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no obstante la gran cantidad de animales de caza, aves

y venados que en la hacienda había.

En el patio de la casa de la hacienda, había un poste, llamado el bramadero y servía para amarrar a él las reses que serían destazadas. Al animal se le dego– llaba en la madrugada, sin recoger la sangre. Tendido en el suelo, se le quitaba el cuero; cuidadosamente para no cortarlo y enseguida se cortaban todas las piezas, sacando, de ellas grandes tasajos y salados, se colgaban en el tendal que se encontraba al lado de la casa. El cuero se fi¡aba en el suelo, bien estirado y sujeto con estacas de madera.

Cuando ya el cuero estaba bien seco, se hacían o bien zurrones para carga y cuando había necesidad, se sacaban tiras que se humedecían y con un huso de ma– dera se estiraban y se torcían, para hacer de ellas lo que allá se conocía con el nombre de torzales o sean lar– gas sogas de cuero.

Con ese mismo huso se hacían torzales o mecates de pelo. Para esto se tusaban las bestias, copete y cola, y el pelo se desmenuzaba, formando así grandes bolas, que se iban hilando con el huso, exactamente como se hace con el algodon. Los tOl'zales de crín servían más bien para iáquimas, riendas y mecates de las bestias caballares.

Cerca de la casa había un precioso manantial, que brotaba de unas rocas en la falda del cerro. Se veían salir de las rocas, finos hilitos de agua, en gran cantidad, cayendo en una poza, rodeada de piedra; de allí, pasaba el agua a otra poza más grande, pero no profunda, donde probablemente el agua se filtraba a través de la tierra. El agua era fresca, cristalina y muy potable y el manantial se conocía allí con el nombre de Ojo de Agua. Para el servicio de la casa, el agua se acarreaba en cántaros de zinc que se ponían sobre una mula. Diaria– mente, se hacían cuatro viajes, dos por la mañana y dos por la tarde. Para el lavado de ropa y el abrevadero de bestias, se iba hasta el Ojo de Agua, así como para el baño.

Todas las mañanas nos íbamos el bañar alOjo de

AguCl, y esta operacion, era para todos nosotros, motivo de alegría y <!le retozo en la pila segunda, pues de la primera se tomaba el agua para beber.

El Ojo de Agua, estaba cubierto de una madronal proporcionándole amplia y fresca sombra, durante el día.

Otras veces nos íbamos a bañar en el río "Las Maderas" que atraviesa terrenos de la hacienda, y que– daba de la casa a menos de una hora a caballo. Este lÍo, tenía, un ancho cauce, no muy hondo, pero en el invierno se llenaba tanto que a veces no podía ser va– deado. Había en él pescados, y los mozos los sacaban en la noche alumbrando con hachones entre las piedras de los lugares donde dormían. Para ello se valían de un machete con el que los atontaba o partían en dos para llevarlos a la casa a cocinar.

También nos bañábamos en el río "Ase,se", que quedaba más lejos, dentro si de los terrenos de la ha– cienda. Por este río, pasaba el camino real que de Tipi– tapa va para Matagalpa, que es el mismo por donde pasa la línea telegráfica que saliendo de Managua llega a Matagalpa primero, y después, a Jinotega y las Se– govias.

Tanto en el paso de "Asese", como en el de "Las Maderas", vivían mozos de la hacienda con sus familias en casas de paja. Estos mozos trabajan en ella, como cargueros de mulas para llevar los quesos a Granada o conducir las reses a Masaya para su venta.

I En el camino que iba del hato al río Asese, había, primero, una gran quebrada, seca durante el verano y

llena de agua en el invierno, de tal manera, que en esa

épo~a, era impasible. Se decía en la hacienda, que una vez, un caminante atrevido, había intentado vadear la quebrada cuando estaba crecida y se había ahogado, pues la corriente era tan fuerte que lo arrastro. Cerca del paso de esta quebrada, donde también vivían unos mozos de la hocienda, existía uno cruz, en seña del sitio donde el ahogado fue enterrado. A esta quebrada

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le llamaba la "Vieja" -no sé por qué. Era muy ancha, pedregosa y discurría por entre dos altos paredones. Sobre uno de éstos estaba la casa de paja donde vivía la familia de Ambrosio, uno de los cargueros de la ha– cienda.

Después de pasada esta quebrada, había otro sitio cenagoso, en el invierno y en verano, seco, rodeado de una montaña, donde vivían tigres o jaguares que se comían los terneros, los potrillas y aun reses grandes. Un

cazador, que vivía en "Asese", mato a una de estas fieras y mi padre le regalo por esa hazaña un dinero. El cuero del animal, que era muy grande, lo conservamos en la hacienda. No solo en ese lugar había tigres sino 1ambién en el cerro y en otros sitios montañosos, de la hacienda y los cazadores los buscaban, para matarlos con sus viejas escopetas; Varios de éstos fueron caza· dos por ellos y recibieron de mi padre su remuneracion en dinero.

Por todGl la hacienda había venados que eran ca· zados por los mismos peones. A veces, lograban ca· zarlos vivos, cuando estaban pequeños y más de uno de estos animalitos fue llevado a la hacienda para domes– ticarlo.

Otra cacel ía muy curiosa era la de iguanas y garro– bos. Para ello, los mozos se valían de una vara larga a la que ponían un lazo de mecate en la punta y con éste los cazaban. Cocinaban a las iguanas y a los garrobos para alimentarse con ellos. Lo mismo, los huevos de las primeras eran muy sabrosos. Yo he comido iguanas verdes y huevos y me supieron muy bien.

También había en la montaña gran cantidad de monos de diferentes clases, pero a éstos, que por otra parte eran muy mansos, no se les hacía daño. A veces, se cazaban pequeños, para domesticarlos y mantenerlos en la casa, lo mismo que se hacía con las loras. Aves cantoras y de variados plumajes, había mu– chas en la hacienda. Entre las primeras estaba el Cen– zontle de hermoso canto, así como el del sisitote -de que hablé antes- y otros pajarillos que al despuntar el alba emitían sus alegres trinos.

Durante las noches se oía el graznido del Alcaraván,

que a modo de un reloj, dabtSt las horas en el silencio de la noche.

Por otra parte, durante las noches del verano, oía– mos en la casa, los aullidos del coyote, que en manadas bajaba del cerro a esas horas en busca de agua y

alimen"to. Los mozos nos contaban que a veces las ma· nadas llegaban cerca de la caso, pero, al sentir su aproxi.

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