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su edad, probablemente, se le había agriado un poco el carácter. Usaba unos anteojos viejos que los fijaba so– bre la nariz y se mantenía siempre en camisa.

Allí también aprendí a deletrear sílabas, en la mis– ma cartilla antes mencionada. Los sábados en la tarde, el "Maestro Goyo" nos daba lecciones de doctrina cris– tiana.

En esa misma época recibí, junto con otros compa– ñeros, otras leccciones de doctrina cristiana que daban dos Jesuítas, residentes en Granada; el padre Cardella y el padre Crispolti, quienes vivían en un cuarto pegado al templo de La Merced. A lado de este cuarto había otro donde recibíamos las clases. Estos dos locales da– ban frente al corredor que miraba al atrio del templo, colindante con la casa del doctor don Antonio Falla. El corredor tenía unos poyos de piedra adosados a la pared. Este corredor sirvio, durante muchos años, para colocar allí la mesa de la directiva electoral que recibía los votos del cantan de La Merced en los días en que se celebraban elecciones; y teatro también de desordenes y de luchas sangrientas en aquella época.

Los Jesuítas eran más amables que el "Maestro Goyo", porque, naturalmente, habían recibido otra clase de educacion y cultura que la de aquel Maestro de Es– cuela, quien, no obstante su carácter, algo agrio por la ancianidad y sus disciplinas y palmeta, nos enseño a leer y a hacer palotes a los que tuvimos la dicha de reci– bir lecciones suyas.

El padre Cardella era moreno, bien formado y ro– busto; y el padre Crispolti, blanco, delgado y de ojos azules. El primero, absorbía, frecuentemente, rapé y su negra sotana estaba siempre impregnada del aroma de ese penetr-ante polvo.

En el cuarto donde los Jesuítas nos daban las lec– ciones de doctrina cristiana, había cuatro pinturas al oleo de los cuatro Evangelistas. Recordando ahora aquellos cuadros, pienso que, por su dibujo y colorido, el artista que los pinto, debio ser aficionado a la escuela flamenca. A mi juicio, eran buenas obras de arte y podían clasifi– carse como de ese estilo. ¿Quién los pintaría? No re– cuerdo habérseme ocurrido en aquel t'iempo la idea de ver si esos cuadros de los Evangelistas tenían la firma de su autor. Sería interesante conocer, el nombre de éste, y cuándo y como llegaron ellos al templo de la Merced de Granada. Es difícil ya, creo yo, obtener esos datos. También sería bueno saber, qué ha sido de esas pinturas, pues nunca más las volví a ver, no obstante que varias veces, años después y ya hombre, he visitado esa parte del templo de la Merced.

Por otra parte, hay que tomar en cuenta que, cabal– mente, la parte del templo donde estuvieron los cuadros de los Evangelistas, fue reformada el año de 1899, si no estoy equivocado. En ese lado del templo se llevaron a cabo serias reformas y, además, se le agrego al frente del edificio de ese mismo lado otro nuevo local para resi– dencia del cura del templo.

Probablemente, al emprenderse las reformas y nue– vas construcciones del templo, aquellas pinturas que es– taban en el cuarto anexo a la Sacristía, fueron colocados en algún otro sitio, si no han salido de Granada. En Junio de 1881 fueron expulsados del país los Jesuítas Cardella y Crispolti, junto con los otros padres que residían en Matagalpa, leon y otras ciudades.

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Cuando yo llegué a Nueva York, el año de 1903, se me informo que el padre Cardella había muerto y estaba enterrado en el templo de San Francisco Xavier, situado entre las calles 16 y 17, al oeste de dicha ciudad. Varias veces, durante mi permanencia en Nueva York, fuí a ese templo con el objeto de conocer la sepultura del padre Cardella, y nunca pude dar con ella. Probablemente, no se coloco lápida alguna al inhumar sus restos, si es que efectivamente fue enterrado allí, lo que después de mis búsquedas infructuosas, me hace creer que el informe que me habían dado, no era cierto.

El padre Crispolti fue a residir a Kingston, Jamaica, donde muria trágicamente mientras dirigía los trabajos de edificacion de un templo, según supe también en el mismo Nueva York. De esos dos Jesuítas, conservo siem– pre, grato recuerdo.

De la escuela del "Maestro Goya" pasé a la del Maestro Manuel Esteban Romero, pariente cercano del primero, y como éste, dedicado desde joven a la instruc– cion de niños. El Maestro Manuel Esteban tenía su es– cuela, en su espaciosa y propia casa de habitacion, situadas entre las calles del Palenque y la Calle Real. Esta casa tenía dos cuartos muy bien aireados, con pupi– tres y asientos para los alumnos.

El maestro Manuel Esteban, era de temperamento nervioso; se movía de un lado para otro; hablaba en alta voz yero muy severo con sus educandos. Por lo demás, excelente persona, honorable y muy dedicado a su profe– sion.

Los castigos en estcl escuela eran idénticos a tos del "Maestro Goyo", palmeta, ramalazo, y arrodillar a los muchachos violentos e irrespetuosos, con las rodillas pe– ladas sobre piedras borroñosas, de super·ficie dspera, llamadas en Granada, mal país, o sea piedra de lava volcánica.

Este último castigo, que a veces se hacía en el quicio de la puerta frente a la calle, no dejaba de ser tortu– rante.

Uno de los hijos del nlaestro Manuel nos daba los sábados clase de doctrina cristiana.

En esta escuela aprendí a leer de corrido, escribir con pluma y los primeros rudimentos de aritméticd.

De allí, pasé a otra escuela, la del maestro Juan Urbind, en !el misma Calle Real y contiguo de la del maes– tro Manuel. Poco estuve en esta última escuela.

Estas tres escuelas de que hablado, eran de carác– ter privado y 58 pagaba muy poco por la ense~dnza.

De fel escuela del maestro Juan Urbina, pasé a la del maestro Ignacio Castrillo, situada en la amplia y hermosa casel esquinera de don Faustino Arellano en la Calle Atravesada. En esta escuela la enseñanza no era tan elemental como la que recibíamos en las anteriores. Además del director Castrillo, había otro maestro, don Juan Vado, educado en el Colegio de Granada, regen– tado este por el padre Sáenz Liaría. El maestro Vado, era un buen profesor de Geografía. Para dar esta cla– se, había en esa escuela una gran esfera colgada del cielo raso de la sala donde recibíamos las lecciones. Allí conocí, por primera vez, el mapa mundi, pintado a co– lores.

El maestro Castrillo, hombre de débil contextura y nervioso era un buen director y ya entonces tenía varios años de consagrarse a la enseñanza.

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