Plaza, a quien yo conocía perso– nalmente cuando éste estuvo en Nicaragua, en Junio de
1893. Dos veces tuve oporJunidad de tratar en la isla al General Julio. Lo encontré muy petulante y ridícula– mente vestido, pues usaba un kepis con insignias de General y llevaba una espada de forma antigua y el resto de su traíe, de paisano. De acuerdo con los infor-
m~ que ahí obtuvimos, nos enteramos que Plaza, por sus vínculos de sangre con el General Leonidas, gozaba de mayor influencia que Chaux en el gobierno ecuatoria– no quien auxiliaba a los revolucionarios colombianos. El General Leonidas Plaza, gozaba en esos días de alta posidan en el gobierno del General Eloy Alfaro y éste Jo había designado ya como candidato para su,cederle en la presidencia.
Aunque Chaux era hombre superior a Julio Plaza, bajo todos conceptos: como militar, político, de buena cultura, abogado y catedrático, y hasta físicamente, esas cualidades no le valieron nada pma debilitar las influen– cias que el segundo tenía ante don Eloy Alfaro, y por eso fue que lo depusieron del mando. Así andan las políticas de esos gobiernos arbitrarios y dictatoriales na– cidos de revoluciones, golpes de estado o cuartelazos como ocurre en Centro América y en otras partes de nues– tra América.
Ese mismo día, al ser liberados, fuimos a conocer la cárcel de Tumaco, pues nos habían dicho que allí estaban los prisioneros de guerra: los godos, como llaman en Co– lombia a los conservadores.
El edificio de la cárcel está situado frente a la plaza del pueblo. Es espacioso, y su patio interior, rodeado de cuatro corredores, sin enladrillado. A la entrada, había una guardia numerosa, y su jefe nos permitio entrar al edificio.
Vimos ahí a los prisioneros de guerra, jefes y solda– dos del ejército colombiano. Al conocer quienes éramos los visitantes reaccionaron los prisioneros, mirándonos con desconfianza. Qué equivocacion sufrieron ellos! Lle– gábamos a ver en qué les podíamos ser útiles. la idea fue de Toledo, quien siempre abrigetba nobles senti-
mientos. les ofrecimos cigarrillos; unos los aceptdron, otros, no.
El oficial que nos acompañaba, nos mostro a uno de los prisioneros diciéndonos había sido jefe de las fuerzas derrotadas. Se trataba del General Alfredo Váz– quez Cobos. Cayo prisionero en la segunda batalla, al intentar recuperar la isla, en poder ya de los revolucio– narios. Su tipo era moreno, no muy alto, y algo obeso. Usaba bigote espeso y negro. Su aspecto indicaba el individuo de buena educacion y de natural distincion. Se le notaba que soportaba discreta y dignamente la triste desgracia de su cautiverio. A todos nos impresiono la fisonomía del General Vázquez Cobos por su porte y la mirada al1iva que nos dirigio, al vernos posar frente a él. Al ver· el modo como los oficiales prisioneros nos miraban, nos obstuvimos de dirigirles la palabra: ellos, tampoco nos preguntaron nada. Era natural que obser– varan con nosotros reserva, y nos miraran con descon– fianza, al saber que los tres: Toledo, Infante y yo, éramos centroamericanos, enrolados con sus enemigos. Parte de esto era cierto, pero al entrar a la cárcel nuestros sentimientos eran de compasion hacia esos prisioneros de guerra, que, a nuestro juicio, pasaban malos ratos en la cárcel.
Como Toledo no encontro con quien jugar en Tuma– co su pos ion más fuerte de la cual después hablaré se dedico a su otra aficien: corteiar mujeres y para ejercer ésta se hizo de un instrumento de música muy usado en Colombia, en lugar de la guitarra que él sabía tocar. Provisto de ese instrumento empezo a adiestrarse en él, y ya una vez apto para su ejecucion, aprendida en pocas horas, se lanzo a la calle. Como era muy comunicativo y labioso, pronto se relaciono con una familia del vecin– dario, compuesta de la madre y su hija, joven agraciada y simpática. El marido de la señora junto con el hijo estaban detenidos, por "godos". La familia era rica y de buena posicien social. La señora, siento no recordar su nombre, soportaba discretamente, lo mismo que la muchacha, el cortejo que a ésta última hacía el trovador
chapín, (así llamamos en Centroamérica a los guatemal– tecos) el cual se empeñaba, con su tiple y sus canciones, reducir la fortaleza de la simpática y fina muchacha tu– maqueña. Pero, al fin y al cabo, el conquistador fue el amartelado cantor. Tanto la madre como la hija, muy gentilmente, le pidieron que se interesara por la suerte de su familia trabajando en el ánimo del jefe revolucio– nario para que les libertasen sus deudos. Aquí puso Toledo, una vez más, la bondad de su corazon, actitud que sirvio, por otra parte, entiendo yo, para enfriar Jos intenciones primeras que le hicieron visitar la casa de esa honorable familia, quizá con objeto de conquistar und de las dos: a la madre o la hija. Se dedico en cambio, a gestionar ante el General Plaza la libertad de los dos deudos de sus amigas. Al principio, Plaza se nego a conceder la libertad de los prisioneros, pero debido a la insistencia de Toledo y a una oferta de dinero que hizo la madre, el jefe revolucionario se ablando y se convino en que se daría libertad a los dos, pero con la condicion de abandonar la isla, lo que la familia acepto. Esta resolucion nos fue favorable a nosotros también, como se verá enseguida.
Dos o tres días después de haber obtenido Toledo esta gracia, se nos aviso que dentro de poco habría faci·
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