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a los que se entrego, como ya dije pasaba la mayor parte del tiempo en sus fincas y cuando permanecía en Grana– da iba, como ya dije primero, a !a tetlulia de su hermana

y después a visitar amigos.

En la última finca del Mombacho, contrajo una seria enfermedad intestinal, y esta dolencia y el fracaso del negocio de café lo afectaron mucho.

Así, pues cuando ya no podía ir personalmente a dirigir los trabajos del campo, asistía, todas las tardes, .a la tertulia de un viejo amigo suyo, el Licenciado don José Gregario Cuadra, inteligente y muy versado en los aconl'ecimientos histaricos del país, por haber tomado palte en la política desde muy ¡oven y al mismo tiempo, servido algunos elevados cargos públicos.

A la tertulia de la tarcle en casa del Licenciado Cuadra, concurrían el cuñado de éste, don Salvador Jar· quíl1, discreto y bueno y el General don Cclrlos Alberto lacayo, I ico en un tiempo y en su juventud se dio muy buena vida, afiliándose desde ¡oven al parlicJo liberal. El General La<.ayo servía ei cargo de Comisal io de la re– gion Mosquita de Nicara~Jua, cuando se reincorpora és1a al terrii'orio nocional en 1894, y su nombre, figurCf 01 lado elel General Rigoberto Cab€zos, en el movirniento que éste llevo a cabo para reincorporar a lo Nacion esa gran faja de terreno que e/abcl ni Océ(1I10 Atlóntíco, territorio que por rnás de un siglo, permunecio en poder del Rey Mosco, protegido éste por la GrcJIl Bre1anu.

Don Carlos Alberto, en la épocCl e/e 'l'Je hablo, de

1903 a 1907, ya habío rerdido su fortuna y no gozaba de bueno solud, como les paso.bct a don "Goyo" Cuadra

y a mi padle. Estos dos y Jarauín, formabun con1raste frente al General lacayo. Los primeros, reposados, se– rios, juicios'os y de arraigados conviccinnes políticas COI1–

servCleloras, mientras el General Lacayo de opiniones libe– rales y el haber tenido la oportunidad de eduCdrse en Europa y vírljar después por los Estados Unidos. Mas uún; el General LClcayo había visitC1c!o landres, Hambur– go, Pmis, Nueva York y San Francisco, con la bolsa llena y en compclñía de amigos granadinos ricos también y,

corno él listos para gozar de los placeres que la vida de aquellas grandes ciudades proporciona a latinoamerica– nos de buena familia y con dinero que tienen la fortuna de visitarlas en épocas iuveniles.

No obstante la diferencia de ideas políticas entre Lacayo y sus compañeros y las aficiones y modalidades del uno y de los otros, tenían todas las tardes, agrada– bles reuniones, sin que al separarse ya pasadas las seis de la tarde y volverse a reunir a la mañana siguiente a la misma hora de siempre hubiese entre esos tertulianos granadinos de aquel viejo tiempo, el menor resquemor o molestias por las disputas que en sus charlas se levan– taban; porque hay que tomar en cuenta, que el simpático diputado Lacayo, tenía fama en Granada, de. ser poco verídico en lo que contaba sin inmutarse nunca, cuando era cogido en algún renuncio.

Sin embargo, de esos contrastes entre los caracteres

y la clase de educacian recibida por ellos gustaban de pasar unos CUClntas horas, diariamente, en amena y di– vertida charla sobre toda clase de tapicos.

Mi padre muria el los 75 años, después de haber sufl ido por más de diez años, de infeccion intestinal, complicada ésta en el último año de su vida, por un cáncer. Murio corno cristiano, resignado. Toda su vida, no obstunte hober recibido buena herencia de su padre, se dedico al trabojo agrícola y, ya viejo, la suerte le fue contraria, pero en medio de su pobreza supo mantenerse digno, paciente y humilde. EduCCldo en las austeras costumbres de aquella qntigua sociedad, nunca se la conocio que elnduviera en aventuras mujeriles, ni en casas de juegos de azar, ni en cantinas. Fue lo que se llama un hombre de hogar y buen radl'e de familia. Se empeño en dar execelente educacion a sus hijos, pero, lo confieso sin ambajes, sus hijos varones, no creo que llegaron a alcanzar los quilates de pureza que en vida distinguieron y adornaron la de su progenitor.

Mi madre llego a alcanzar los 93 años y muria, co– mo había vivido, como una santa.

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MIS ESTUDIOS

Creo que fue el dño de 1879 que asistí por primera vez a una escuela -la del Maesl-ro don Gregario Rome– ro- "el maestro Gayo" como se le conocía en Granada donde nacia y vivio.

Nunca oí decir ni recuerdo que el "Maestro Gayo" hubiero salido alguna vez de su ciudad natol, porque siempre y durante todo el año, permanecía entregado a su escuelita.

La escuela del "Maestro Gayo", estaba en su propia CClsa de habitacion, situada enlre las casas de las fami– lias de don Pedro Alfara y la de la señora Felipa Bennú– dez de lacayo. La casa era ele un solo cOlían, frenle a la calle. Era de adobes y no estaba encalada ni enla– drillada. En el cuarto del frente, con una sola ruerta a la calle, tenía "el Maestro Gayo" O sus discípulos senta– dos en dos largos bancos de madera, sin espaldar, colo– cados a cada lado de las paredes; y el maestro, se sen·

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taba en un taburete al extremo del salan, frente a una pequeña mesa de madera sobre la cual ponía sus disci· plinas de cuero crudo y la palmeta de madera.

Aprendí en esa escuelita a conocer las letras del alfabeto, en unas cuartillas impresas en Granada, mas· trando en la hoja final las vocales.

En esa época, el "Maestro Goyo" estaba ya muy viejo y, el veces, mostraba cansancio. Vivía en un cuar– 10 inferior de su misma casa, y lodo el mobiliario era muy pobre.

Entiendo, que yo pertenecía a la quinta generacion de muchachos a quien él enseñara las primeras letras. Este humilde maestro era buen hombre, dedicado a su profesion; a su modo, como a él le habían enseñado a principios del Siglo XIX. A veces, se encolerizaba cuan· do nos reíamos o hablábamos en alta voz, porque ya a

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