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reS, redujeron a los nativos a su actual situación; pues en vez de una inculfa y rnedio poblada región, que contiene ac±Ualrnente dos o tres ciudades pobres, pueblos y villas habitadas por unos cuantos rniles de religiosos Españoles y criollos descendientes de aventureros Españoles, y con grupos de Indios des– nudos y degradados desparramados sobre la faz del país, viviendo en la inrnundicia y ociosidad, bajo el aIt\paro de chozas, destarlaladas, o viajando en rna– nadas, cargados corno bestias, por una parle, y un comparativarnen±e pequeño número de tribus libres e independientes, retazos de antiguos reinos, ha– blando diferentes idiornas, esparcidos por las costas v las montañas, por otra, leernos que al tiempo de ia

primera invasión no menos de "treinia diferentes naciones" de Indios se congregaban en Centro Arné– rica en ciudades ricas, en un estado de prosperidad

y civilización, sus reyes y caciques poseyendo sun– tuosas casas y palacios, con grandes riquezas y todo el aparato de gobiernos regulares. 1 * )

De acuerdo con Torquemada y el historiador Fuentes, Ul1.a de estas ciudades aniiguas, Uta±1án, ca– pital del Reino de Quiché, era, al principio del siglo XVI, tan grande que tenía una población probable– mente igual en número a toda la población indíge– aCÍual de Centro América; pues, para enfren.tarse a los Españoles, sóla ella proveyó setentidos mil gue– rreros, y en prueba de su progreso civilizado, una de sus instüuciones era un serninario, en el cual, ba– jo 581en1a u ochenta ±ulores, cinco o seis mil jóve– nes eran albergados y educados por cuenta del rey. La acfual ciudad de Santa Cruz del Quiché se dice que fue fundada en o cerca del sitio donde se levantaba U±a±1án, pero ±an completa ha sido la des– trucción de iodo lo que había de antigua grandeza en esta parle del n'1.undo, que el sitio de muchas an– tiguas ciudades, muy cerca en exiensión de la rnencionada, no puede raslrearse ahora, ni señalarse con algún grado de cerleza.

(*) Se asegura que los Indios Centro Americanos de la actualidad todavía usan veintiseis de los idiomas antiguos, a saber: Quiché, Kachiquel, Zutugil, Mame, Pocomame, Pipil o Nahuatl, Pupuluca, Sinca, Mexieana, Chorti, Alaquilac, Cai– chi, Poconchi, Ixil, Zotzil, Tzendal, Chapanece, Zaque, Coxob, Chaniabal, Chal, Uzpanteca, Lenca, Aquacateca, Maya y Quecchi.

El vestido que los Indios nobles llevaban era de algodón blanco teñido o manchado de diferentes colores el uso del cual era prohibido a los de otros rangos. Este vestido consistía en una camisa y calzones blancos, "decorados con ribetes; so– bre estos llevaban otro par de calzones que les llegaban a las l·odillas, con ornamentos bordados. Las piernas iban desnudas, los pies protegidos de sandalias sujetas sobre el eu;pei!1e y el talón con fajas de cuero; las mangas de la ca– Imsa Iban recogidas sobre el codo con unas bandas azules o rojas; el cabello lo llevaban largo y trenzado por detrás de la cabeza con un cordón del mismo color de la banda de las ma?gas y terminando en una borla, lo que era distinción pe– c1;Ihar de los grandes capitanes; la cintura iba ceñida de una pIeza de tela de varios colOl'es, atada por delante con un nu– do; sobre los hombros llevaban un manto blanco ornamenta– do con figuras de pájaros y fieras, y otros ornamentos de cordones y ribetes. Las orejas y el labio inferior los tenían perforados para llevar pendientes de oro y plata en forma de estrellas. Las insignias de dignidad o mando las llevaban en las manos. - Juarros, págs. 193 y 198.

Por rnotivo de la paralización de los negocios navieros prevaleciente durante el año 1815, visité el Mundo Occidental, habiendo residido por rnás de sie– te años entre las iribus libres esparcidas a lo largo de la Costa Oriental y durante ese período trafiqué en todos los establecimientos entre el Golfo de Darién y la Bahía de Honduras, y en el curso de ese tiern– po, ±Uve una buena oporlunidad de observar y lle– gar a estar oien farniliarizado con los modos y cos– Iurnbres de esas gentes y el de, comparar su actual estado de civilización con el de sus hermanos sub– yugados en las provincias Hispanoarnericanas. Cuán lejos los úl±irnos cambios políticos en esa parle del

~nundo, podrán beneficiar a ambas o a cualquiera de estas clases de aborígenes, parece sumarnenie du– doso, especialmente mientras los nuevos estados con– tinúen, bajo la influencia de una Iglesia, cuyos in– Iereses están mejor guardados, rnanteniendo a la gran rnasa del pueblo en un estado de ignorancia; pero que ellos puedan al fin levantarse del actual estado de abyecta degradación, es deseado con ar– dor por iodos los arnantes de la humanidad. Es necesario observar que síniomas de descon– tento aparecieron en Venezuela; y que el fundarnen– to de la Revolución Hispanoarnericana apareció allí desde el año 1797. La expedición del inforlunado Miranda tuvo lugar en 1806 y una guerra sanguina– ria estalló en 1816, mientras que al :mismo tiempo, México llegó a ser el escenario de feroces luchas· sin embargo, la sección sur del Reino de Gua.tema~

la permaneció cornpara:l:ivamente tranquilo, hasta muy entrado ese período, pues, corno se notará en el curso de esta narración, que aun en el año de

1822, cuando yo atravesé el Lago de Nicaragua en carnina hacia la ciudad de León, las autoridades es– pañolas, a· pesar de la declaración de Independen– cia y de los varios movimientos revolucionarios en la ciudad de Guatemala el año de 1820, estaban to– davía en in'1.periurbada posesión del gobierno de esa parle de la América Central, a pesar de que era evidente que la masa del pueblo era adversa a la pennanencia del yugo Español, el que desde en– Íonces se han unido para destruir.

Tanios autores sobre el terna de Am.érica y las Indias Occidentales han dado detalladas descripcio– nes científicas de las variadas plantas, aves y ani– rnales que se hallan en esa parle de mundo, que aunque yo hubiese estado en capacidad de meterme en los detalles del terna, no hubiera sino cansado la paciencia del lector, sin darle gusto al amante de la naturaleza. Por lo tanto, llamaré la atención sobre tales plantas, animales y peces que sean de impor– tancia, ya sea cornercial o de otra naturaleza. Al hablar de las residencias de los nativos, usa– ré en el curso de esta narración de acuerdo con la costumbre prevaleciente en la Costa Oriental y en las Indias Occidentales, los términos "establecimien– ±o y plantación", aunque, quizá. no sean los apro– piados para las de los nativos; y al mismo tiempo escribiré los nombres propios, tan fielmente corno sea posible, de acuerdo con la pronunciación co– rriente.

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