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de los Jefes de la revolucion. "Don Goyito", además, me insinuaba en su mensaje que yo regresara a Managua a defenderme personalmente de los graves cargos que se me hacían, ofreciéndome, él, asimismo, sus servicios. Inmediatamente y después de traducir ese despacho, dirigí un telegrama, también cifrado, al General Zelaya, negando rotundamente la especie, que para mí no era otra cosa que una infame y audaz calumnia, inventada por los revolucionarios para causarme daño. Asimismo, le informaba de mi resolucion de regresar a Managua en el tren de la mañana siguiente. Me encontraba a esas horas sumamente nervioso e indignado, por la calumnia de que era víctima; pero con mi conciencia tranquila. A las 7 de la noche conversé por teléfono con doña Blanca. Esta buena amiga me informo que el General Zelaya no creía la acusacion y, que en tal sentido, me contestaría el telegrama que yo le había dirigido. Efec– tivamente, a media noche, recibí el telegrama del Gene– ral Zelaya, en el que me decía, poco más o menos, que él no había hecho caso de la declaracion del prisionero porque no la creía verdad, y que yo debía continuar mi viaje a Nueva York sin otras preocupaciones. Este tele– grama me lleno de tranquilidad y pude dormir algo en el resto de la noche. El original de este telegrama, lo remití por correo al día siguiente, a mi padre con una carta mía informándole del incidente.

Voy a dar la explicacion -según datos que más tarde se me facilitaron- de como fue urdida esta burda

y malévola intriga en mi contra y como obtuvieron las claves los revolucionarios conservadores.

Tan luego se supo en Managua la capiura del Victoria, ocurrida el 19 de Mayo como ya se ha referido, don José Dolores Gámez se traslado a GíOnada, unO o dos días después del 19, y se constituyo, el mismo, en juez investigador para tomar declaraciones a los prisio– neros de guerra. El Presidente Zelaya no le dio ninguna comision y entiendo que no supo nada del viaje de Gá– niez a Granada hasta que éste regreso con sus informes. Entre los preguntados por Gámez estaba Eliseo Lacayo, protegido suyo, y quien se manifestaba temeroso de su suerte por no haber cumpiido las ordenes de pre– caueion que el Presidente le había dado, por medio del Comandante de Armas de Granada, a fin de que el Victoria nO fuera capturado por los revolucionarios. Gámez, que conocía todo esto, le ofrecio toda clase de garantías y obtuvo de ese individuo la declaracion en contra mía, tal como se lee en el despacho anterior que don Goyito me envio a Corinto. Con la declaracion de Eliseo lacayo, Gámez regreso a Managua y la puso en conocimiento del Presidente Zelaya, sugiriéndole, el mis– mo Gámez a don Goyito, que la comunicara a mí y me indicara la conveniencia de mi regreso a Managua. Para mí, Gámez era, casi se puede decir, un enemi– go gratuito desde mi llegada a la Secretaría Privada por no ser yo santo de su devocion en ese puesto. Además,

Gámez estaba también contrariado por mi nombramiento de Consul en New York, cargo que él gestionaba en fa– vor de su yerno, Charles Mercury, que con su esposa María Gámez, vivía en esos días en los Estados Unidos. Cosas todas que, en un hombre de su temperamento impulsivo, como el suyo, influyeron en él; y el plan fol" jado, indudablemente, por el mismo Gámez consistía, de preferencia, en procurar la cancelacion de mi nombra·

miento de Consul, y después, dejarme en mala posicion frente al Presidente. Pero, corno se vé, Gámez fracaso en sus intentos, gracias al buen sentido del Presidente no dando éste crédito a la calumnia inventada que tení~

toda la forma de una malévola intriga. Zelaya tenía absoluta fe en mi lealtad y, además, me manifesto siempre, como lo he dicho antes, especial cariño y nunca se le paso por la imaginacion que yo fuera capaz de tal villanía. Tanto es así, que mientras permanecí en la Secretaría, fuí el encargado de descifrar todos los despa– chos que se recibían en la presidencia y poner en clave los que se dirigían a otras autoridades, y por lo mismo, las claves permanecieron siempre bajo mi custodia, por– que el Presidente confiaba en mí.

Antes de continuar, debo hacer una salvedad. No creo que Gámez fuese el que iniciara la calumnia; sino que, por las razones antes dichdS, considero oportuno aprovecharse de la declaracion de Lacayo para llevar a cabo su proposito de desbancarme.

La calumnia, de acuerdo con informes posteriores que he adquirido, fue obra de los revolucionarios, según dicen unos, mientras otros, dudan que estos últimos la hubiesen inventado. Creen éstos, que Gámez en la forma de preguntas hechas a Lacayo, le insinuo la idea de imputarme a mí ese hecho, y como ya lo dije antes, lo haría Lacayo para salvarse de las responsabilidades que le acarreaban la entrega del vapor Victoria en San Ubaldo en Marzo de 1903, sin disparar un tiro.

El año de 1905 regresé a Nicaragua y, hablé con el Coronel José Santos Ramírez, quien todavía era Director General de Telégrafos, sobre el asunto de las claves. El me informo lo siguiente: .

Después del fracaso de la revolucion del Lago, dice Ramírez, el Presidente Zelaya recibio denuncia de que un telegrafista de los empleados en la oficina del Campo de Marte mantenía relaciones con un individuo de Mana– gua, conservador y enemigo del Presidente Zelaya, relacionado con los organizadores del movimiento revo–

lucionario del lago.

El Presidente, tan luego recibia la denuncia, des– tituyo al telegrafista y lo mando a detener, incomuni– cado, el1 la Penitenciaría, mientras se investigaban los hechos denunciados, consistentes en entregar a aquel conservador copias de los despachos telegráficos que salían o se recibían en la Oficina Telegráfica del Campo de Marte, cosa que se logro averiguar. Mientras se lle– vaban a cabo otras investigaciones, el telegrafista acu– sado, se fugo de la Penitenciaría trasladándose a Costa Rica; no sabiéndose, dice Ramírez, como pudo el acusado fugarse de la Cárcel. Después de su fuga, se averiguo 10do: el individuo en referencia sacaba copia de los despachos y los entregaba a otra persona.

Ramírez finalmente, me agrego: "El telegrafista iba a ser sometido a Consejo de Guerra porque los emplea– dos de telégrafo, figuraban como miembros del ejército y corría peligro de que se le condenara". Hasta allí lo que refería el Coronel José Santos Ramírez.

El año de 1943, me encontré en San José de Costa Rica, con el indiciado. Hablé con él, sobre el mismo asunto de lo ocurrido en Nicaragua y me confirmo la version del Coronel José Santos Ramírez de que había sido denunciado, ante el Presidente Zelaya, haber entre– gado copias de unos despachos telegráficos a Salvador

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