This is a SEO version of RC_1966_05_N68. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »ran noticias de San Carlos respecto a mi caso. Por intercesión de esos señores me permitieron dar un paseo acompañado de un soldado. La tripulación de las embarcaciones estaba atareada bajando la carga en hombros .y llevándola hasta una casa no le– jos del sitio donde desembarcamo~. Allí estaba un hombre aparentemente tornando inventario de cada cosa que se bajaba.
Lo único que queda del antiguo Castillo de San Juan es una vieja construcción con aspecto de forla– leza. Esta forlaleza es la misma que fué tornada por Lord Nelson, según me informaron después, quien hizo la hazaña ayudado por un destacamen– to de tropas de Jamaica y con la cooperación de un gran grupo de Misquitos e Indios. Domina el río de tal manera que no puede pasar desapercibido nin– gún bote o embarcación. Debido al mal estado en que se encontraba, se había colocado en su base ocho cañones, dos que apuntaban río abajo, dos río arriba y los demás directamente al raudal. El lugar, sin tornar en cuenta el Castillo y las armas, solo consta de unas cuantas viviendas para los soldados y otras casitas que están habitadas por sus esposas o sus asistentes.
El raudal mide de ancho poco más de un cuar– to de milla; la parle más fuerle de la corriente está en el centro. El descenso no es muy pronunciado, sino más bien gradual. El lector se puede formar una idea de su fuerza si considera que al día si– guiente de nuestra llegada un grupo de hombres ne– cesitó trabajar duramente más de una hora para po– der arrastrar los bongos vacíos hasta el sitio donde iban a quedar anclados.
Permítaseme hacer la observación de que yo ha– bía leído la narración de Bryan Edwards sobre la Costa Misquita y que por otras fuentes también me
había enterado de que "embarcaciones de peso con– siderable podían perfectamente cruzar todo el Río San Juan, hasta el Lago de Nicaragua" y que una goleta de treinta toneladas había hecho el recorrido por todo el lago y luego había bajado por el río y seguido hasta Jamaica. Muchos autores, al igual que Bryan Edwards, han afirmado que el lago es navegable y que el San Juan es igualmente navega– ble en toda su longitud. De acuerdo con lo que ya he dicho antes, la falsedad de esta afirmación es evidente, lo mismo que el cuento del viaje de esa go– leta, porque aún en la época lluviosa, cuando el río se crece, dicha embarcación pudo haber pasado la barra en la desembocadura y los raudales más pe– queños, pero nunca habría podido pasar por éste raudal o evitar ser fiscalizado por la guarnición. Y aunque lo hubiera pasado, no se habría podido es– capar del Castillo de San Carlos, situado en la en– trada al Lago, pues este Cá,stillo está situado en una loma de donde se domina una distancia de diez millas del Río y cuarenta o cincuenta millas del la– go de Nicaragua. En resumidas cuentas las afirma– ciones anteriores me parecen increíbles y en mi opi– nión, no debe dársele crédito. Pero luego hablaré más de éso.
Al medio día recibí invitación para comer en compañía de los oficiales del lugar. Uno de ellos me dijo en el curso de nuestra conversación, que aunque me consideraban "contrabandista", si yo les probaba que no estaba aliado con el Parlido Patrió– tico, corno creían, podía recuperar mis bienes corno recompensa por haberles ayudado a defender al "Es– trella". Pero la sonrisa que se dibujó en los labios de Salablanca me dió entender que él aún me con– sideraba ser lo que en un principio le habían dicho que era.
Capítulo IX
Salida de la FodaJeza de San Juan. - Buena maelera en las ribezoas. - Alelea y Fodaleza ele San Cal'los. _ El proceso. - Follelos religiosos. - Padida para Granada. - El Lago ele Nicaragua. - San Miguel. _ Las OI'ac:iones ele los uPalrones". - Isla volcánica. - Terreno enlre el Lago y el Mar elel Sur. -
Llegada a Granada. - Examen y encarcelamienlo. - Saliela para la ciudad ele León.
Apenas llegarnos a San Juan se envió una ca– noa a San Carlos porlando carlas al Comandante del lugar, cuya respuesta llegó a los tres días. En ella daba instrucciones a Salablanca de que se fue– ra para San Carlos con sus prisioneros. Se carga– ron ,de nuevo los bongos y parlimos una vez más. Cruzarnos el río y llegamos al otro lado, propia– mente frente a la forlaleza, donde cada bongo reci– bió veinte o treinta varas, de veinte pies de largo cada una. Reanudarnos el viaje, los bancos de are– na eran ahora más bajos que antes. Por la tarde llegarnos a un sitio más estrecho, con bancos de are– na a ambos lados. Aquí los remeros abandonaron los remOS y utilizaron las varas. La corriente no es– taba demasiado fuerle, pero el sitio era bastante se– co y el fondo más parejo. Con las varas las em– barcaciones se podían hacer avanzar el doble de lo que habrían avanzado con los remos. Poco después de la medianoche reanudarnos el viaje a la luz de
la luna. Se siguieron utilizando las varas hasta que pasarnos una estrecha isla de un cuarlo de milla de longitud. Después siguió un trecho verdaderamen– te ideal; la corriente apenas se sentía y no había una sola curva. La tripulación enterró las varas en un banco de arena que, a juzgar por los restos de otras varas que se veían, parecía haber sido duran– te muchos años el lugar favorito en que las embar– caciones abandonaban sus varas. Poco después di– visarnos a lo lejos del Castillo de San Carlos, el Gi– braltar del Lago de Nicaragua.
Las aguas en donde navegábamos ahora eran profundas, el río ancho, y la corriente apenas se sentía. A cada lado enormes árboles tales corno ce– dros, caoba, algarrobos, sapodilla, cocos y otros que me eran totalmente desconocidos. Ahora el Castillo se podía distinguir con más facilidad, y mis compa– ñeros españoles empezaron a hacer preparativos pa– ra desembarcar. Al doblar una curva pudimos
45
This is a SEO version of RC_1966_05_N68. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »