Page 75 - RC_1966_06_N69

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Ge'lleral Ruiz Pastor. Zelaya, Pasos y yo, la habíamos visto. trabajar en Granada, y el primero, la conocía per– sonalmente.

Sea como sea la verslon de esa misteriosa muerte del rrlilitar español y sus edecanes, Jo verdad es que, dada la fahta de sanguinarios que en San Salvador se habían captddo' lo,~ hermanos Ezetas, todo induce a creer que no fue contingenciosa la muerte del General Ruiz Pastor. Por lo menos, esa era la creencia en algunos círculos de la capital salvadoreña. la atmosfera que se respiraba en esos días era de tEmor ominoso. Por donde quiera se veían militares uniformados, cuya sola vista infundía miedo. En los portales de los edificios del Parque Bolívar

se habían establecido ruletas públicas y éstas, se veían ilenas de militares jugando fuertes sumas de dinero. Una noche fuí yo, acompañado de los tres amigos citados al Parque Bolívar, y un policía que rondaba por ahí, me dio orden de abandonar el lugar diciéndome ser prohibido a los menores de edad acercarse a las ruletas. Creo que el policía noto, por mi aspecto, ser yo menor de edad, y de allí su orden. A fe que tenía razon, pues en esa época

he contaba yo más que 19 años de edad.

Otra noche, regresábamos a la casa de huéspedes Pereira a eso de las nueve y encontramos en el porton de la casa, a un oficial uniformado que se acerco a nosotros al aproximarnos a la puerta. Nos pregunto quiénes éra– mos y qué íbamos a hacer a dicha casa. le contestamos ser huéspedes de la Pension e íbamos a dormir. Nos dejo pasar y al abrir la puerta vimos en el corredor a otro militar uniformado, con pistola en mano; pero éste, sin duda había oído nuestras explicaciones al militar de afue· ro, no nos inquieto, y, nosotros algo medrosos por esos peligrosos encuentros, nos dirigimos a nuestros cuartos sin chistar. En fa mañana, fuera de la casa, me enteraron mis compañeros que el dueño de la Pension, Pereira, te· nía una hija llamada Teresa, muy guapa, a quien corte– jaba Carlos Ezeta, y que éste estuvo de visita ahí esa noche. Varias veces nos dimos cuenta de esas visitas, pero nuncq vimos al Presidente, cuando llegaba o salía de la casa.

Al General Antonio Ezeta, lo ví una tarde, iba yo en un trgnvía a Santa Tecla a visitar o las Zelayas Ferrandi, parientes mías las cuales con doña Rosarito su madre, ya muy anciana, vivían en dicha ciudad. Entre los pasaje– r.os del tranvía iba el célebre Ministro de la Guerra, Gene· rol Antonio EZeta. Vestía corretto y elegante uniforme militar: dorl'nán azul y pantalones rojos. era de color morel'lo¡ usaba grandes bigotes y espeso pera negra. Su talla era alta y bien formada. No pude verle los ojos porque yo estaba sentado al otro extremo de la banca donde él iba. Noté, sí, en su aspecto, algo de marcial seriedad y ademanes sueltos, muy seguro de sí mismo. En el mismo tranvía viajaba un viejecito, de ojos azules, delgado. Este, llevaba un chaleco negro bien abierto, dejando ver en la pechera de la camisa blanca y plan· chada, botones, de diamantes de regular tamaño y una gruesa cadena de oro sobre el chaleco. Supe allí que esta rara persona era el millonario judío señor Guirola, quien residía en Santa Tecla en una elegante y espaciosa mansion. Conio Guirola iba sentado frente a Antonio Ezeta, conversaban entre ellos, y por esto me dí cuenta, de que eran buenos amigos.

Se me olvidaba decir que en el pasaje del tranvía

iban, además, dos militares unHormados, uno en la de.: lantera y otro detrás. El resto éramos paisanos. . Al llegar a la casa de la familia Zelaya Ferrandi les conté lo de mi casual encuentro con aquellos personajes del tranvía; y las primas me dieron otros informes de lo que ocurría en el país, a causa del régimen de los herma– nos Ezetas, aconsejándome observara mucha prudencia. la familia lelaya no veía con tranquilidad la situacion política salvadoreña de entonces. El jefe de esta familia Zelaya, hermano de doña Dolores, mi abuela, fue el licenciado don José Moda Zelaya, a quien llamaban "Zelayon" por su extraordinaria estatura; tomo parte im– portante en los gobiernos centroamericanos que actuaron de 1850 a 1869. Se había casado en el Salvador con doña Rosarito Ferrandi y tuvo varios hijos: hombres y mujeres. Viajo por todo Centro América en andancias políticas y revolucionarias. En Costa Rica tuvo a su car– go, con el General Máximo Jéi'~z, de quien fue toda su vida amigo íntimo y compañero en política, la formacion del Registro de Hipotecas y aún fue Director interino de esa ofieina en 1867. Murio repentinamente en Mana– gua siendo Ministro de HaCienda, el año de 1869. Su familia quedo pobre, pero él educo bien a sus hijos. Con motivo del estado intranquilo en que se ,vivía en San Salvador, resolvimos, mis dos compañeros y yo, re· gresar a Nicaragua tan luego realizamos el negocio que allí nos había Ilevado¡ y una mañana lluviosa de Octubre, nos dirigimos, a lomo de mulas, al puerto de la libertad para tomar el vapor para Corinto. En mulas, también, llevábamos la plata, producto de la venta del negocio. El camino estaba tan fangoso y llovía tanto, que en un mal paso cayo al fango una de las mulas que cargaban las maletas de dinero. Después de muchos esfuerzos, logramos sacarla del atolladero y, siempre, bajo el agua· cero torrencial, llegamos al puerlo de la libertad a las seis de la tarde. Doce largas horas habíamos caminado. Fuimos a la Agencia a comprar los pasajes, ya que el vapor estaba en el puerto, y saldría eso misma noche. A las siete, llegamos al muelle con nuestras moletas, llenas de monedas de plata. Se nos coloco en la jaula, usada en los puertos salvadoreños para alzor y bajar a los pasajeros de las lanchas. A nosotros nos toco una de éstas, cargada con cueros secos de res. El 'anchor; se movía y el mal olor que desped1an los cueros, era nausea~

bundo. Llovía y hacía un calor de los diClblos. Yo, que nuncCl fuí buen marino, me marié en el lanchon de una manera atroz, al grado que los empleados del vapor tu– vieron que :;ubirme en brazos. Si no hubiera ido acom· pañado de Carlos Zelaya, la balija en que llevaba dos mil y pico de pesos en soles de plata peruanos y chilenos, entonces la moneda corriente en Centro América, los hu· biera perdido. Carlos no se mareo y se encargo de re· cogerla y entregármela en el camarote cliando ya yo había recuperado mis facultades. Esa misma noche so· limos en el vapor Costa Rica rumbo al Sur.

En la mañana, el mar m6s calmo y yo, bien del ma· reo, subí a cubierta. Ahí me impuse de que entre el pasaje venían hondureños embarcados en GU.atemala con destino a Nicaragua y entre ellos, el doctor Policárpo Bonilla, jefe del partido liberal hondureño y años más tarde, Presidente de su país. Como ocurre viajando a bordo, pronto hicimos amistad con los emigrados hondu– reños. Al llegar al puerto de Amapala~ el doctor Bonilla

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