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« Previous Page Table of Contents Next Page »El) ese primer día visitando el Museo de Bellas Ar– tes de Nueva York, sentía agradable fruicion mirando el notable conjunto de producciones del arte humano ex– hibido allí. Me sorprendía tanto, la enorme estatua ecuestre del Condotiero Bartolomeo Colleoni, obra del Ve– rrochio, aunque ésta, del Museo de Nueva York, fuese una copia del original, como ocurre con el de la grandiosa concepcion del Moisés de Miguel Angel que se conserva en el Vaticano. Pero esas dos copias, como las otras del arte griego, del romano y del Renacimiento, que el museo neoyorquino conserva en sus numerosas salas, son admirables, y yo, aunqve ignorante para juzgar con acierto sobre ellas, no dejaba de recibir agradable im– presion: Para un espíritu como el mío que al llegar a Nueva York, nunca antes había gozado de la oportuni– dad de ver un museo de arte, era natural quedar exta– siado y asombrado frente a tanta obra genial de pin– tura y escultura y no encontraba palabras para expresar mis impresiones.
Era tan grande la cantidad de aquellas obras de arte, que desde mi primera visita resolví volver al Mu– seo para poder formarme idea de todo lo valioso que en– cerraba ese centro de Arte. Efectivamente, mientras yo viví en Nueva York lo visité con frecuencia y cada vez que llegaba encontraba algo nuevo que llamara mi aten– cion y me causara admiracion; pero como pasa con un profano como yo, que nunca antes había tenido la opor– tunidad de estudiar esas dos materias, pintura y escul– tura y nunca tampoco antes de mi llegada a Nueva York, había contemplado una obra clásica original, miraba esa riqueza artística allí reunida, sin poder apreciarlas con verdadero sentido artístico y no dejaba de sentirme hu– millado por mi ignorancia; pero como asimismo tenía ofician innata por toda obra de arte, gozaba íntimamen– te contemplando esas grandes creaciones del genio. Las pinturas con sus dibujos y maravillosos coloridos, las es– culturas de mármol, las cerámicas, los objetos policro– mados antiguos que yo veía, golpeaban mi mente y quedaba emocionado. Era todo lo que yo podía expre– sar; pues carecía de conocimientos básicos para apre– ciarlos en todos sus detalles. Sin embargo, volvía una y otra vez al Museo, a gozar con solo la vista!
En el Museo se exhibían también unas tantas obras del arte chino, todas valiosas con dibujos filigranados en oro, de un gusto artístico inimitable. Estas obras de ar– te chino fueron adquiridas por el gobierno norteamerica– no, y obsequiadas por éste al Museo de Nueva York. Eran trofeos de la guerra boer al tomar Pekín. Este pro– cedimiento no era nuevo. Así lo han hecho otros países. Más tarde visité también el Museo de Brooklyn que contiene asimismo, obras de arte maravillosas, dignas de admiracion aunque no de la calidad y cantidad co-
mo las que se exhiben en el de Nueva York. Sin em:'. bargo, en el de Brooklyn se ha logrado reunir algunas· obras de arte que llaman la atencion de los expertos; y . es menester para apreciarlas bien, visitarlo con despa– cio a fin de formarse una idea de que también dicha ciudad aunque en menor escala, puede mostrar 01 públi– co en general y a los estudiantes en particular, buenas y raras obras de arte antiguo y moderno.
Todo ese empeño llevado a cabo en estos dos mu– seos, revela en los norteamericanos el deseo de estimu– lar entre sus connacionales la ofician a la pintura y a la escultura, como lo han hecho en lo que se refiere a la música. De este arte me ocuparé en un trabajo especial que escribiré después del presente.
Por esto mismo no sería aventurado afirmar que los Estados Unidos, país joven en relacion con los de Euro– pa y aun puede decirse, con los de Sur América, están llamados, por su inteligente ofician al arte, y sus capa– cidades y energías en toda materia de progreso, tanto intelectual como material, a ponerse a la cabeza del mun– do como una nacion capaz no solo de reunir dentro de sus fronteras el mayor acopio de obras de arte antiguo, sino también de prodUcir las suyas propias. Cuentan para lo primero con dinero y no omiten esfuerzos para realizar sus propositos de enriquecer sus museos parti– culares y los pL blicos; y al mismo tiempo, no carecen de cualidades, de entusiasmo y de aficion a la cultura en general, para hacer de este gran país, un centro de cultu– ra humanista, no obstante su progreso material. Por otra parte, ya cuentan también, con hombres de ciencia, otros expertos en arte pictorico y escultorico, con eficientes investigcldores y eruditos, así como doctos pro– fesores en sus grandes, bien dirigidas y administradas universidades y Colegios.
Ya los Estados Unidos no son hoy, hablo de lo que pude apreciar en 1903, el mismo país de gente crédula de hace cincuenta años, que compraba obras de arte, sin tomar en cuenta si eran o no legítimas y por las que lle– garon a pagar sumas elevadas. No. El público norte– americano de hoy, me refiero a la clase educada, cuenta con elementos preparados para conocer y apreciar lo que es una obra de arte clásica, y por lo mismo, su valor. Fuera de esto, ha sabido y los hay todavía en la ac– tualidad, coleccionadores de obras de arte adquiridas en Europa, es verdad que pagando por ellas precios fabulo– sos, y que van poco a poco cediendo a los Museos pú– blicos, como lo ha hecho hace poco, John Pierpont Mar– gan, millonario y poseedor de una de las mejores colec– ciones de arte antiguo de gran valor artístico, considera– da dicha coleccion como la mejor que existe en el mundo en manos de un particular, quien generosamente la ha cedido al Museo de Bellas Artes de Nueva York.
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