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« Previous Page Table of Contents Next Page »Ya fuese que no supiera del celo de los nativos, ya que no iuviera la debida precaución, él no pudo elu– dir la observación de aquellos. Uno de ellos pidió un Concejo de caciques, quienes al siguiente día lla– maron al mulato y le exigieron que les entregara al español para sacarlo de su territorio. Se le aseguró que no le ocurriría ningún daño y que se le provee– ría de una canoa y de todo lo necesario para que pudiera llegar a Porlobelo, o a algún otro silio se– guro. De acuerdo con el arreglo parlió acompaña– do de algunos nativos, quienes se encargarían de verlo salir. Los nativos volvieron dos días después pero el español nunca fue visto de nuevo por los tra– ficanies. No dudo que lo mataron para evitar el riesgo de l.nolestias de parle de los Europeos en lo referente a minas de oro en su país.
A pesar de este caso, a menudo en mis andan– zas de cacería, me detenía a buscar oro, especial– 1'nen±e cuando el paso estaba obstruído por zanjo– nes Y cauces secos que bajan de las montañas; pero por enionces no estaba familiarizado con las indica– ciones del precioso :metal, y nunca consideré segu– ro, o prudente, el per:rnanecer estacionario por un período de tiempo en estos lugares solitarios tan re– 1'notos de la habitación de los hombres.
Al regreso de una de mis excursiones el cacique del esiablecimiento, llamado por los traficantes Jas– per Hall, me dijo que algunas de las mujeres habían descubierlo las huellas de un exiraordinario anÍInal que las había llenado de terror; y que ninguno de los cazadores podía dar, por la descripción, qué era; las mujeres insistían que sólo podían ser: huellas del Demonio.
El cuento excitó mi curiosidad; y no dudando que podría llegar a ser un anÍInal, probablemente desconocido en Europa, le persuadí a for:rnar una parlida de caza e ir en su búsqueda. Jasper, otros ires hombres y yo, bien proveídos para permanecer una noche o dos en los bosques, si fuese necesario, salimos al romper el alba, bien arn'1.ados, y llevan– do a tres de las l.1.1.ujeres corno guías.
De3pués de caminar por cuatro horas por rum– bos desconocidos, llegamos a una cañada profunda por la que ascendÍl.nos por cerca de una rCLÍlla a un lugar donde las huellas eran visibles. Al llegar al sirio Jasper prorrumpió en carcajadas y me gritó: "Eh., Rober±o, huella diablo aquí'" y al investigar en– contré que las tales huellas eran las señales de mis zapatones de zuela claveteada que había dejado allí en una de n1.Ís excursiones. Habíamos llegado a la cañada por distinI0 rul.1.1.bo del que yo había llega– do a ella y me diverlí al darme cuenta que había llegado tan lejos sólo para enéonfrar:rne con mis pro– pias huellas.
No me detendría en tan nimia ocurrencia si no fuera que además de ser indicativa de la mentalidad indígena, fue motivo de una excursión que tenía mu– chos deseos de realizar. Nos encontramos con di– versas piezas de caza, mas no había disparado un sólo tiro, por temor de espantar al emaño animal en cuya búsqueda íbamos. Las mujeres habían traído plátanos y casabe, y ahora nos propusÍInos pasar un par de días en los bosques y empeñarnos en cazar algo para llevar a casa. Los indios erigieron unas rudas chozas en el lugar y se dejó que las mujeres les pusieran techo de hojas de plátanos salvajes.
Proseguirnos el ascenso de la cañada por un buen ra:ro y por fin oí:mos el ruido del pecari o zahino y poco después descubrimos una manada de cerca de cien anÍl.nales. Matarnos cerca de veinte y la deto– nación de nuestras ar:rnas de fuego atrajo a las mu– jeres a ayudarnos, y fados nos dedicarnos a corlar la glándula en el lo:mo del animal y dividirlo en pe– dazos con el propósito de asarlos en barbacoa. Es– ta operación se lleva a cabo construyendo un marco de madera con ramas de árboles y cubierla de ho– jas sobre las que se coloca la carne, se prende fue– go por debajo y así la carne no sólo es ahumada sino asada, que es cuando se considera suficiente– 1'nente curada. Así se conserva por varias se:manas. Las orejas del pecari son carlas, puntiagudas y eredas; los ojos están hundidos en la cabeza, el cue– llo es carla y grueso, las cerdas son fan largas como las del erizo, n,ás largas en el cuello y la espalda; son de un color negro anilladas de blanco; tiene un collar blancocenizo de los hombros al cuello; en .l:a– :maño y en color, se parece algo al cerdo de la Chi– na; no tiene cola, en la espalda Hene una apertura glandular por la que desIila. consfanfe:mente un liqui– do delgado y fétido. Si el animal es muerlo por la farde y se carla esta glándula cuidadosamente, y se lava el líquido in:mediaiamente, la carne es un ali– lnento agradable. Gruñen con un sonido' ronco y fuerle, y cuando son :moJestados hacen el ruido más desagradable con sus cohnillos, que apenas se les ven cuando tienen la trompa cerrada. Algunas ve– ces se volverán con furia sobre su afacanfe, cuyo :me– jor refugio, en fal caso, es subirse a un árbol, y luego si tiene buenos perros, manteniéndolos en ja– que, puede mafarlos a su gusto mieniras fenga mu– niciones. Se ali:menfan principalmente de frufas y raíces y muchas veces causan daños en las planta– ciones de plátanos y casabe.
Per:rnaneci:mos en las chozas ioda la noche, y a la mañana siguiente, dejando a las mujeres fer:rni– nar la operación de curar el produc1o de nuestro trabajo, renova:mos nuestra expedición.
Habiendo oído a :menudo que los océanos Atlán– ±ico y Pacífico pueden ser visfos al mismo tiempo desde la cin,a de una montaña a unas ±reinfa mi– llas de Chrico Mola, o a unas veinte del sitio don– de ahora nos encontrábarClos, yo estaba sumamente interesado en confirmar tal aserción, y persuadí a Jasper que lomara esa dirección. Nuesiro camino, al seguir la rufa de aquel lugar, esfaba libre de :ma– lezas y de cualquier airo impedimento, al menos que nos encontráramos con cañadas, que son, en cier– tos sitios, anchas, y con los fondos y las laderas par– cialmente cubierlas de grandes masas rocosas. Ha– bían algunas pozas de aguas profundas en esas ca– ñadas en las que se podían ver gran número de pe– queños peces. En la temporada de lluvias, cuando esas cañadas contienen grandes masas de agua, se hace prácticamente imposible el cruzarlas.
Por la farde lograrnos alcanzar la cima de la lnontaña, donde fuí ampliamente remunerado por la gran fatiga y dificul±ades del ascenso. La mon– taña no tern1.Ína en un pico o cono, ni nene la apa– riencia de origen volcánico, sino más bien la conti– nuación de una cadena o sierra de montañas, que se levantó más alfo que cualquiera de las ofras de la inmediata vecindad.
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