Page 115 - RC_1966_05_N68

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apreciar bien la ciudad, pues ya solo estábamos a una milla de distancia. Los remeros se dedicaron a remar con tanto vigor que poco después ya está– bamos frente al Castillo, desde donde nos dió la bienvenida un oficial con un magnavoz. Hicimos espera hasta que se nos dió el permiso de acercar– nos. Después de vencer la fuerle corriente que se desprendía del lago, desembarcamos frente al Cas– illlo. Fuimos recibidos por el Comandante, un guar– dia y una muchedumbre que acudió indudablemen– te atraída por la curiosidad de ver "al espía de los Independientes y sus Indios Bravos". A juzgar por la expresión de sus rostros, éstos consideraban que mi situación era crítica.

Entramos a la forlaleza (o castillo 1 por medio de un puente colgante lo puente de suspensión 1

sostenido por enormes cadenas de hierro. Pasamos por dos grandes porlones y penetramos a un corre– dor de arcos. A cada lado de és1e habían celdas. Todas las puerlas tenían verjas de hierro para dejar pasar el aire y la luz. Al parecer tras cada una de esas puerlas habían prisioneros. Me ordenaron que en1rara en una de esas celdas y me dejaron solo con mis pensamientos. Permanecí sumido en melancó– licas meditaciones durante largo rato, pero la visita de un teniente acompañado de dos personas más me sacó de mi letargo. Ellos me traían cena de la mesa del Gobernador Don Juan Blanco, además de una botella de vino y un poco de aguardiente. La esposa de este tenienfe me envió una almohada y una frazada y' el me informó que el Gobernador me sometería a un interrogatorio al día siguiente. Le hice ver que la celda en que me habían recluído era más bien para un criminal y no para una persona que como yo, aún no había sido sometida a juicio. Además le dije que yo era inocente y que los pa– peles que estaban en mi embarcación así lo demos– trarían. A la mañana siguiente el comandante me informó que había estado revisando mis papeles, en– fre los que encontró unos follefos religiosos y varios libros del Nuevo Testamento que sospechó ser de naturaleza política, y como no encontró entre su gente a nadie que pudiera fraducirlos había decidi– do enviarlos a Granada. Mientras tanto, me dió permiso de pasearme acompañado del :l:enienfe, quien me invitó a su casa, donde nos reunimos con otros oficiales. Uno de ellos era conocido mío pues en una ocasión habíamos viajado a bordo de la mis– ma embarcación Jamaicana. El inmediatamenfe me reconoció y le contó al Gobernador que me co– nocía, este último me dió audiencia para el siguien– te día. La residencia del Gobernador está situada en una loma cerca del Casfillo, y de ella se tiene una vista panorámica del lago y la ciudad. La ciudad de San Carlos consfa de unas ciento cincuen– ta viviendas de nítido aspecto y techos de palma. Sin embargo, la casa del Comandante y las de la guarnición son de tejas. Yo estimo que la pobla– ción total, incluyendo la guarnición, era de unas se– tecientas personas.

Sólo en los úl±irnos mapas que se han publicado aparece San Carlos. Sin embargo, a pesar de la po– ca imporlancia que hasta hoy se le ha dado, se pue– de decir que esta ciudad, con su forlaleza, es un puerto clave para el Lago de Nicaragua, pues lo de– fiende de cualquier enemigo que se aproxime pro-

cedente del Océano Atlántico. Por consiguiente, protege también a las ciudades de Granada, Trini– dad, San Miguel, San Felipe, Masaya, Managua, Mateare, Pueblo Nuevo, la Ciudad de León y otros lugares del interior del país. El castillo está situado en un terreno bastante elevado. Su forma se ase– meja a la de un paralelogramo, rodeado por un pro– fundo foso seco, y la única forma de acceso a él es por medio del puente colganfe que ya he menciona– do. Su posición es especialmente ventajosa gracias a la fuerza de la corrienfe y lo pantanoso del sue– lo. De él se domina gran parle del Lago, las islas del Zanate, Madera, Ometepe y Zapatera y diez o doce millas del Río San Juan.

Cuando acudí a la audiencia al día siguiente, el Gobiernador me conmunicó que había decidido enviarme a Granada con mis papeles. Además, me dijo qu conforme lo que uno de sus oficiales le ha– bía informado acerca de mí, él más bien creía que yo era simplemente agente de los confrabandistas de la Costa y no aliado del Parlido Patriótico. Me aseguró que tratarían bien a mis Indios durante mi

ausencia y me invitó a cenar en su casa, donde fuí muy bien atendido por él y su familia. Sin em– bargo, en el transcurso de la conversación, trató de hacerme hablar de polífica, pero yo, por no compli– car más mi situación, procuraba no contestar sus preguntas o simplemente me limitaba a decir "no entiendo, Señor". Me dijo que cuando Trujillo, puer– to de Honduras, había sido atacado por el insurgen. te General Aurey, él estaba de Comandante del lu– gar. Aurey, que tenía sus tropas como a ±res mi– llas de distancia de la ciudad, había sido derrota– do por las tropas Caribes únicamente, pues los Es– pañoles ni siquiera abandonaron sus albergues. Yo estaba mucho más enferado de ese incidente de lo que él esperaba, y prefirió no contestar las pregun– tas que yo le hice respecto al asunto. Me facilita– ron una hamaca en que dormir y su esposa y su hija me obsequiaron chocolates, panes, queso, hue– vos, vino y aguardiante para mi viaje a Granada. Ellas me compadecían por la situación crífica en que me hallaba y me dieron la hamaca, una almo– hada y una frazada para hacerme más cómodo el viaje. Al refiirarse a descansar me encomendaron a la Virgen y a todos los Santos del Cielo. Antes del amanecer fuí conducido a un embarcadero y pues– to a bordo de una embarcación bastante grande. Dicha embarcación era la que el Gobernador usaba generalmente para transportar soldados de Granada a San Carlos. Bajo ningún punto era superior al bongo en que había llegado a San Carlos. Al igual que el bongo, su tripulación es±aba compuesta de Criollos de Granada y veintidos hombres. También iba a bordo Don Raymundo, quien se mostró asom– brado al enterarse de que me mandaban a Grana– da, pues no consideraba prudente enviar a un hom– bre tan peligroso como yo a un sillo en el que nadie sabía Inglés como era Granada. Sin embargo, me atrevería a afirmar que se consoló pensando que no me permitirían regresar. Por mi parle, yo no duda– ba que iba a poder probar mi inocencia, por consi– guiente, me dediqué a disfrutar de las delicias de este Lago que desde hacía mucho tiempo tenía de– seos de visitar. Al principio la superficie estaba completamente lisa como un espejo, pero al amane-

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