Page 116 - RC_1966_05_N68

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cer del día siguiente empezó a soplar un viento del sur y se izaron las velas. -

La escena era de una belleza indescriptible. Ha– cia el Oeste se podían distinguir varias islas que se– mejaban una línea verde que se extendía de Nores– te a Sureste cinco o seis leguas. Algunas de las is– las eran más grandes y más altas que airas. . Pasamos cerca de unas islitas que estaban in– mediatas el tierra finne, muchas de las cuales no tenían más de media milla de largo y estaban cubierlas de vegetación abundante en maderas pre– ciosas.

Aproximadamente a las diez llegamos frente a San Miguel, desembarcando en una isla donde en– cendimos fuego y desayunamos con carne salada, chocolate caliente y plátanos. Por la mañana reco– rrimos grandes extensiones de pastizales en amplias sabanas que se extienden desde la orilla del lago hasta donde la vista puede alcanzar. Al fondo divi– sarnos preciosas colinas. Inmensa cantidad de ga– nado pacía en esta sabana. Observé también mu– las, pero nunca ví ovejas. El ganado me pareció que era similar al de Buenos Aires.

Pasado el medio día se desató una tempestad. Nuesfro pairón en voz alfa invocó a todos los San– tos. No satisfecho con solo sus invocaciones, invitó a los marineros españoles y portugueses a que hi–

cieran lo mismo. La tempestad se prolongó por al– gunas horas, pero a las ires de la tarde pudimos de– sembocar en un silla donde había un muelle grande construído de tosco material de piedra. En una ha– cienda vecina fuimos recibidos por el propietario, su esposa y dos hermosas jóvenes, todos criollos quienes nos obsequiaron carne salada y queso. Reanudamos nuesiro viaje y toda esa noche nos hizo viento favorable. A la mañana siguiente lle– gamos frente a una bella isla como tantas airas de la región. Esas islas son formadas de inmensas ro– cas y rodeadas de profundas y claras aguas. Exu– berante vegeta,ción crece en los lugares que contie– nen tierra fértil. Casi todas las islas están deshabi– tadas y en pocas se observa algún cultivo, jardines o frutales.

El país es evidentemente más populoso al acer– carse a Granada. Poco después del mediodía divi– samos una isla de sorprendente belleza que parecía ser de origen volcánico. Gran parle de ésta isla es– tá cubierla de frondosa vegetación, y vista desde un punto cercano su extensión puede calcularse en siete u ocho millas.

Habiendo pasado ésta y otras Islas tuvimos a la vista la ciudad de Granada. Al anochecer desem– barcamos en la playa, cerca de-la cual se veía una pequeña forlaleza de apariencia ruinosa. En tierra fuimos recibidos por algunos soldados, uno de ellos me informó en buen inglés que había huído de su pairón, un comerciante hondureño y se había dirigi–

do a Guatemala donde había ingresado en el Ser– vicio Militar Español. De Guatemala fué destacado a El Realejo, de allí a León y de León a Granada. El lugar de desembarque es la costa abierla sin ningu– na protección o comodidad para bajar la carga, la cual es llevada de los bongos en pequeñas canoas o a espaldas de hombres o en mulas. La comunica– ción con la ciudad es por medio de un buen cami– no. Aproximadamente a media milla de allí pasa-

mas por un gran monasterio y dos Iglesias antes de llegar al centro de la ciudad.

Fuí conducido direciamente a la casa del Go– bernador, que posee un elegante zaguán en el cual yo esperé hasta ser llamado. Pude observar deniro de esta casa la siguiente inscripción: VIVA FERNAN– DO SEPTIMO, EL LIBERTADOR ADORABLE DE EURO– PA".

Fuí recibido por el Gobernador, varios oficiales, un sacerdote y un intérprete, por medio del cual me fueron hechas muchas preguntas.

En el poco español que yo entendía, me dí cuen– ta de que el intérprete daba respuestas esencialmenfe diferentes a las respuesfas que yo daba. Al termi– nar el interrogatorio quedé bajo la vigilancia de un sargenio y dos soldados y fuí conducido a una cel– da similar a la que ya había ocupado en San Car– los. Un soldado de raza negra me explicó que yo era convicio del Gobernador' y sus amigos y que aciualmente estaba considerado como un espía de la Revolución de acuerdo con los panfletos que me habían decomisado. Sospechando que este hom– bre había sido- enviado por el Gobernador para obte– ner información de mis labios, le conté detallada– mente cómo esos panfletos habían llegado a mis manos y el propósito de mi viaje. Mi celda era in– tolerablemente caliente, pero como había pasado un día cansado, pronto me dormí y desperlé hasta en la madrugada con el ruido de los soldados en sus acostumbrados ejercicios. Uno de ellos me obsequió puros y muy atentamente me encendió uno. Expre– só mucha compasión por mi situación y maliciosa– menie me dijo: "Los patriotas son muy buenos" aña– diendo algunas expresiones duras contra el aciual Gobernador. A las ocho los soldados regresaron y a mi puerla se presentó un grupo de curiosos que fe– nían noticias de la llegada de un inglés empleado en San Juan por el parlido patriótico como espía. Muchos de ellos dieron muesiras de simpatía en mi favor; airas en cambio me tildaron de insurgente, espía, pirata y hereje, éstos últimos siempre eran en número menor. Luego el soldado negro a quien ya he mencionado, me llevó un sustancial desayuno y una bofella de vino. Lo que más me sorprendió fué la cafetera de plata que contenía el chocolate calien– ie, y una bandeja cubierla con una blanca serville– ta. Me expresó el soldado que el desayuno me era enviado por la madre del Gobernador.

De nuevo un grupo de personas se presentó a la puerla de mi celda para ver al pirata, al pairiota o al hereje. En la tarde, después que el Goberna– dor había echado su siesta, fui conducido a su casa y examinado por el mismo grupo de la noche ante– rior más dos sacerdotes: estaban presentes el mismo soldado y el mismo intérprete que había mal inter– pretado mis respuestas a las preguntas que me ha– cían. Pedí al negro poner en conocimiento de su Excelencia la ignorancia y prevariación del intérpre– fe. Al ver este último que su maldad estaba a pun– to de ser descubierla, me acusó de ser insurgente y espía y sugirió que me procesaran en León.

Yo insistí en declararme inocente y manifesté mi deseo de ser procesado en aquella ciudad. El Gobernador estuvo de acuerdo y dispuso mi salida al siguiente día, asegurándome a iravés de mi intér– prete negro que su deber era aciuar con rigor con-

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