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hablé, y que corre en nuestros países, como un hecho cierto, por lo menos en Nicaragua: que todas las mu– chachas americanas reciben el mismo grado de cultura y educación social, lo cual no era así.

Para poder apreciar justamente lo que es un hogar americano, por lo menos de la ciase media- pues en la millonaria y la proletaria con respecl0 a la primera, hay sus cliferencias bien marcadas; para apreciar, digo, lo que es un verdadero hogar de dicha clase, hay que tener la oportunidad de ser introducido a él y ver sus sencillas costumbres, sus modales urbanos y su decente compor– wmiento con los extraños. No obstante que esas mu– chachas reciben una educacion libre, de cierto modo, en la escuela, conservan siempre su fondo moral sin hipo– cresías, ni cortedades, ni fingidos aspavientos, y por lo mismo, se dan a respetar.

Indudablemente hay, entre la educacion en gene– ral de las juventudes hispanoamericanas y las de Norte América una gran diferencia, siendo, en todo sentido, mejor las de estas últimas, para la vida en sociedad. Fuera de esta deficiente cultura social, me refiero a los jovenes hispanoamericanos que llegan a los Es– tados Unidos a estudiar, la mayoría puede calificarse de falta de buena preparacion intelectual. Las excepcio– nes son muy contadas y éstas saben aprovechar en los estudios que siguen en Colegios y Universidades, mien– tl'as que la mayoría, como antes digo, pierde su tiempo, CClbalmente, por su escasa o ninguna preparacion, y en algunos casos, hasta por no aprender ni siquiera el idio– ma inglés.

De los estudiantes hispanoamericanos que llegaban a Nueva York, me refiero a la época de que hablo, fines del siglo XIX y principios del XX, pocos de ellos asistían a las escuelas primarias y a las secundarias públicas, donde se estudia bien el idioma inglés, e iban a matri– cularse en los colegios privados donde la enseñanza no em entonces muy amplia yola disciplina floja y pasa– ban en ellos, uno o dos años a lo más. De ahí, que al volver a SUs respectivos países, adquiriesen superficia– les conocimiento, y muchos de éstos, ni aún el inglés po– dían hablar ni escribir correctamente, como ya lo he di– cho antes.

No pasaba lo mismo con los que iban directamen– te a matricularse en las Universidades. Estos se veían obligados, mal que bien, a estudiar inglés y lograban obtener sus diplomas de ingeniero, médico o dentista; pero casi ninguno de estos estudiantes ingresaba a la de leyes, y muy pocos, a las escuelas de Filosofía o de Sociología, donde pudieran obtener empleos y solidos co– nocimientos humanistas, los cuales requieren allá como se sabe, .un perfecto conocimiento del idioma inglés. Por manera, pues, que la mayoría de esos estu– diantes hispanoamericanos, poco grado de cultura po– dían obtener en esas magníficas universidades ameri– canas, fuera de las materias científicas de medicina, ci–

I ujía, o dentistería y de ingeniería como ya he dicho. El defecto principal de los estudiantes hispanoame– ricanos que van a los Estados Unidos, se debe, a mi juicio, a la pretension que tiene la mayoría de elTos, de creerse muy inteligentes, cuándo no, talentosos, lo que les incapacita profundizar los estudios en general, y, además, su superficial conocimiento del idioma inglés, que es necesarísimo, y aún fundamental, para ser buen

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alumno en las universidades norteamericanas. Y si se trata de materias artísticas o de literatura, el caso es peor. Mientras los estudiantes hispanoamericanos que llegan a los Estados Unidos no cambien su modo de ser y ni se curan de prejuicios, no podrán obtener una bue– na y completa educacion en los Estados Unidos. Hay, por supuesto, como he dicho, sus excepciones, pero és– tas son muy pocas, tratándose de la gran cantidad de estudiantes que, año con año, llegaban en aquella épo– ca a principiar o a completar sus estudios.

Podría citar muchos ejemplos de los estudiantes his– panoamericanos fracasados en los Estados Unidos du– rante el tiempo en que yo viví en ese país, pero sería una lista interminable de nombres que nada añadirían a esa triste realidad. Numerosos fueron los estudian– tes que en esa época regresaron a su país con defectuo– sos o superficiales conocimientos, y otros que ni siquie– ra aprendieron el idioma inglés.

El progreso de los estudios literarios en los Estados Unidos, alcanzado en esa primera década del siglo XX, me causo admiracion. El grado de cultura humanisla en las Universidades de Columbia, Yale, Harvard, Cor– nell y Fordhan, en el Este, así como en la Catolica de Washington y en la de Stanford o San Francisco y en otras de menor importancia, era notable y tan avanzada como el que se recibe en las viejas universidades euro– peas. No solo se hacían en las norteamericanas inten– sos estudios de Griego, Latin, Francés e Italiano, sino que también se había despertado en ellas el interés de conocer no solo la lengua castellana sino la literatura clásica del siglo de Oro¡ y a este proposito cabe recor– dar aquí las conferencias que dio en Columbia en esos mismos años, el notable profesor hispanista don Ramon Menéndez Pidal, sobre el Romancero, conferencias que tu– vieron buen éxito, como era natural, entre la gente cui– ta de Norteamérica.

Pero de todo ese acervo de cultura humanista que ofrecían esas universidades, poco muy poco podía ser adquirido por los estudiantes hispanoamericanos por las mismas causas anteriormente mencionadas.

Ahora, debo hablar sobre los Museos con que con– taba Nueva York a mi llegada a dicha ciudad. Llevado por 'mi aficion al arte, y no obstante mi ignorancia en esta materia, visité, no una, sino varias veces, el edificio del Museo de Bellas Artes, situado en el Parque Central, calle 83 del Este y la Quinta Avenida. Fue en ese espléndido museo que pude contemplar por vez primera, tanto las obras de pintura y de escultura originales de la época clásica, como las magníficas co– pias que de esas mismas creaciones se exhibían en sus amplias salas. Entre las primeras, me entusiasmo la be– lla tela del Tiziano: el Matrimonio de Venus y Marte. Quedé extasiado contemplando la obra maestra de ese pintor veneciano, a quien se considera el primer pintor colorista y el artista más grande de dicha escuela. El Tiziano, dice un autor, es el Maestro que con "su per– fecto equilibrio hace gozar con la misma intensidad a los sentidos y al espíritu", yeso misma impresion me causo a mí, su tela del Matrimonio de Venus y Marte. Ví allí, otras tantas pinturas clásicas y del arte mo– derno, algunas de artistas norteamericanos, y me sen– tía entusiasmado ante esas grandes creaciones del ge– nio.

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