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y de nuevo reanudaron la travesía poco después de la media noche. Esa mañana llegarnos a una parle bastante seca del río donde con mucha dificulfad los veintidos remeros pudieron hacer frente a la corrien– fe. Por aira parle, el fondo estaba fan lodoso que fué imposible que la embarcación pudiera ser re– molcada por medio de cables. Había gran nÚInero de lagarlos tornando el sol en los lodosos bancos de arena. De largo parecían francos de árboles. El ruido de la embarcación y los cantos de los marine– ros siempre los asustaba y los hacía correr a meter– se en el agua.

Después de pasar esta parle seca volvimos a entrar en aguas profundas. Nos detuvimos en una de las islas para tornar nuestro desayuno y allí nos encon±ramos con un Español acompañado por su sir– vien±e de raza India. Venían con procedencia de Cariago y se dirigían a Granada con objeto de arre– glar unos asuntos legales. Habían subido por el Río Colorado y el afluente del Sarapiquí hasta llegar al San Juan. Hablaron con el "Pafrón" de nuesfra em– barcación para conseguir pasaje en ella y lo consi– guieron, lo cual les alegró mucho.

Es±e Español hablaba algo de Inglés y con fre– cuencia les compraba cosas a los comerciantes de Ma±ina. Por medio de él me enteré de que un co– mercian±e Español, de Cariago, conocido mío, quien con frecuencia viajaba a Matina, había merecido la desconfianza del Gobierno de ese lugar y había sido puesto en la cárcel. Sus bienes cuyo valor to±al as– cendía a varios miles de dólares, habían sido em– bargados, y el motivo de tal desconfianza era que creían que estaba en comunicación con los Indepen– dientes. Al enterarme de eso me preocupé más pues ello agravaba mi situación.

Al anochecer llegarnos a otra parle poco pro– funda donde la corriente estaba tan fuerte corno en) el sitio que habíamos pasado esa misma mañana. Los bongos se mantuvieron lo más cerca posible de la costa, en la contra-corriente, y pudimos pasar gra– cias a la fuerza con que se usaron los remeros. Esa noche nos anclamos en medio río, pues la fripulación estaba tan cansada después del duro fra– bajo del día, que nadie quiso bajar a tierra. A me– dianoche llovió, pero nada se mojó porque todo es– faba muy bien cubierto con gruesos cueros. Antes del amanecer reanudarnos el viaje, y antes de la ho– ra del desayuno llegarnos a ofra parle seca similar a la que habíamos pasado el día antes. Habían va– rias islitas que tenían la apariencia de estar cubier– fas por el agua en la época lluviosa. Algo sucedió aquí que nos demostró a todos que no había sido exagerada nuestra confianza en los conocimientos sobre navegación que poseía nuestro patrón, y fué que uno de los bongos se nos adelantó y se mantu– vo al lado de babor de una isla que tenía una lon– gitud de media milla, introduciéndose en un canal que parecía ser más ancho que el que tornó nuesfro bongo y el otro. Pasarnos la isla gracias a una ar– dua labor con los remos. Al llegar nuevamente a aguas profundas, notamos que el bongo que había tornado el otro canal se había atascado y la tripula– ción se había bajado y en vano se esforzaban en empujarlo. Finalmente, se vieron obligados a retro– ceder y tornar el canal que nosotros habíamos torna– do. Nuestro "Patrón" reprendió fuerlemente al

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que había sido causante de este atraso y nos dijo que muy pocas personas conocían el curso apropia– do que se debía tornar para subir el río y que nadie en todo el Lago de Nicaragua lo conocía tan bien corno él. Es±e día fue un día muy cansado para los tripulantes porque el agua no era profunda en todos los sitios sino que también habían sitios secos por los que tenían que pasar con mucho cuidado. Al sexto día de viaje nos enconframos con que ya el río no tenía tantas islas ni corrientes fuertes. Su anchura máxima no era mayor de un cuarlo de milla. Los bancos se elevaban diez o quince pies sobre el nivel del agua. La tierra era negra y de apariencia férlil, con árboles inmensos tales corno cedros y algarrobos, los cuales estaban muy cerca del agua. Al anochecer desembarcamos, hicimos una hoguera y dormirnos en una aldea desierta com– puesta de cuatro casas. Es±a aldea permanecía ocul– ta a los ojos porque la tapaban plantaciones de ba– nano, plátano, etc. El jefe de los barqueros me fa– cilitó una hamaca en la que por primera vez en mucho tiempo, me dí el gusto de dormir. A la ma– ñana siguiente reanudarnos el viaje a las fres de la madrugada. Todos se esforzaron en realizar sus ta– reas de la mejor manera posible con la esperanza de llegar al anochecer a la vieja fortaleza de San Juan. Sin embargo, todo el día le tuvimos que ha– cer frente a una fuerte corriente, asegurando el "Pa– trón" que el río estaba bastante seco. La ±ripula– ción solo tornó un descanso en todo el día, y aun_ que no nos encon±ramos con lugares tan secos co– rno los que nos habíamos enconirado en días ante– riores, todos estaban tan cansados que abandonaron la esperanza de llegar al Castillo esa noche. Por consiguiente, desembarcamos, prepararnos nuestra cena y descansamos corno lo habíamos hecho todas las noches, con la seguridad de que llegaríamos a él a la mañana siguiente. Reanudarnos la travesía de madrugada, corno de costumbre, y al poco rato llegarnos a una isla baja, que medía casi una milla de longifud. Nuestro bongo tornó la cabeza, corno lo hacía siempre y se deslizó por un canal estrecho al lado derecho de la isla, en el que en algunos si– tios había escasamente suficiente espacio para re– mar. Según pude ver el otro canal era mucho más ancho pero no tan profundo. Poco después divisa– rnos el castillo, que según mis cálculos distaría unas dos millas de la isla que acabo de mencionar. En este lugar el río tenía una anchura igual a la que te– nía en otros puntos; la corriente era fuerte, pero el agua era profunda, y el remolino en contra-corriente nos ayudó a llegar al primer raudal que nos había– mos encontrado en el curso del río. Los bongos fue– ron' arrastrados hasta un pequeño estanque aparen– temen±e que había sido construído en ese lugar con el propósito de descargar las embarcaciones, y de allí pasarnos al Castillo, donde inmediatamente fuí puesto bajo la vigilancia de un guardia. Aquí tu–

ve la oportunidad de decir algunas palabras a mis Indios, quienes ahora ya estaban sin las cadenas, pero apenas había empezado a hablar con ellos cuando me ordenaron apartarme y seguir hasta mi lugar de confinamiento. Me enviaron el desayuno de la mesa del Comandante. Don RaYm.undo y el Español de Cartago me llegaron a ver y me infor– maron que permanecería aquí hasta que se recibie-

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