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« Previous Page Table of Contents Next Page »colombianos, salí a la gran primera y más atrevida aveno tura de mi vida.
Dormí profundamente esa primera noche a bordo y me desperté ya tarde, en pleno Océano Pacífico. Como jefe del barco, iba el General nicaragüense Nicasio Vázquez, gobernador militar de Leon, y como Capitán del mismo, un francés, cuyo nombre no recuerdo, pero que había conocido yo, seis años antes, como horte– lano en la hacienda de café Las Mercedes, en las Sierras de Managua. Indudablemente, el viejo Capitán francés debio tener conocimientos de marina, pues el "Momotom– bo", mientras estuvo a su cargo, no sufrio ningún contra· tiempo.
Creo que gastamos unos seis días para llegar a las costas chiricanas, y en una hermosa y tranquila playa, fondeamos una mañana.
El "Momotombo", una vez desembarcado los pasa– jeros y el armamento, salio en la noche del mismo día, de regreso para Nicaragua.
Ya en tierra, tomamos bestias preparadas para el viaje y nos dirigimos al pueblo de la Chorrera, en el inte– rior. Allí llegamos en la tarde, después de atravesar un río caudaloso, y pasar por un camino que era, más bien, una vereda.
Los revolucionarios nos recibieron con efusivas mues– tras de regocijo por el cargamento de municiones de guerra que les llevamos y por haber llegado también Mo– rales, Mendoza, Quintero y Toledo, los cuales prestarían importantes servicios al movimiento. En "La Chorrera" me encontré con el doctor don Belisario Porras, Jefe Civil de la revoluciono El Jefe Militar, General Emiliano J. Herrera, iba ya camino de la ciudad de Panamá, por tie– rra, con una fuerte columna de soldados, después de ha· ber derrotado a las fuerzas del gobierno en un villorrio del camino hacia el puerto.
El doctor Porras, a quien yo conocía desde Managua, no dejo de extrañarse por mi presencia allí y, cariñosa– mente, me recibio, ordenando al jefe de sus fuerzas que se me diera de alta en su Estado Mayor con el grado de , "coronel".
El General Toledo, a quien se había nombrado tam– bién en la misma orden del día como jefe del cuerpo de artillería, pues nosotros habíamos traído dos cañoncitos con su correspondiente dotacion de parque, salio al día siguiente a incorporarse a las fuerzas del General Herre– ra, llevando también algunas tropas y parte del parque de rifle llegado de Managua.
La cariñosa acogida que me hizo el doctor Porras, y
la amistad con Morales y Mendoza, me sirvieron para entrar inmediatamente a formar parte del grupo de jova– nes colombianos y panameños, del movimiento revolucio· nario. La mayoría de éstos era de buena familia y bien educados. Aquí me encontré también a Adolfo Mac Adam, joven costarricense, con familia en Puntarenas y a Carlos Pérez Alonso, de buena familia leonesa. Con– migo llego también Tomás Infante, ¡oven salvadoreño que se hospedaba en el mismo Hotel en que yo residía en Ma– nagua. Los dos últimos, Pérez Alonso e Infante, se alistaron en la columna que mandaba Toledo, y yo, me quedé con las fuerzas del doctor Porras.
Porras es abogado, graduado en la Universidad de Bogotá. En Managua, a donde llego tres años antes de salir para Panamá, ejercía su profesion. Fue, Rector de
la Escuela de Derecho fundada en Managua en 1895, y,
además, abogado Consultor del Ejecutivo nicaragüense, cargos que desempeño satisfactoriamente. Su estatura era mediana, color moreno y ojos amarillos y bigote y cejas muy espesas. Padecía de miopía por lo cual tenía que usar espejuelos. Aunque sus rasgos fisonomicos no fuesen los del hombre bien parecido, su conjunto en cam· bio y sus maneras urbanas y afables, su talento y su buena cultura, lo hacían destacarse como persona distin– guida. El timbre de su voz era falsete, pero pronunciaba las palabras con precision y energía. Ameno en su con· versacion e insinuante además, y por su natural afabili– dad, gustaba de dirigirse a nosotros -los muchachos– haciendo uso del diminutivo con nuestros respectivos nombres. Para jefe de partido tenía condiciones especia– les, debido a su espíritu viril y noble; pero tratándolo en la intimidad, parecía más bien estar uno frente a un pro– fesor universitario por su amplia y solida cultura, y no tratar con un jefe revolucionario de estilo centroamericano. Poseía otras cualidades que lo hacían capaz de actuar como jefe de partido político; lo cual explica como el doc– tor Porras llego a ser no solo dirigente del partido liberal de Panamá, sino también Presidente de la República, por tres veces, en el mismo Panamá. Después de abandonar la presidencia, ejercio cargos diplomáticos como repre– sentante cerca de gobiernos extranjeros.
Vive aún (1) - Creo que tiene ya 84 años de édad. Lo encontré hace poco, en las calles de San José de Costa Rica, el año de 1940, gozando todavía bien de sus va– liosas facultades mentales. Todas las posiciones a que ha llegado el doctor Porras se deben a sus vastos conoci– mientos en la ciencia del Derecho, su talento, y las cualidades de un temperamento varonil.
El doctor Eusebio A. Morales poseía también rele– vantes cualidades. Era abogado, graduado en la Uni· versidad de Bogotá y ejercía su profesion con muy buen éxito en la Ciudad de Panamá. Su tipo físico era el del mestizo, de bigote hirsuto y color cobrizo; pero de finas perfecciones: nariz aguileña y boca bien proporcionada con un bigotillo, ralo y recortado. Hablaba como todos los panameños, nerviosamente, pero su charla era culta
y amena y sus modales, urbanos en el trato social. La buena educacion del doctor Morales, su clara in– teligencia y el trato afable de sus maneras sociales lo hacían distinguirse entre sus compatriotas. Físicamente era de contextura endeble, pero de espíritu varonil. En su país ocupo altos cargos de gobierno y sirvio en la ca– rrera diplomática del mismo. Viajo por Europa y los Es– tados Unidos y fue un sincero admirador de la belleza de la mujer y afortunado en las lides de esos floridos cam– pos. En SU3 últimos años fue dueño del Diario de Pana–
má, hoja periodica de importancia y gran circulacion en el país. Tuvo una muerte trágica. Viajando en auto– movil por las carreteras cercanas a Panamá, su carro choco con un pesado camion de carga de las fuerzas americanas de la Zona del Canal, y a consecuencia del fuerte choque, el baston que llevaba en sus manos se le incrusto en el estomago produciéndole la muerte. Tanto al doctor Porras como al doctor Morales los consideré siempre como buenos amigos; y con el último, casi de mi misma edad y con quien me veía con frecuen-
(1) ~tas memorias las eecrlbi de 1986 a lNO.
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