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Víctor Dubarry, profesor colombiano. Los inspectores del plantel fueron don Angel Prieto Alvarez, español, y don Eugenio N. Corea, nativo de Managua¡ y el portero se llamaba, Ceferino Corea.

Todo el profesorado era como antes dije, ¡doneo, y de buenas costumbres en su vida privada. En general, todos tenían buen carác1er y eran personas humildes, así como también con las necesarias condiciones para educar a sus discípulos. A todos ellos les debo lo que soy. Ellos sembraron en mi mente las primeras semillas de la edu– cacion y de la cultura y si algo aprendí en esos venturo– sos años de la niñez y de la primera juventud, a ellos se debe.

Por otra parte, me es penoso confesarlo, pero es lo cierto que no fuí un alumno aplicado y que si hubiera tenido un poco más atencian y estudio y menos aficion a las diversiones y a los juegos de la mocedad, mayores habrían sido los conocimientos que esos maestros se empeñaron en suministrarme. Pero, no obstante mi de– saplicacion, creo que la semilla que aquellos excelentes y buenos maestros sembraron en mi mente durante los años juveniles, no se perdio en vano. Poco fue lo que cayo y fructifico y, gracias a ello, logré aumentar mis conocimienlos y andando el tiempo y con otros estudios más, y la lectura de buenos libros -aficion ésta, que no me ha abandonado nunca en el largo curso de mi vida-, llegué al fin a obtener un barniz de cuHura que bien me ha servido en las luchas de la vida, abriéndome campo, al mismo tiempo, para emprender olras C1ctividades y conocer algo más de la vida, y todo ello se debe, como lo decloré antes a la primera enseñanza que recibí de mis maeslros en los pocos estudios que realicé en aqué– llos ya muy lejanos tiempos. Con qué inefable gusto y con qué íntima satisFaccion de agradecimiento dejo aquí escritos en eslas memorias, los nombres de aquellos bue– nos, humildes y excelentes maestros que hace cincuenta años, me dieron lecciones en el estudio de la primaria y de intermediaria.

1\1 iniciarse el curso de 1891 en el Instituto Nac.ional de Oriente, ocurrieron en el plantel dos hechos que lo desorganizaron por completo.

Primero, el rel ira del profesor de Retorica y Poética,

dador don Víctor Dubarry, ordenado por el gobierno. Este, no vio con agrado unos artículos doctrinarios que el doclor Dubarry publico en el Diario Nicaragüense de Granada, periodico de oposicion al gobierno del doctor don Roberto Sacasa.

Con motivo de la orden de retiro del doctor Dubarry, del profesorado del Instituto, sus alumnos, hicieron una manifeslacion callejera llevando, en un cartelon pintado por un alemán, el relrato del Dr. Dubarry. A esa maní· festacion, ruidosa por los gritos y discursos de los alum– nos, se unio a éstos, gran cantidad de otros estudiantes y además gente de la ciudad. La policía, al final de la manifestacion, intervino y disolvio ésta.

Pocos días después, el doctor Dubarry, por orden del mismo gobierno, fue expulsado del país como extranjero pernicioso.

El otro grave incidente ocurrido después de éste del profesor Dubarry, se origino por el nombramiento de inspector del Instituto, recaído en José María Moncada, alumno del mismo hasta obtener, poco antes de su no"l1– bramiento de Inspector el Diploma de Bachiller en C.C. y

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U. Los tstudiantes, muchos de ellos ex-condiscípulos de Mancada, protestaron por su nombramiento ,asegurán– dose en ese tiempo, que había sido impuesto al Director Izaguirre por el Licenciado don Agustín Moncada, Prefec– to del Departanien10 de Granada, pariente cercano del Bachiller Mancada.

La protesta estudian1il, originada como ya dije, por el nombramiento de Mancada, se convirtio en la ciudad en fuelte oposicion al gobierno. Dentro del Instituto, hubo un gran bochinche entre Moncada y los estudian– tes. Se decía que Moneada había disparado su revolver en contra de ellos, y que los estudiantes a su vez, lo apedrearon. Yo no podría afirmar lo primero, por no haber estado a esas horas dentro del edificio, pero sí, me consta, por haberlo visto al día siguiente que llegué al Colegio, que de los pisos del mismo, habían sido arron– cudos muchos ladrillos y pedazos de este material esta– ban regados por las cuatro galerías del primer patio. En la tarde de ese día y cuando la manifeslacion estudiantil llegaba a la Plazuela de los Leones, la fuerza de policía cerro este recinto y la disolvio de manera vio– lenta, capturando a algunos de los estudiantes, mientras otros lograron introducirse al edificio del Club de Grana– da, si1uado en la antigua casa del General uon Joaquín Zavala. Los socios del Club viendo que la policía quería capturar a los estudiantes, permitieron a éstos, refugiarse dentro del Club Social, cerrando las puertas del edificio para que no entrara la policía.

El Director del Instituto señor Izaguirre, impo– sibilitado de contener el desorden dentro del Colegio, desorden que como dije, había tomado ya grandes pro– porciones hasla en las-calles de la ciudad, renuncio su cargo y abandono el edificio. Aunque el gobierno nombrara inmediatamente a otro proFesor, don Miguel Ramírez Goyena, en sustitucion al señor Izarrigue, la protesta de los estudiantes continuaba con violencia y con esle motivo fueron expulsados más de cuarenta de ellos: Como consecuencia de los desordenes en las cla– ses, el Instituto tuvo que cerrarse. Fue entonces, que yo abandoné mis estudios, y desde 1892 a 1896, me dedi– qué a trabajar.

Ya en 1897, deseoso de iniciar mis esludios de De– recho, procuré obtener mi diploma de Bachiller en Letras, diploma necesario para matricularme en la Escuela de Derecho de Glanada. Hacía poco, en virtud de una ley del Ministerio de Instruccion PúbliCCl, se habían dividido los estudios del Bachillerato en dos clases: de Ciencias el uno, y de Letras, el otro.

Para obtener mi diploma en Letras me presenté al Colegio de Segunda Enseñanza, de carácter privado, di–

t igido en ese mismo año por el Padre José Sordini, sacerdote italiano. Examinado en ese Colegio, fui apro– bado, y se me extencJio el diploma de Bachiller en Letras. Llevé mi diploma a la oficina del Ministerio de \ns– truccion Pública en Managua para que fuese registrado allí, de acueloo con las leyes vigentes, y don Genaro Lu– go, que en su calidad de Subsecretario, estaba encar– gado de dicha cartera, me puso toda clase de dificultades y dilatorias, para que yo pudiera llenar el requisito legal de registrar mi diploma; y por fin, después de muchas gestiones ante otros miembros del gobierno, logré que mi diploma fuese registrado. Creo que las dificultades que me presento el señor Lugo, se debieron a que mi

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