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« Previous Page Table of Contents Next Page »costa de San BIas, pasamos por Porlobelo y conti– nuamos hacia la Laguna de Chiriquí, la que, aun– que tan lejos al sur, es considerada como parle de la Costa Mosquitia bajo la jurisdicción del Rey Mos–
co, quien a pesar de que los Españoles la consideran paria de su Provincia de Veragua, anualmente en– vía a su almirante a recoger el iribu±o de los nati– vos. Veragua se junta a Costa Rica a unas pocas millas al occidente de Bocas del Toro, o la Bahía del Almirante. Costa Rica se exiiende a Punta del Gordo, la que está a una carla distancia al norle del Río San Juan; y puede ser considerada la fron– tera de las reales -y nominales- posesiones Es– pañolas en esa parle de la costa.
En Punta del Gordo, puede decirse que comien– za la Costa de los Mosquilos propiamente dicha; y aquí nos encontramos con la pequeña tribu inde– pendiente de Indios. llamados Ramas. De aq~í ~
Cabo de Gracias a DIOS, donde el Rey Mosco, pnnCl– palmen±e reside, la costa se exiiende de norle a sur por una distancia de cerca de doscientas veinte mi– llas. De Cabo de Gracias a Dios la costa se eX±ien– de hacia el oeste y noroeste al río Pa±uca y la dis– tancia es de unas cien millas. De aquí al pequeño Río Romano rumbo al oeste una distancia de noven– ta millas; formando así una línea de costa de cerca de cuatrocientas diez millas de largo, en la cual los Españoles nunca han podido establecer ninguna efec– tiva colonia.
A nuestra llegada a la Laguna de Chiriquí, gus– tosan1.en±e consentí a la propuesta, hecha por mi amigo, de subir el Río Chrico Mola (o quizás más propiamente, Chrickam Aula) por cerca de veinticin– co millas al establecimiento principial de los Indios Valiente; sitio que se dice extremadamente saluda– ble para allí quedarme para recuperar mi salud, familiarizarme con los usos y costumbres de esa tribu y abrir el comercio con los indios del interior del país.
Habiendo seleccionado y alquilado tres gran– des canoas entre las que se habían reunido alrede– dor del barco, las cargamos con mercadería valora– da en cerca de trescientas libras; y a mediodía sa– limos para el establecimiento de los Valientes, don– de mi amigo había ya formado una conexión con uno de los traficantes nativos.
Encon±ré que el río tiene dos bocas, formadas por una pequeña isla a la entrada. La una, al oes– te es la más ancha, teniendo sólo dos pies de agua en la barra; la otra tiene tres. Después de estas en– tradas, tiene una profundidad considerable hasta el primer raudal, una distancia de cerca de doce mi– llas.
En este raudal el terreno se eleva a ambos lados y hasta llegar al establecimiento el río está tan lle– no de cascadas, rocas y raudales que sería imposi– ble para personas no acostumbradas a tales sitios el ascenderlo aun en las canoas más livianas. Los indios al subirlo se ven forzados, frecuenfemen±e, a poner a un lado los remos y usar varas largas; y en algunos sitios aun a pasar sus canoas, por sobre los raudales, a fuerza de brazos, lo que la fuerza de la corriente hace una tarea no muy fácil; las rocas li–
sas y las piedras redondas hacen difícil enconirar donde poner con firmeza los pies. Enire los rauda– les, sin embargo hay muchas exiensiones tranquilas
y profundas del río, algunas de ellas cerca de una milla de longitud; y las riberas están cubierlas por una variedad de majestuosos árboles y arbustos de los más vivos colores, nada de lo que he visto des– de entonces es más atraC±ivo y bello. Después de pasar muchas cascadas y raudales llegamos al pri– mer establecimiento de los Valiente. Las casas es– ±án situadas a pequeña distancia del río; y están rodeadas de grandes plantaciones de plátanos, ba– nanos, yuca y cacao.
Arriba del primer esiablecimiento, la tierra con– tinúa ascendiendo gradualmente, y a una dis±an– cia de cerca de irein±a millas, asume una aparien– cia montañosa.
En la tarde del día siguiente en el que dejamos el barco, llegamos a la casa del traficante nafivo, situada en la ribera moderadamente alfa y cerca del río. Mi nuevo amigo, Whykee Tarra, el traficante a que aludo, estando informf;1do de mi intención de permanecer con sus paisanos, me recibió muy cor– dialmen±e e hizo los preparativos para obedecer las órdenes que había traído para él, a saber: proseguir al barco con los arlículos que hubiese recogido y ayudar a obtener conchas de ±orlugas en la costa. Después de darme posesión de su casa e ins– ±ruir a su esposa, que entendía un poco de Inglés, para que pusiera toda su atención en mi bienestar doméstico y para ayudarme como intérprete en mis tratos con los nafivos, parlió para la laguna, lle– vando consigo una considerable cantidad de cerdos, gallinas, huevos y plátanos para el uso de la ±ripu– lación.
Es±ando así instalado en mi nuevo albergue, y estando el cacique del lugar informado- de mis infen– ciones, un mensajero fue enviado, por su indicación, a dar la nq±icia a los Indios que viven en el inferior, de que un comercianfe Inglés había venido a vivir con ellos. A su regreso me informó que en dos o ires días :muchos de es:tos indios me visitarían, ±ra– yendo zarzaparrilla y otros produC±os que ellos ±e– nían que ofrecer en venia.
En efeC±o, pronto comencé a recibir visitas de distintas familias, algunas veces de diez a vein:te personas en cada grupo, cada una de ellas ±rayen– do de cincuenta a ochenta libras de zarzaparrilla t'
en grandes sacos hechos de zaca±e de seda con una tira larga del mis:mo material atada en la boca. Es– ios, cuando llenos, parecen canastas, de las cuales la :tira .forma la agarradera; y los llevan suspendidos a las espaldas de los indios con la agarradora pues– ±a sobre la frente. Las mujeres y los niños venían cargados en la misma forma en proporción a sus fuerzas.
Me irajeron gran abundancia de aves y algunos buenos cerdos y también muchas, ex:tremadamen:te nítidas, bolsas de diversos :tamaños hechas de zaca–
:te de seda y teñidas en varios colores brillan:tes. Al– gunas de las hebras de las bolsas eran tan delicadas corno encajes.
Escarla±a, azul, amarillo y púrpura eran los más predominantes colores y cuando recien:temen:te ±eñi– dos aparecían muy frescos y brillantes, pero no so– parlan la lluvia o el clima, 10 que demuestra que aunque los Indios poseen muy valiosos tintes, no
(*) Smilax SarsaparilIa, Línn.
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