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cia, en New York y en Panamá, mantuve muy buena y afectuosa amistad y cuando supe de su trágica muerte sentí gran pena y dolor.

Continuaré, ahora la narracion de mi célebre aven– tura en el Istmo de Panamá.

EL ATAQUE A LA CIUDAD DE PANAMA

El ejército revolucionario se dividia en dos alas. Los Generales Herrera y Toledo, al mando de mil hombres, se dirigieron por tierra en direccion de la ciudad; y el doctor Porras con cuatrocientos hombres se dirigio a la costa y en un pequeño puerto, tomaron unos cuantos va– porcitos y llegaron a la isla de Farfán, frente a la Boca del Canal. El plan formulado consistía en atacar la ciu– dad por dos lados. Las fuerzas de Herrera llegadas a la línea férrea que viene de Colon, se encontro en la Estacion de Corozal con una fuerza del gobierno colom– biano. La batio y la derroto, y a continuacion se situo en Perry HiII, una pequeña eminencia en los suburbios dGl Panamá.

Desde este punto las fuerzas de Herrera, atacarían la ciudad, mientras las del doctor Porras lo harían por el lado opuesto, o sea la Boca del Canal.

Supimos después del combate de Corozal ocurrido el 21 de Julio, que el negro caucano, General Alejandro Salamanca tomo prisioneros en !a refriega a diez soldados del ejército colombiano e intento fusilarlos. la oportuna llegada del General Toledo al lugar donde estaba el Ge– neral Salamanca disponiendo la ejecucion, salvo la vida de esos prisioneros. Toledo hombre resuelto y humano, se impuso al negro impidiéndole cometiera ese crimen. (1)

Ya en poses ion de "Corozal" las tropas del General Herrera estimuladas por el fácil y rápido triunfo obtenido allí, avanzaron más hacia Panamá, sin esperar el movi– miento del lodo de la Boca e intentaron asaltar las trin– cheras del puente de Caledonia, en los arrabales de la ciudad, que por ese lado les impedían fa entrada a ella. Este ataque fue rechazado por las fuerzas colombianas, sufriendo grandes pérdidas las revolucionarios que man– daban Herrera y Toledo.

A Farfán llegamos, como dije antes, el 20 de Julio, día del aniversario de la independencia de Colombia, y en la tarde de ese día se le ocurrio al General José Cice· ron Castillo, pianista y que formaba parte del eiército revolucionario, sacar una parte de la tropa a su mando y colocarla en la playa de la isla frente a la ciudad de Panamá, con la bahía de por medio. Desde esta playa, se podían ver claramente los edificios de la ciudad. Una vez formada lo tropa el General músico dio orden de ha· cer unas tontas salvas de fusilería en direccion a Panamá. Quería en esa forma, el General Ciceron Castillo, celebrar la independencia; pero el doctor Porras que se encontraba en el interior de la isla, al oír los disparos e imponerse de lo que hacía Ciceron Castillo, le ordeno suspender aquella ridícula y peligrosa comedia. Como no había estrictamente disciplina militar en aquellas tropas volun-

(1) Años después de este suceao, el mismo General Toledo dio nueV1l!l muestras de sUs sentimientos humanitarios. En 1909. se negó a fusilar

a dos amerícan09 condenaQ.os a muerte por un Consejo de Guerra,

siendo el General Toledo jefe de las fuerza. del Gobierno de Nicaragua. Esto ocurrió el 26 de noviembre de 1909 en el Rio San Juan. no obs– tante haber sido aquellos condenados a la pena capital. SiR embargo, otro jefe subalterno de Toledo cumplió la orden ejecutando a lo. dos prisioneros de guerra.

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torios, el General músico pudo ejecutar la comediQ, come. " dio que en lo noche del mismo día iba a tener· su~

consecuencias, dichosamente sin :::ausar'daño alguno a los revolucionarios de Farfán, pero que impediría, o lo menos

tr~stornaría, los planes del ataque a la Ciudad de Pana.. ma, como en efecto sucedio, porque inmediatamente después de los disparos, salio una fuerza del interior d¿ la ciudad a situarse en la Boca y reforzar la pequeña guarnicion que custodiaba dicho lugar. Durante toda esa noche, después de la comedia bufa, los cañones de los cuarteles de Panamá dispararon cientos de proyectiles sobre la isla, sin causar ningún daño. Yo y otros oficia. les, dormíamos a esas horas, bajo un gran galeron donde estaba almacenado el parque¡ y a media noche, tUVimos que abandonarlo temerosos de que estallara allí una gra– nada. Dichosamente, no ocurrio nada. Las granadas caían en el monte. Ninguna llego a caer en el villorrio formado por chozas con techo pajizo. Lo único fue que no pudimos dormir por el ruido de los disparos y el esta– llido de unas pocas granadas, caídas cerca, pues la ma. yoría de ellas se enterraba en el fango, porque había llovido reciamente en esos días.

Al siguiente día, se intento atravesar en botes de remos, la Boca del Canal no había botes suficientes para transportar las tropas se coloco una escuadra de 25 hom. bre:s en una colina de Farfon cubierta de arboleda, frente a la casa de madera donde estaba una guarnicion co– lombiana custodiando el muelle de la Boca. Desde la colina se inicio una serie de descargas de fusilería sobre el edificio del frente, y como no se veía a nadie, es natu– ral suponer que los disparos de los que estábamos en la colina, fuero., dirigidos al aire. Al poco rato, contesto el enemigo, pero tampoco lo vimos nosotros, a pesar de es– tar muy cerca. Probablemente, disparaban ellos para– petados en la casa, valiéndose de claraboyas. Lo ridícu– lo de este movimiento era que aún habiéndose corrido los que desde la casa defendían el muelle, los atacantes no podrían cruzar la Boca del Canal, por no haber botes disponibles en ese momento, como antes se dijo, para llegar al otro lado. la distancia entre las dos fuerzas sería de unos 300 metros, en esa época, el ancho de la Boca del Canal en el Pacífico. Horas después, se dio orden para suspender esta otra comica escaramuza. Después de este episodio recibimos orden de levantar el campo de Farfán, llevando el ejército y las municiones de guerra para auxiliar a las fuerzas del General Herrera, que en los suburbios de Panamá se encontraban en muy difícil situacion.

Nos embarcamos, como a las diez de la mañana del 25 de Julio, en los barquitos que componían la flota, y nos dirigimos hacia las playas de Panamá Viejo, pasando frente a la isla de Taboga, bella isla de la bahía, y don– de, días antes, estuvimos de paseo. De Taboga pasa– mos a la de Flamenco, ocultándcnos para no ser vistos ciesde el cuartel Chiriquí en Panamá. De esto última isla nos dirigimos o toda velocidad hacia las playas de Pa– namá Viejo, teniendo que cruzar toda la bahía frente a la ciudad. Al entrar la flotilla a la Bahía, los fuertes de Panamá comenzaron a cañonearnos. Nos hicieron infi– nidad de disparos, pero ni una sola de los bombas alcan– zo a ninguno de los barquitos, que navegaban, rápidos,

)o muy cerca de ·Ios fuertes panameños. Indudablemente, los artilleros colombianos no tenían puntería, como suce-

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