Page 83 - RC_1966_05_N68

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Cerca de quinientas yardas sobre la cÍlna, el des– censo, hacia el Pacífico, comienza más o menos abruptamente; y es más precipitado que por el lado que ascendimos. Montañas aun más altas apare– cen hacia el Este en dirección de Panamá y Chagres. Al noroeste, una inmensa e ininterrumpida cadena de montañas se presenta a la vista hasta donde el ojo alcanza; y aquí y allí, varios elevados picos ais– lados teniendo la apariencia de volcanes, se levan– tan de la cadena. Tuve una clara y distinta vista de ambos océanos; muchas de las islas en las Lagu– nas de Bocas del Toro y Chiriquí en el Atlántico se veían claramente, mas no pude ver a Quibo, ni nin– guna de las islas del Pacífico, que pensaba que si estuvieran bien trazadas en el mapa hubieran sido visibles. Las inmensas florestas de árboles magní– ficos que vegetan en las riberas de todos los ríos del país y cubren las montañas hasta sus mismas ci– mas, impiden el seguir el curso de los ríos; sin em– bargo, el país, desde el sitio en que obtuvimos esta deliciosa vista, presentabba el mapa de una inmen– sa floresta, diseñada en gran escala por la Naturale– za.

Corno se aproximaba la noche y hay muy poco crepúsculo en estos climas, los Indios estaban impa– cientes por descender y con pena abandoné el risco desde el cual había contemplado tan espléndida vis– ta. Bajarnos por la cañada y habiendo recogido una cantidad de hojas de plátanos, ascendimos por uno de sus lados y recogiendo leña encendimos una fo– gata en la que nos cocinamos la cena de carne de zahino que habíamos traído.

Me eché sobre mi cama de hojas de plátano y habiéndome encomendado a Aquel cuyas magnífi– cas obras había estado admirando, y quien, por su Providencia, guía igualmente a Indios y Europeos, me sumí en un profundo reposo con tan completa sensación de seguridad, corno si hubiese estado en medio de la civilización y rodeado de numerosos amigos y parientes.

A la primera aparición de la aurora, pusimos nuestras escopetas en orden y descendimos la mon– taña a paso rápido. Tirarnos varios guams y loras, y al medio día llegarnos a las chozas donde encon– tramos a las mujeres en perfecta seguridad. Ha– biéndonos refrescado y descansado, nos prepararnos para el viaje de regreso, cada cual llevando su pro– porción de provisiones y de caza, producto de nues– tra expedición. Llegarnos a nuestro establecimien– to después de la caída del sol, muy fatigados, pero satisfechos del resultado de nuestra gira.

Inmediatamente después de nuestro ingreso, tu– ve una buena oporlunidad de cerciorarme hasta dón– de podría uno confiarse de que los Valientes repe– lieran cualquier intento de invasión de parle de sus enemigos. Encontré el establecimiento considera– blemente alarmado y a toda su población sobre aler– ta. Un extraño barco de guerra había llegado a la laguna y había anclado en la boca del río Chrico Mola, después de haber disparado contra dos canoas pescadoras de los indios Valientes, sin duda alguna corno señal para atraerlos hacia el barco; pero los Indios, tornando eso corno indicio de hostilidad, se lanzaron al agua, nadando llegaron a la ribera y dieron la voz de alarma de que se acercaban los Españoles. Una bandera roja había sido izada en

una pequeña isla en la boca del río, probablemente corno señal para los nativos de que llegaran a ese lugar; mas cuando esas gentes oyeron el sonido de los tambores y el disparo del cañonazo vespertino, llegaron a la conclusión de que serían atacados, es– pecialmente cuando una canoa llegó con el informe de que había visto un bote grande cargado de Euro– peos armados que iban río abajo, un poco más allá del primer raudal. Encontré a los Indios llevando a sus mujeres, niños y perlenencias al otro lado del río, a la seguridad de los bosques; y corno por este ±iem.po yo tenía una considerable cantidad de ca– rey, zarzaparrilla y otros productos bajo mi cuidado, expresé mi parecer de que si eran Españoles u otros los que venían con intenciones hostiles, era proba– ble, que habiendo reconocido el campo, intentaran forzar su paso, durante la noche, o muy temprano de mañana; y que si se les permitia pasar los rau– dales, la destrucción del establecimiento era inevi– table; pero que si se luchaba en cada raudal Suce– sivamente, podríamos defendernos fácilmente no só– lo contra las gentes de este barco sino contra cual– quier fuerza que se echara sobre nosotros. Los Va– lientes se pusieron de acuerdo conmigo con verda– dero entusiasmo.

Distribuí entre ellos las escopetas que tenía pa– ra la venta. Además, recogimos cuaren±i±rés mos– quetes y escopetas, junto con lanzas, arcos y flechas en las diferentes chozas a lo largo del río. Les re– parlí unos barriles de pólvora y todas las balas que tenía almacenadas. Los hombres se apostaron en los distintas raudales corno si el ataque hubiese co– menzado, y todos estaban confiados del resultado. Por la mañana una canoa grande armada fue enviada río abajo para hacer un reconocimiento y se encontró con el Capitán Cox y algunos oficiales del bergantín de Su Majestad "Sheerwater" que ve– nían río arriba en un bote grande, manejado por tres de los Valientes. El Capitán Cox me informó que navegando a lo largo de la costa hacia San Juan, debido a calmas y fuerles corrientes occiden– tales fue arrastrado a sotavento de Bocas del Toro, y habiendo oído que había un establecimiento In– glés en Chrico Mola, la curiosidad y el deseo de ser úfil a sus paisanos le indujo al empeño de encon– trarlos.

Todos estos oficiales permanecieron conmigo hasta el siguiente día. La curiosidad atrajo a un buen número de Valientes, quienes se congregaron alrededor de mi casa para ver a los extranjeros, cu– yo comporlamien±o fue ordenado. Las doncellas Valientes fueron muy admiradas y mis paisanos es– tuvieron contentos de admitir, que, por lo general, estas gentes eran muy superior a la de cualquier otra tribu que hayan visto en la costa. Cuando el Capitán y los Oficiales se despidieron me expresa– ron su satisfacción por la visita. Les proveí de pro– visiones frescas que pude recoger en tan corlo tiem– po, así corno de curiosidades indígenas que había coleccionado y las que pude conseguir entre mis amigos Valientes. Los Indios que los acompañaron al barco me trajeron de regreso té, café, azúcar y vi– no; yo, para reciprocarles, hice que mis amigos siguieran al Capitán Cox a través del canal de las Montañas Partidas, en la laguna de Bocas del Toro, con unas docenas más de aves, plátanos, etc.

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