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« Previous Page Table of Contents Next Page »· El zacate que crece en el cerro, es una especie de heno y al guardarlo, conserva sus tallos suaves y exhala aroma muy agradable.
la casa de la hacienda daba frente a una espaciosa abra de algo más de veinte varas de ancho y como unas ciento cincuenta de largo, limpia de árboles grandes. En esta abra crecían arbustos de goma arábiga, algunos cardos pequeños, y la grama, así como otras matas llamadas: palo de escoba, porque servían para fabricar escobas. En las mañanas y en la tarde, el abra se po– blaba de palomas de varias c1ases¡ de perdices y ardillas. El lugar donde estaban las tres casas de la hacienda, la del patron, la cocina al lado de ésta y la casa donde vivía el mondador con su familia, era todo de piedra blanca rugosa, como el piso de 105 dos corrales y gran parte del abra.
Detrás de las casas había una cerca de piedra de una vara de altG, en una gran extension, sin cerrar total– mente el lugar de aquellas. En el lado oriental de la casa grande, había una loma de piedra llamada por nosotros, el mirador, porque desde allí se podía ver ¡-oda la campiña, y de noche cuando el cielo estaba claro, las luces de la ciudad de Managua que quedaba a muy larga distancia de la hacienda. En este mirador se ha– bía construído, rústicamente, un pequeño reloj de sol, que cuando este brillaba, nos señalaba bien claras las horas del día. Esta loma, toda de piedra granítica, se extendía hasta llegar a los corrales del hato.
El clima de la hacienda era caluroso pero seco, y muy saludable. Solo en la época de lluvias, era molesto por la cantidad de mosquitos que brotaban, pero nunca había allí fiebres palúdicas ni malarias. Según pudimos ver nosotros, la gente que pasaba allí todo el año, go– zaba de buena salud y larga vida.
En las tardes del verano que era la época en que nosotros pasábamos las temporadas, llegaban bandadas de loras a dormir sobre un gran árbol de gucmacaste que se elevaba a un lado del: abra. Estas aves, de verdes y lucientes plumajes, haciendo gran ruído, se situaban sobre la amplia copa del guanacaste, hasta cubr¡rlo to– talmente, y en la madrugada, antes de salir el sol, abandonaban el árbol, haciendo gran alboroto, como a su llegada. La llegada de esta bandada de loras nos entusiasmaba, y para nosotros constituío escenas de ad– miracion y alegría en las horas de esas tardes veraniegas. Desde el frente de la casa de la hacienda podía contemplarse el hermoso y verde paisaje de las monta– ñas en una gran extensian, pues el edificio estaba, casi puede decirse, construído sobre una falda del cerro, falda que a sus espaldas se iba elevando suavemente. En una parte del cerro, había un gran peñon, y de allí le venía a la hacienda el nombre de "San Francisco del Peñon". Y al pie de esta gran mole de piedra había una gran cue– va, en la que, aseguraban los campistas vivían tigres y leones. Por esa causa nosotros, nunca quisimos entrar en ella.
El cerro, por su parte, aunque no muy alto era muy extenso a ambos lados del peñon, y toda su cima estaba cubierta de zacate, en una anch::l planicie, que se podía andar sobre ella a caballo.
El extremo occidental del cerro, tenía una larga estribacion que se llamaba "Cerro pondo", donde pasta– ban los ganados y al pie da éste, había otra gran mono
taña de altos y milenarios cedros, aunque era bastante dificuffoso sacarlas por la falta de caminos en aquellos lejanos tiempos. Hoy, según entiendo, ya se han abier. to caminos yesos preciosas maderas se sacan con más facilidad, osi como las maderas de gudyacán, árbol de que está poblada la hacienda. . En años anteriores a nuestra llegada a la hacienda, hubo cortes de brasil, árbol abundante een esa regian cuya madera se exportaba. También se cultivo allí el añil para extraer el índigo y exportarlo. Pero todo eso dejo de ser negocio de exportacion al inventar los alema. nes por medio de procedimientos químicos, el tinte de varios colores, que hoy se usa.
Otra industria de la hacienda fue la apicultura. Alrededor de la casa de habitacion había cuatro colme. nas de abejas domésticas, colgadas del alero de la misma. Allá llamaban, a éstas colmenas, ¡icotes.
En el campo había otras colmenas de varias clases y entre éstas, una llamada Tamagás, cuya miel, es de color rojo oscuro y de sabor ácido y la cera, color negro. Sin embargo de ser esta miel diferente de la de la abeja casera, la gente de esas regiones, la comía con gusto. los sabaneros o campistas, como allá se les llama, tenían admirable vista pClra descubrir en los árboles altos y coposos, las colmenas. Cuando descubrían alguna se subían al árbol y cortaban la rama de la colmena, de abeja casera y Tamagás, y ya en el suelo le extraían la miel y la cera, recogiendo la primera en calabazas para llevarla a la casa. Había asimismo, en la hacienda, unas avispas, grandes, coloradas que fabricaban su pa– nal en las casas y su piquete era ponzoñoso, más dolo– roso que el de la abeja casera. la llamaban por eso, avispa ahogadora y solo en las rasas formaba su panal, pues no recuerdo haberlo visto en los arboles, como ocu– rría con otras avispas amarillentas, cuyos panales, pe· queños, ofrecían miel de agradable sabor.
Se veían y oían cantar en la montaña, varias clases de pájaros, como el Zenzontle, el Sisitote de alegres me· IOdías; aves también de vistosos y bl'illantes plumajes como las loras y los papagayos; el Quebranta-huesos y
el alcaraván, que se crían en los llanos. El Quebranta· huesos, se alimenta da animales muertos y el Alcaraván, de gusanos y de otros insectos que viven a flor de tierra. Asimismo, había pájaros carpinteros, de capote rojo, que fabricdn sus nidos en la' carteta de árboles secos; y la oropéndola, de hermoso plumClje, que clJelgd su nido de las ramas de los árboles altos.
Al abra de las casas llegaba en (as mañanas y en las tardes gran cantidad de palomas y codornices revo· loteando por toda el abra, en busca de alimento. Como nuestro padre nos había prohibido tener armas de fuego, nunca pudimos cazar ni en el abra ni en el campo, no obstante la abundancia que había por todas partes. Mi padre tampoco fue aficionado a la cacería. En la hacienda había una vieja escopeta de dos cañones, herrumbrada. ¡Quién sabe cuántos años hacía de ha· berla llevado allí! Nosotros intentamos, varias veces, limpiarla y cargarla, pero nuestro padre nos lo prohibía, porque temía ..:....que por nuestra inexperiencia- nos su– cediera alguna desgracia, y cuando ya llegamos a tener edad y experiencia para manejar armas de fuego, San Francisco habla pasado a otras manos.
El deporte de la cacerla, nunca logramos ejercerlo,
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