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lafinoam.ericanos en general, y ensanchándolo más :todavía, a los de todo el con:tinente americano en cuanto parlicipan de la cuUura occidenfal. América es, en no pocos aspectos, una culminación de la his– toria de Occidente y significa en cierlo sen:tido, un paso más en el cam.ino de 10 occidenfal a 10 uni– versal. Nacionalidad, hispanidad, lafinidad, occi– denfalidad -por más que estas palabras se hayan pres±ado a toda suerle de tergiversaciones polliicas– para nosotros sólo designan distintos grados de uni– dad en la universalidad.

La cuestión sin embargo, no concluye en el he– cho de que la universalidad sea una caraC±erística esencial de la his:l:oria de Nicaragua. Es, además, un rasgo dis:tintivo del carácter nicaragiiense. In– dependientemente de sus actividades, lo propio del nicaragüense parece ser la tendencia a volcarse ha– cia el mundo. En un notable ensayo, tifulado "El Nicaragüense", ha señalado Pablo Antonio Cuadra, eOOe las cosas que distinguen al hombre de Nica– ragua, su condición de extravertido -"que se viede hacia fuera".- Esa especie de ins:tinto de hombre de tránsi±o, de transeúnfe, que con ±an±a finura ha es– cudriñado Pablo Antonio, como algo en cierlo modo impuesto por nues±ra geografía, y que, según él mis– mo, ya se encontraba en nuestros aborígenes, llega a su máximun en la conquisfa, la época de los des– cubrimientos, expediciones, exploraciones y hasta desplazamienfos de poblaciones, en que los incesan– tes viajes marí±imos y terrestres vienen a ser como una forma normal de vivir para casi todos los con– quis±adores españoles y buena parie de los indíge– nas conquistados, aunque ya desde entonces empie– za a presentarse la nafural contraposición entre la movilidad y la estabilidad, eOOe el espírifu rena– centista, disparado hacia horizonfes desconocidos, y el espíri±u medieval o feudal, adherido a la tierra. En la colonia, necesariamente, la inquietud dispersiva tiene que remansarse, sosegarse, aquietarse, y has–

ta, domo quien dice, adormecerse o aletargarse, arraigar en la tierra, a fin de dar lugar a la •lenta ges±ación de un nuevo pueblo, fOl"1nado con elemen– tos difíciles de combinar en un auiéntico mestizaje racial y cultural, como el del pueblo nicaragüense. -Pero después de proclamada la independencia, sur– gió otra vez, con nueva fuerza, la nunca enteramen– te desaparecida movilidad. Cada vez más desarrai– gado de la tierra y separado y alejado de ella, em– pujado hacia las ciudades y aún hacia el extranjero, por las guerras civiles y su política, lo natural es que el nicaragüense, que al fin y al cabo lleva la movilidad en la sangre nuevamente se vieria "ha– cia fuera" -como señala Pablo Anfonio- es decir, hacia el mundo, no tan sólo en sentido geográfico y maferial, sino también en senfido culiural y espi– rifual. Todo, según parece, lo predispone a la uni– versalidad.

Lo que ha faUado es que esto impregne al pen– samiento nicaragüense y contribuya a la formación de la conciencia histórica del país. La propensión o inclinación a la universalidad ha sido más que to– do un elemento del carácter, una característica vi±al, por no decir biológica del hombre de Nicaragua, y

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por lo mismo algo instintivo o .nafural, que apenas se ha prestado a formulaciones inteleC±Uales. En los políticos y mili±ares que han ti:rttoneado nuestra historia, hombres de acción en su casi totalidad, cual. quier política universalista no es de extrañar que – fuera únicamente el resuliado de sus respec±ivas si– tuaciones existenciales. Es en este sentido, precisa_ mente, que podría decirse de cada uno de ellos en pariicular 10 que del hombre de Nicaragua en gene– ral, que encuentra su universalidad en su manera de ser hombre. No siento por eso mismo necesidad de racionalizarla. Son, desde luego, los intelectua_ les los que pueden y deben hacerlo.

Nues±ros intelectuales, naturalmente, por el solo hecho, creo de ser del país, han sido todos univer_ salistas, aunque hasta aquí ninguno ha' elaborado, que yo sepa -salvo, en cierta manera el docior Cuadra Pasos- nada que se parezca a. una teoría del universalismo nicaragüense. Pienso que más o menos ha ocurrido lo mismo en el resto de Centro– américa. Los intelectuales centroamericanos perte– necientes a la generación de la independencia, no solamente por la tradición católica de que procedían sino más inmediatamente por la formación que re– cibieron, parecen haber sido los más articulados en su universalismo -tanio del lado fradi<;:ional como del liberal- y algunos de ellos, si no rt'\e equivoco, hasta pensaron por su cuenta en el problema de lo centroamericano en relación a lo universal. El que tuvo sobre eso el concepto más amplio, y muy po– siblemente el más original, fue el sabio Valle, aun– que hasta ahora no conozco ninguna monografía o trabajo especial sobre ese aspecio de su obra. Pro– bablen1.enie algunas de sus ideas aún podrian ser válidas para nosotros en el mundo de hoy, pero no creo estar 10 suficientemenie familiarizado con la tolalidad de sus escriios para -poder puntualizarlo. Debo decir lo mismo sobre los otros intelectuales ceniroamericanos de menor esiafura, tanto de la ge– neración de la independencia como de las siguien– tes. En todo caso, es indispensable, por no decir ur– gente, alguna nueva elaboración o reelaboración o cuando menos una puesta a~ día, de ese tipo de ideas O cOncepciones' relativas a la universalidad ceniro– americana, ante las realidades del mundo acmal. Es un tl"abajo que desde luego debería corresponder a cada generación.

En las úUimas décadas del siglo pasado y en las primeras de éste, los inteleC±uales liberales de Nicaragua -salvo, tal vez, el General Moncada– puede decirse que no tenían acerca de la universa– lidad nicaragüense o de las cuestiones relacionadas con este asunto, lnás que conceptos de segunda ma– no. Sienlpre me ha parecido paradójico que se va– lieran de conceptos prestados para racionalizar ex– periencias personales y nacionales directas o que afectaban más direciamente a Nicaragua que a otros países americanos. El hecho es que sus ideas a este respecio -a juzgar por lo poco que de ellas se sabe o se dice- no pasaban de ~er una repetición de las de algunos escritores suramericanos, más o menos considerados como maestros entre cierios sec– tores del liberalismo ceniroam.ericano. Desde 1900,

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