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« Previous Page Table of Contents Next Page »En. la madrugada de ese día, llegaron a Granada los otros residentes en Managua, custodiados también por una fuerza militar, a la que se agregaron voluntaria– mente unos ¡avenes capitalinos, montados a caballo y portando lanzas, de las que antiguamente se usaban en Nicaragua para armar la caballería. Todavía en ese año de 1881, no había tren entre Managua y Granada y los viajes entre las dos ciudades se hacían a caballo o en diligencia.
Entre los "lanceros" había llegado un moceton, for– nido, blanco y de buen aspecto físico, que se paro frente a nuestra casa, montado a caballo y con una lan– za, a conversar con uno de mis primos. Pregunté a éste, quien era el "lancero", y me contesto: "José Santos"; era pariente cercano de mi madre y primo hermano de los Zelayas Alvarez, primos también míos.
Nunca he olvidado la figura de aquel mocetoh, en la mañana de ese día de Junio de 1881, montado en su cabalgadura y portando una lanza frente a la casa de mi abuelo, entre una muchedumbre de gente que llenaba la calle. Doce años más tarde, 1893, este mismo fornido moceton, llegaría a ser Presidente de la República y yo, en 1901, a servirle, en la presidencia, corno su secretario particular.
Como antes dije, se ordeno la expulsion de los Je– suítds. Todos los que estaban en Granada, en casa de doña Alena Arellano, fueron sacados de allí, escoltados, en la mañana del 8 de Junio de 1881, para embarcarlos en el vapor "Coburgo", vapor que hacía los viajes entre Granada y los puertos del Lago hasta el de San Carlos, en el Río San Juan. En este último puerto, tomarían otro vapor que los llevaría al de San Juan del Norte, para de allí abandonar el país.
Mientras se ejecutaba la orden de expulsion, las calles contiguas a la casa de doña Elena se llenaron de gente, que venían a presenciar la salida de los Jesuítas. Entre eSa muchedumbre se encontraba el padre Leon Pa-
cífico Alvarez, hermano de mi madre, y al ver a los Jesuítas que salían del zagúan de la casa, se manifesto airado, y en altas voces, protesto contra la medida, uniéndose a él casi toda la gente acumulada en Ids calles. Las protestas que ya iban tomando forma de motín, fue– ron oídas por el jefe de la guardia que ejecutaba la medida, y éste, ordeno detener al padre Alvarez orden que origino serio altercado entre el padre y las autorida– des de policía. Mi abuelo, que estaba parado frente a su casa, salto a la calle, y tomando de la mano al padre lo condujo a casa, evitando así, que fuese arrestado. Como las protestas de la muchedumbre no se cal– maban, la guardia que custodioba a los Jesuítas fue reforzada para evitar desordenes al ejecutarse I,a orden de destierro,
Escoltados los padres por la fuerza militar, camina– brm por media calle, y a los lados de ella, iba la muche– dumbre ele vecinos granadinos, emocionada. Muchas mujeres lloraron durante el trayecto hasta el muelle don– de los Jesuítas tomaron el barco que los llevo al destierro. Esta medida de expulsion -cualquiera que hubie– sen sido las razones para llevarla a cabo- fue honda– mente sentida por el pueblo granadino, y según se supo después, lo mismo ocurrio en el resto del país.
Años antes de la expulsion, los dos Jesuítas que vivían en Granada, el padre Cardella y el padre 'Crispolti, tuvieron una discusion filosOfica con el Director del Co– iegio de Granada, Presbítero español don Pedro Sáenz Liaría y cuando ocurrio la expulsion, éste último ya había muerto.
También escribio un folleto el padre Mario Valen– zuela o por lo menos a este Jesuíta se les atribuyo la paternidad del opúsculo que se titulaba "A Dios rogando y con el Ma1'o dando", en el que los padres Jesuítas se defendían del cargo que les hacía el gobierno de cons– pirar conrra el orden público, causa ésta en la que se fundo la orden de expulsion de la Compañía.
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TEMPORADAS EN SAN FRANCISCO
Cuando estábamos muchachos, nuestros padres nos llevaban a pasar temporadas a la Hacienda San Francis– co. Lo mismo hacían durante las vacaciones del Cole– gio a pasar éstas, llevándonos a la misma hacienda. San Francisco es una hacienda para cría de ganado. Durante la época de las lluvias se establecían queseras para hacer quesos de leche y de mantequilla, artículos que, en zurrones y a lomo de mula, se conducían a Gra– nada para su venta. También se sacaban de la hacien– da, durante el año, novillos y vacas viejas, que eran llevadas a Masaya para ser vendidas en ese mercado. En una especie de estufa de barro y alimentando su fuego con ramas verdes paro producir más humo se ahu– maban los quesos colocados sobre unas varas en el mismo horno el cual tenía cuatro paredes de barro. A pesar del cuidado que se ponía en ahumar los quesos, éstos, al llegar a Granada se engusanaban y para ven– derlos, había que limpiarlos. la quereza, (así se llama
el la larva, en las haciendas de ganado en Nicaragua)
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que dejaban las moscas sobre los quesos, reventaba días des¡:>ués, no obstante el humo que los quesos frescos reci– biercm en el zahumerio primitivo en que se les colocaba. La casa de la hacienda =eJ Hato, así se la llama en Nicaragua~ era de paredes de barro y techo pajizo. Contenía tres cuartos. Los primeros con puertas al patio
y el del frente, techado, pero totalmente abierto por sus tres lados. Aquí había además un altillo que servía para guardar útiles de la hacienda como aparejos, zu– rrones, albardas e instrumentos de labranza, pues duran– te la época de lluvias se sembraba maíz y guate. Este último servía para alimento de las bestias en el verano. Asimismo, al terminar la época de lluvias, se cortaba en el cerro, vecino al Hato, zacate que se guardaba en unas enramadas, o sobre fas ramas de unos chilamates -ár– boles frondosos, que durante el verano permanecían con sus hojas verdes, proporcionando fresca sombra. De estos chilamates o higuerones había, cerca de la casa, tres hermosos y coposos árboles.
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