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Se le encarg6 el frabajo de reconstruir la forre ateniéndose en todo el estilo de la que había sido derruída a canonazos, de la cual no existía más que en el recuerdo en la memoria de los que la co– nocieron, por lo que fue difícil imitarla, limitándo~

se el maestro Esteban -en cuanto estuvo de su par–

fe- a hacer una sin haber logrado, por supuesto, superarla, como ostentosamente aparece en la ins– cripción puesta al pie de la torre que dice: "Restau– rada y "mejorada" el año de 1862", lo cual no pasa de ser una alabanza propia. Supongo que fué ese un reto, -fachendoso y disimulado-- muy granadi– no por cierlo, lanzado a los que habían sido sus des– iruC±ores, los democráticos.

Como ninguna copia resulla igual a otra, me– nos si no se tiene por delante el modelo, el maes– tro Esteban para imitar en algo a la vieja torre, co– 10c6 alrededor del cimborio un tejido de calicanto, en fonna de encaje o rejilla, haciendo cadena, ador– no muy usual en todos los templos de la época, igual al ático continuado que lleva en todos sus frentes la Catedral de Le6n, el mismo que tienen las parroquias de Jinotepe, Rivas, Masaya y la de Nan– daime.

Este ornamento que tenía la torre, en el andar del tiempo, se vino deteriorando, hasta llegar a des– truirse por com.pleto. No obstante, los operarios que subieron para hacer el trabajo de colocar los chil– tepes, aseguraron a Monseñor Mejía y Vílchez que existían en las jarras o basijas angulares -clásicas de la época- señales de las junturas de ese cuerpo ornamental que había allí, y que en el suelo del piso volado, al pie del cimborio, se veían las hue– llas de los cimientos de algo que en ese lugar había existido antes.

Pero hay algo más todavía. recuerdo que cuan– do era yo un muchacho de 14 a 16 años, acostum– braba subir hasta lo más alfo de la torre. Eran mis compañeros en estos refozos juveniles, Joaquín Vi– ji! Lejarza, Carlos Lacayo Vivas, Francisco Osorno Rojas y Ernesfo Brown, fodos vecinos de la Merced, y fengo presenfe haber visto, los vestigios de la de– ruída cornisa la que nosotros mismos nos compla– cíamos en acabarla de deslnoronar y descascarar. Brown era mayor en edad que nosotros, o pa– recía serlo. Ya componía alfares de solo ver a don Justo Gayfan, otro personaje de la Merced, que era el ornamentador de la iglesia. Brown se vestía de monaguillo y ayudaba al sacerdote en el altar, lle– vaba la cruz alfa en los entierros y procesiones, y hacía las veces de perliguero. Nosotros íbamos por brasas para el incensario a las casas vecinas, encen– díamos y apagábamos las velas del alfar, y echába– mos a vuelo las campanas cuando había que repi– car duro en las grandes solemnidades de la litur– gia.

Todavía percibe mi olfato el olor acre y repug– nante de las deyecciones de los murciélagos que abundan en esa torre de la que han hecho su ma– driguera, como mis compañeros y yo habíamos he– cho de ella nuestro refugio preferido cuando andá– bamos huyendo de no ir al colegio.

De modo que "un yo 10 ví" vale más y echa por tierra a cien afinnaciones en contrario, así ven– gan esfas de Don Eduardo Pérez Valle, o de Don Francisco Pérez Estrada, quienes pueden ser muy en-

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fendidos en Arte Colonial y conocedores de laarqui.. fectura hispanoamericana, pero ninguno de ellos ha

llegada a la edad de cincuenta años, mientras YO

soy mayor de 84 y el diablo sabe más por ser viejo que por ser diablo.

He traído a colaci6n estos recuerdos como ante_ cedentes probatorios de que esa forre me es familiar y esfá íntimamente ligada a mis años de adolescEln~

cia, y por consiguiente, mal puedo abrigar despre_ cio por ella, antes bien es de las cosas que me Son más caras, de fal modo que si no veo diariamente la hora en el reloj de la Merced, mi espíritu langui_ dece y se apodera de mi ánimo el spleen del que pa– decen los ingleses, y la nostalgia del terruño que hace suspirar al proscrito por su tierra natal. Con esos reouerdos que estaban grabados en mi memoria, aproveché la ocasi6n de la colocada del reloj nuevo, para proponer a Monseñor Mejía Vílchez la restauración de esa parle de la torre, tal como la conocieron mis ojos en los días de mi infancia, y encontré en él la más franca acogida a mis pro– yectos de reparar el desperfecto que yo mismo ha– bía contribuído a causarle a la torre en su estructu– ra original, restaurando en su prístina fonna, lo que había sido dañado por la acci6n del tiempo y la travesura de nuestros años mozos.

El añadido que se le ha puesto a la torre es el

restablecimiento, la resfifución que la ciudad hace al

más querido de sus monumentos hist6ricos. Pegos. te que se le ha puesto a la Merced es la Casa Cu– ral, 10 mismo que es pegoste la Residencia de los PP. Jesuitas de Jalfeva. En ambos casos se ha co– metido un disparate garrafal al quitarle a esos tem– plos la visual de uno de sus costados, perjudicando el buen aspedo que presenfa un edificio de tres fren– tes, cegando uno de ellos, cuando había espacio su– ficiente para edificar sin el consiguiente defecto ano– tado.

Yeso de que no deben tocarse las obras anti– guas no es del fodo cierlo. El Padre Pérez trans– fonn6 la nave del Santísimo haciendo de ella una joya de arle, pero apartándose del estilo exterior de la Merced, el Padre Romero (hoy Monseñor) levan– tó una Cúpula, de estilo romano, que le ha dado a la iglesia aspecto catedralicio pero cuyo estilo en nada se acomoda al jónico del frente, la niña Eme– lina Bennúdez termin6 la nave de Dolores siguien– do el esiilo del resto del interior del templo, que es otro del de su parle exterior, Ya antes, Don Sal– vador Ximenez, siendo Cura el Padre Pereira, ha– bía cerrado los boquefes que para colgar campanas había en el frontispicio, habiendo quedado solamen– te dos de esos boquetes en la espadaña, los que se piensan cerrar igualmente para colocar en ese trián– gulo una alegoría religiosa, probablemente las insig-, nias papales. Como puede verse, se han venido in–

troduciendo mejoras, a medida que se ha visto quE!,

son necesarias hacerlas, no obstante estar la Merced completa y tenninada, sin que haya nada que h a 1,

cerle, según opinión de un entendido en arle colonia! y estudioso hombre de antigüedades Don Eduardqj

Pérez Valle. ¡iií~

La misma Giralda consfruída el año mil de llli era cristiana, ha sufrido modificaciones. En el sigltl

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