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« Previous Page Table of Contents Next Page »familia no era simpatizadora del gobierno de que él foro maba parte.
La Escuela de Derecho de Granada estaba integrada, ese año de 1897, por solo tres profesores: el Licenciado don José Miguel Osorno, profesor de Derecho Romano y
Civi" el Licenciado don Estanislao Vela de Economía Política,' y el Licenciado don Salvador Meza M., de De· recho Constitucional. Estos dos últimos daban sus cla· ses, en un cuarto del edificio del antiguo Convento de San Francisco, donde también se daban las del Instituto. El maestro Osomo, daba las suyas en la acera de su ofi· cina situada en su propia casa de habitacion. Los estudiantes de la Escuela de Derecho, en los años de 1897 a 1900, que yo asistí a ella, éramos muy pocos, cuatro a lo sumo, en los primeros cursos. Más adelante, entraron otros más.
El maestro Osorno, daba sus clases sin cobrar sala– rio en la época en que yo recibí mis lecciones; había sido maestro durante muchos años en la misma Escuela de Derecho. Pocos abogados conocí yo en Granada, que como el. Maestro Osomo poseyeran el talento, la erudi– cion, la ecuanimidad y las buenas y afables maneras suyas. Como profesor, fue siempre respetado por sus prendas personales y su cultura en las disciplinas del Derecho. Como Abogado y Notario, su reputacion de honorabilidad, la mantuvo siempre limpia de toda sos– pecha durante su larga vida, y como empleado público, fue Ministro de Gobierno y Dipl-ltado, y como Juez probo de conciencia y de repc;>sado juicio. Todos sabían que las virtudes que lo adornaban, eran fijas y permanentes en él, sIn que halagos o influencias, lo pudieran nunca doblegar. En su vida privada; representaba ese modelo de los varones de nobles y elevados sentimientos; y ca· mo miembro de la sociedad, un ciudadano ejemplar. Vela y Meza, eran también buenos profesores y daban sus clases con buenas maneras y sabían enseñar bien sus respectivas materias.
El Licenciado Salvador Meza B., tuvo muerte trágica. Fue asesinado por dos hermanos Lacayo, en las propias calles granadinas a las once del día, el año de 1901. La iustícia condeno a estos dos asesinos a diez años de pre– sidio.
Apenas asistí a las clases de la Escuela de Derecho tres años, y después, me fuí a Managua, donde se me dio un puesto en el Gobierno de entonces. Se me nom– bro colaborador del Ministerio de lnstruccion Pública. Toda la vida me he arrepentido de no haber termi· nado mis estudios de Derecho, para los que tenía aficiono Antes de terminar esta primera parte de mis memo– rias, referiré 105 hechos sucedidos cuando apenas tenía yo ocho años de edad, hechos que no se han borrado de mi memoria a pesar de haber trascurrido hace más de cincuenta años de ocurridos. Me referiré primero, a la expulsion de los Jesuítas.
En el año de 1881, antes de salir para Jinotepe a estudiar en el Colegio de Santiago, vivía yo en casa de mi abuelo materno, don Macario Alvarez. El 9 de Mayo de ese mismo año de 1881, me levanté temprano como de costumbre y al llegar al zaguán de la casa, frente a la Calle Atravesada, noté que en la esquina de la misma casa y en la Calle Real, había un grupo de mujeres. Me acerqué a ellas y les pregunté qué pasaba. Me contes– taron que iban a expulsar a los Jesuítas y que acababan
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de llegar de Matagalpa otros de el/os y se hospedaban en la casa de doña Elena Arellano, frente a la de mi abuelo. En esta casa tenía en ese tiempo doña Elena, una pequeña escuela de niños. Ví también, que de la misma casa, entraban y salían hombres y mujeres exci– tados, y entonces, atravesé la calle y me introduje por el zaguán, a la casa de doña Elena, con el objeto de saber qué era lo que en ella ocurría y a qué se debía el alboro– to de las gentes.
Al entrar al patio ví unas tantas bestias, y, en los corredores, a unos Jesuítas con el aspecto de cansados, sentados en unos taburetes. Me canto uno de los curio– sos que conmigo había entrado a la casa y conversado con uno de los Jesuítas, que éstos acababan de llegar de Matagalpa y que se decía que a todos los iban a ex– pulsar de Nicaragua.
A todo esto, yo no me daba cuenta clara de 10 que estaba viendo y oyendo, ni el por qué se sacaba del país a los Jesuítas.
Me acerqué a un viejito jesuíta que estaba en uno de los corredores, con objeto de verlo de cerca, y me lla– mo la atencion su fina fisonomía: era blanco, de ojos azules que me miraron dulcemente. Toda su apariencia era la de un hombre distinguido, pero ya anciano. Pre· gunté a una señora que conversaba con él, como se llamaba ese Jesuíta, y me dijo, ser el padre Mario Va· lenzuelo, de origen colombiano.
Después de dar unas vueltas por los corredores de la casa de doña Elena, que yo conocía bien por haber estado allí antes varias veces, regresé a casa de mi abuelo.
Conté a mis tíos y tías que había conocido al padre Mario Valenzuela, uno de los Jesuítas residentes en Ma· tagalpa, y que esa misma mañana acababan de llegar escoltados y se decía los iban a expulsar del país. Al oír mi relacion, una de mis tías me dijo que el padre Valenzuela era conocido de mi tío el doctor Francisco Alvarez y que lo había tratado en Nueva York cuc;rndo éste hacía sus estudios de medicina en aquella ciudad. Años más tarde, leyendo yo, la Antología de poetas colombianos coleccionada y comentada por don Rafael María Merchán, escritor cubano, leí en ella una preciosa poesía firmada por Mario Valenzuela, el mismo Jesuíta Clue yo conocí en Granada en 1881. Las estrofas de esa poesía me gustaron mucho y según Merchán han sido iustamente apreciadas por la crítica. El autor de la Antología da referencias acerca del origen de esa pieza literaria y sobre su autor. Este, refiere en esa poesía, un suceso en que el poeta, antes de entrar en la Compañía de Jesús, fue uno de los personajes del mismo. Se habla en la poesía de una señorita que años más tarde se con– virtio en una Hermana de San Vicente de Paul, y el autor, renunciando también al ml,lndo, se consagro a la Com– pañía de Jesús. Sí mal no recuerdo, el título de la poe· sía es Triunfaste y parece dirigida a una Hermana de la Caridad. Algunos aseguran que la heroína no era Her– mana de la Caridad sino religiosa consagrada a la ense– ñanza. Nunca volví a leer ese hermoso poema del padre Valenzuela porque no he podido encontrar otro ejemplar de esa Antología, lo cual siento mucho, pues hubiera dado aquí algunas estrofas de ella.
Por fin, en la mañana del 8 de Junio de ese año de 1881, se llevo a cabo la expulsion de los Jesuítas.
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