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campo de sus investigaciones en Tabasco y Chiapas.

Aprovechó el invierno para descansar de las fa– tigas de su viaje y Para evaluar los resu1±ados de sus observaciones. así como preparar nuevos proyec– tos de viajes para el año próximo. La península de Yucatán era lo que más le interesaba al docior Sap– par. y para dirigirse a ella le pareció como la rufa más apropiada la de la Alia Verapaz. dando un rO– deo por el :l:erriforio de Belice. La salida se verificó en enero de 1894. Comenzó una marcha muy tra– bajosa con tres indios kekchíes, la que tuvo que pro– longarse hasía regiones poco conocidas en el propio centro de la península. Era una tierra que se había olvidado desde los tiempos en que misioneros atre– vidos penetraron en las selvas tupidas en los siglos XVI y XVII en busca del úllimo terriforio indepen– diente de los mayas, süuado en las orillas del Lago Petén. Otras parles centrales de Yucatán. quedaron aisladaa después de la sangrienta guerra de castas en el siglo XIX.

Luego Sapper marchó de Cebán a :fravés del sur del Pe:l:én has:l:a la ciudad de Flores y visüó las gran– diosas ruinas de Tikal. De allí, por el an:l:iguo ca– mino de herradura que corre del Lago Pe:l:én al orien:l:e. se dirigió hacia la fron:l:era de la colonia in– glesa. Descubrió las ruinas mayas de San Clemen– te que encontró a una distancia de no más de 200 metros del camino en medio de la selva¡ dibujó una planta del süio arqueológico y con:l:inuó su viaje de El Cayo (60 m.1 por Branch Moufh (35 m.1 y San Pedro (60 m.l rumbo norle, en seguida al oriente hasta Africa, süuada en el Labouring Creek, para bajar el New River, hasta llegar a Fireburn (20 m.1 y Orange Walk (20 m.l. Allí le informaron que su plan de marchar por el :l:erriíorio de los mayas de Chan Santa Cruz era irr.. posible a causa de la situa– ción polillca-social de estos indígenas, que se encon– traban todavía en es1ado de guerra con el Gobierno mexicano y se mos:l:raban hostiles con :l:odos los ex– :franjeros. Por eso Sapper decidió seguir o:l:ra ru:l:a a través del terri:l:orio de indígenas en es:l:ado de paz que residían en al centro de la península, donde vi– vían en pequeños estados prácticamente indepen– dientes y llamados Ixcanhá e Icaiché.

El viaje a Yuca±án resul:l:ó muy imporlante para el conocimiento geológico y morfológico del sur y cen– tro de la península. Desgraciadamen±e, se perdie– ron todas las muestras de piedras. rocas y fósiles re– cogidas en la rufa, ya que los cargadores de Icaiché secretamente las fueron botando. Creyeron el reco– ger de rocas una locura del sabio y que no valía la pena cargar con ellas. El fruio del viaje fué una imporlante diserlación sobre la geología de Yuca:l:án, que en muchas parles hasta ahora no ha sido su– perada.

Una segunda expedición, efecfuada por orden del Gobierno mexicano, obtuvo los primeros conoci– mientos sobre la geología de las regiones centrales de la península de Yucatán y del es:l:e y sureste del Estado de Chiapas. Muchas ·medidas hipsométricas hechas entonces son hasta hoy las únicas que exis– ten de estas parles del México transístmico. También las primeras observaciones modernas sobre la vida

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y la situaci6n cu1:l:ural y social de los lacandones en

el este de Chiapas, resultaron de suzna imporlancia, hasta que Alfredo M. Tozzer investig6 esta tribu :ma. ya escrupulosamente doce años más tarde, inaugu_ rando estudios más exacfos sobre la etnología de es– te pequeño resto de una población maya, en las sel. vas tropicales, que poco después disminuyó rápida_ mente, como lo prueba las visiías de otros etnólogos recientes, o sean la de Jacques Soustelle y las inves. tigaciones completas en nuestros días de los incan_ sables Franz y Ger:l:rudis Blom Duby. Gracias a su labor desinteresada y su simpatía con la suerie de– plorable de este resto de una población indígena que fué anteriormente la donlinadora en los bajos húmedos de Chiapas y Gua±emala, los dos salvaron los ú1:l:imos vestigios de su cul:l:ura para la ciencia etnológica. Con respec:l:o a Carlos Sapper, se puede decir que con su segundo viaje a México, fué un ini. ciador de la exploración geográfica de las comarcas transís:tm.icas de aquel país.

Después de un prolongadCl descanso, sali6 CCln sus indios kekchíes en tren hasta La Ceiba, donde en esta época terminaba la línea cuya prolongaci6n se proyectaba por San:l:a Tecla, hasta la capital de San Salvador. Sapper :tomó la misma ru:l:a que hoy co– rresponde a la carretera iniernacional. En Santa Tecla tomó otra vez el tren llegando a San Salvador el 6 de febrero de 1895. Este ferrocarril está hoy suspendido, después que se ha construido la línea que circunda al norle los declives del Volcán de Bo– querón, pasando por Sitio del Niño y Quezaltepeque. Se ve acfualmen±e en la línea vieja un terraplén sin rieles, a cuyo lado se construyó paralelamente la ca– rretera internacional entre la capital y Sania Tecla.

Carlos Sapper fuá acogido muy generosamente en la animada capital salvadoreña por el doctor Pro– we, médico alemán muy aficionado a estudios geo– gráficos y etno16gicos en esía República. Pronto empezó su viaje más al este del país, marchando a pie. Escogió una rufa que rodea al sur el Lago de nopango, y pasando por los pueblos de San Marcos, San Miguel Tepezon±es y San Juan Tepezon±es, cru– zó el profundo barranco del Rio Jiloá y subió en dirección nordeste a Santa María Os:tuma. Subi6 a la cúspideorienfal del Volcán de San Vicente (2,175 m.l desde el pueblo de Verapaz (620 m.), situado en la hermosa planicie al pie de este cono doble o Chichontepec, y bajó por istepeque (560 m.) a la ciudad de San Vicente 1450 m.l.

Quien alguna vez ha a:f:ravesado el oriente de El Salvador en los meses de febrero y marzo, recor· dará las molestias causadas por el fino polvo de la vege:taci6n en un gris monótono que, además, im·

porluna la respiraci6n y cubre el cielo con sus finí· simas corpúsculos, obscureciendo el horizonte y las perspectivas del paisaje. Cuando a esto se asocia el humo menudo que producen las rozas a fines del ve– rano, desde marzo hasta abril, una capa pardo-gri– sácea cubre el país, del que se destacan solamente las cimas de los volcanes que sobrepasan los 2,000 metros de aliura absolufa. Todavía más energía exige el ardor del suelo para que el viajero sopor:te física y men:talmen±e las fatigas de las jornadas. y

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