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« Previous Page Table of Contents Next Page »tienen el secreto de hacerlos durables. También me frajeron un número de cuerdos pequeñas, de veinte a treinta brazas de largo, hechas de fibras mezcla– das de algodón y zacate de seda. Ellos tienen la costumbre de intercambiarlas con los Indios pesca– dores de la costa, quienes las usan para amarrar tor– fugas, etc. Yo les dí a cambio de esos arlículos, an– zuelos, chaquiras, espejitos holandeses, cuchillos y ofros objetos de poco valor.
Los Indios de la costa se creen con derecho de asumir aires de superioridad sobre estos "montañe– ses", por razón de los fratos con los frafican±es que sostienen aquellos. Por lo que a mi respeda, yo he encontrado a esfos nativos del inferior, inofensivos y honrados en sus ±ratos y satisfechos con lo que se les diera a cambio de los arlículos que traían. En verdad, que muchas de estas cosas que ±raían me eran perfedamente inúfiles, pero me puse la regla de nunca rehusar nada que me ofrecieran, o hacer que se regresaran a sus casas completan1.ente desa– leniados en sus esperanzas. En tal caso unas cuan– fas chaquiras, un espejo, un poco de tabaco, y unas cuantas pipas, o alguna otra cosa trivial, las satisfa– cía y agradaba.
Muchas de esias gentes, que entonces y poste– riormen±e, me visitaban según me dijeron, y fenía toda razón para creer, venían de las tierras bajas fronterizas al Océano Pacífico, habiendo cruzado las montañas a unas treinta millas arriba de este es±a– blecimien±o. Estas montañas son de una elevación considerable, cubierlas de bosques hasta en las ci– mas y formando una frontera natural en:J:re los Va– lientes yesos Indios que ocasionalmente trafican con los Españoles.
Siendo la zarzaparrilla uno de los principales arlículos de comercio con estas gentes, y siendo sus virludes medicinales cada día más populares en Europa, puedo aquí indicar que la clase que se ob:tie– ne en las Savannahs es más estimada que aquella que se e:ldrae de las montañas, siendo más gruesa y conteniendo mayor can:tidad de substancia medici– nal. La de las montañas es tan fibrosa que es raro ver un fallo del grosor del cañón de una pipa de :tabaco, y la mayor parle se le arruina al secarse de una manera ar.l:ificial, descuidada y apresurada en vez de en una forma regular y gradual de exposi– ción al sol. Por este método frecuentemente se que– ma y se vuelve tan negra y descolorida que es casi inúfil; al recibir la menor humedad se vuelve moho– sa y se pierden sus cualidades esenciales, quedan– do, por lo tanto totalmente inúfil.
Después de residir por un tiempo en Chrico Mo– la, los Indios del lado sur de las montañas me traían con frecuencia monedas españolas y piezas de plata para la compra de pailas de hierro, machetes, vaji– llas de barro y tela. Muchos de estos Indios eran mal vistos por los Valientes por razón de su familia– ridad con los españoles. Sus discusiones sobre el terna terminaban a menudo en derramamiento de sangre, y los Valientes muy rara vez se acercaban a territorio español.
Desde el principio de mi llegada a Chrico Mola fuí adquiriendo fuerza corporal, y seguí el ejemplo de los habitantes, chicos y viejos, bañándome a dia– rio en el río, que es aquí tan lÍlnpido como el cris– tal, y agradablemente frío. Los lagarlos no suben
más allá del primer raudal, así es que no hay peli– gro de ser molestado por ellos, y a estas frecuentes_ tes abluciones atribuyo, en gran parle la rápida re– cuperación de una salud perfecta.
En menos de seis semanas después de· mi llega– da yo había conseguido más allá de cinco mil libras de zarzaparrilla; y pensando que una regular can– tidad de este valioso artículo se podría conseguir aquí para suplir el mercado de Jamaica, una vez que los Indios fueran animados a recogerlo, llegué a la determinación de permanecer en Chrico Mola por lo menos hasta la próxima temporada. Al re– greso de la embarcación que me había traído aquí, bajé a la Laguna y comuniqué mis ideas sobre el ±ema a su dueño, quien, previendo las ventajas que se derivarían de que un europeo permaneciera co– rno residente entre los Valientes, inmediatamente consintió a mi propusta. Habiéndole entregado el produc±o que había recogido, recibí un mayor con– ±ingente de arlículos que yo consideraba necesario para el consumo de los nativos hasta que él efectua– ra su regreso.
No fue sin ciedas dudas de lni propia pruden– cia que me encontré junto con la mercadería C01U–
ple±amente a la merced de mis nuevos amigos. Sin embargo, yo había adquirido considerable confian– za con los caciques, quienes, en una de sus Confe– rencias o Concejos, tomaron la resolución de darme toda protección y todas las facilidades en su poder para comerciar; y para mayor prueba de su buena voluntad, el cacique principal me ofreció una espo– sa India y toda clase de facilidades de acomodo. COlno había recobrado las fuerzas, y tenía mu– cho tiempo en mis manos, y habiendo sido siempre inclinado a la caza y la pesca, fuí gradualmente ex– tendiendo mis expediciones al interior. Con la ayu– da de una pequeña brújula de bolsillo, poco temía perderme, y habiéndome familiarizado con las ve– redas indígenas, a menudo penelraba muchas millas en los bosques, llegando a soledades a las que apa– rentemente, ningún ser humano lne había precedi– do.
Había oído con frecuencia que se podía encon– trar oro en abundancia en la región alrededor de Chrico Mola y que los Indios estaban bien familia– rizados con los sitios donde había sido descubierto. Su celo de los extranjeros y su temor de excitar la codicia de los españoles, les inducían, sin embargo, a guardar sigilosamente sus conocimientos y el si– guiente hecho que :tuvo lugar hace algunos pocos años es ilustrativo de este sentimiento de su parle. Un mulato de Jamaica, llamado Wadderburn, quien por un :tiempo había sido residente de Chrico Mola tenía la costumbre de comerciar en sitios don– de se encontraba con españoles. Se familiarizó en una de sus excursiones con un criollo español, el que, habiéndose disgustado con sus patrones, pro– pietarios de una mina de oro cerca de veinte millas arriba del Río de Oro y cerca de treinta de Punta Valiente, convino en acompañar al comerciante y to–
mar residencia de Chrico Mola. Poco después de su llegada descubrió indicios de oro en la vecindad del río, y ausentándose por varias horas cada día, atrajo la atención del mulato, a quien le confesó que había descubierlo oro y que con la ayuda de una barra vieja había cavado y recogido varias onzas.
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