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« Previous Page Table of Contents Next Page »Los colonos se mantuvieron por ocho meses, es– perando en vano aquella ayuda de Escocia, que las dificulfades puestas al paso de las operaciones de la Compañía le impedían les llegara; y escaseando las provisiones, aunque los indígenas, pescando y cazando para ellos, les daban ese alivio temporal que los Ingleses les negaban, casi todos ellos aban– donaron el establecimiento.
Mientras tanto, la acfiva enemistad de los Es– pañoles, y otros enemigos de la Compañía, provocó a los Escoceses a enviar un refuerzo de mil trescien– tos hombres, mas esta expedición fue apresurada– mente preparada y mal aprovisionada. llegaron a distintas épocas, con la salud quebrantada, y desa– nimados por la situación en que encontraron el es– tablecimiento; para agregar a sus desgracias, se di– jo, que ciertos amargados y prejuiciados predicado– res agostaron el ánimo de las gentes y provocaron divisiones y descontentos entre ellos, mientras la más acfiva e inveterada enemistad y oposición a la Compañía continuaba su labor en Inglaterra. El úlfimo grupo de escoceses que se juntó al se– gundo grupo de colonos después de tres meses de su llegada, fue el Capitán Campbell de Finab al man– do de una compañía de hombres de su propio esta– do con la que había peleado en Flandes. Este bra– vo caballero marchó a Fubucantee al segundo día de su llegada y con doscientos hombres, aiacó y de– rrotó, con gran carnicería, una fuerza española de 1,600 hombres, que se habían reunido para desfruir la Colonia. Al quinto día volvió al fuerte con muy pequeña pérdida, pero encontró a once embarca– ciones españolas bloqueando el puerto, sus tropas desembarcadas y cortadas todas las esperanzas de ayuda o provisiones. Soportó el sitio por seis semanas, hasta que el enemigo, con sus aproches, cortaron los fosos, y la guarnición, después de fundir sus vasijas de pelfre para hacer balas, fueron forzados a capitu– lar en forma honrosa. Muchas desgracias les acae– cieron al regreso a sus hogares; y mientras los Es– pañoles les mosiraron generosas consideraciones, los Ingleses los trataron con la más inveterada enemis– ±ad y malicia.
Todo el grupo se dispersó completamente y só– lo la embarcación del Capitán Campbell y otra pe– queña, con cerca de treinta hombres del total, regre– saron a Escocia, donde encontraron a Patlerson tra– bajando por el restablecimiento de los asuntos de la Compañía. El Capitán Campbell sobrevivió mu– chos años en Escocia, abandonado y lastimero, pero infundiendo respeto.
Inglaterra, por la imprudencia de causar la rui– na de aquel establecimiento, perdió la oportunidad de asegurarse mayor poder comercial que la que po– dría presentarsele a nación cualquiera. Hay mo– men±os cuando los proyectos más visionarios pue– den tener éxito; y si España e Inglaterra se hubieran unido en aquel tiempo en abrir un paso a través del Is±mo de Darién, la situación de la primera podría ser en la acfualidad muy diferente; y los esfuerzos de las inadecuadas y mal informadas compañías que han surgido recientemente, en varios secfores, con el propósito de llevar a cabo un canal de unión entre los dos océanos hubieran sido innecesarios. Los esfuerzos que ahora difícilmente podrían prosperar serían, al menos que sean entusias±amente secunda-
dos y vigorosamente patrocinados, aquellos de las principales naciones de Europa y América.
Habiendo posteriormente hecho varios viajes a San Blás en el Clara tuve buena oportunidad de in– formarme sobre los usos y costumbres de los nafi– vos del Isimo, que parecen ser de raza distinta de los Valientes y otros Indios del río Beling, Chrico Mo-, la, Chiriqui y otros sitios al norte. Son mucho más bajos de estatura, pocos de ellos exceden los cinco pies dos pulgadas de alfo, mas tienen el pecho fuer– ±e, hombros anchos y son excepcionalmente acfivos; sus frentes son angostas y achatadas, ojos pequeños y generalmente de color negro o café oscuro; los huesos de las mejillas anchos y llenos, y los labios no muy gruesos. El cabello de la cabeza, grueso y negro, lo llevan atado por detrás suelfo o en una trenza, dejándoselo crecer bastante largo, mas cui– dadosamente se lo depilan en todas las otras parles del cuerpo. El color de la piel es de un amarillo oscu– ro, peculiar a los habitantes de esta región de Amé– rica. Exis±en algunos casos de "albinos" enfre ellos, y en uno de mis viajes al Golfo de Darién, ví, en el Río Coco, un niño de cinco años o "es±aciones", com– ple±amen±e blanco, sin ningún defecfo aparente de la vista como la que los "albinos" suelen sufrir. Los indígenas de San Blás son una raza de hom– bres recios y activos, extremadamente celosos de su independencia, la que hasta ahora han mantenido con vigor; y lo que no es muy común entre los afros indígenas de Sur América, son muy apegados y cui– dadosos de sus mujeres. Algunas de estas acompa– ñaron a sus caciques a bordo. Iban envuelfas en telas azules o a rayas de algodón de su propia ma– nufacfura que les cubrían desde los pechos hasta un poco más abajo de las pantorrillas. Llevaban una profusión de pequeñas chaquiras de cristal alrededor del empeine, formando una banda de dos o ires pul– gadas de grueso, y llevaban bandas o brazaletes si– milares alrededor de las muñecas. Sus orejas esta– ban perforadas, así como el carlílago de la nariz, en la que llevaban anillos de oro o plata; los zarcillos o pendientes eran suplidos principa1men±e por los traficantes de Jamaica, mientras que las joyas de la nariz eran de su propia hechura, consistiendo en un grueso anillo de oro en la forma de un triángulo ob– fusa de cerca de tres cuarlos de pulgada de circun– ferencia. Al cuello llevaban una inmensa cantidad de semillitas de colores vivos y collares de rojo co– ral. Algunos de los que llevaban las mujeres de los caciques, bien podrían pesar varias libras. El cabello que es largo y negro, lo llevaban peinado no sin elegancia, y atado en la cima de la cabeza con una especie de punzón, hecho de carey o ma– dera fina. Su color es mucho más claro y brillante que el de los hombres. Sobre la cabeza se echaban una pieza de tela azul o sahempore que Jes cubría completamente las espadas, los pechos y un lado de la cara. En conjunto, el comportamiento de es– tas mujeres era extremadamente modes:l:o, tímido y
agradable.
Sus maridos son exageradamente celosos de los extranjeros y se dice que esa es la razón por la que rehusan que se establezcan en su territorio. Sus ±ra– fas comerciales son siempre llevados a cabo en uno de los numerosos cayos o islas de la costa, seleccio– nado para tal objeto. Quizás esta costumbre se de-
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