Page 112 - RC_1966_05_N68

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El anterior comandante de la forlaleza y uno de los propietarios del "Flor del Mar" iban a bordo corno pasajeros. A eso de las tres de la tarde hici~

mOS nuestra entrada en el río por medio del, canal que quedaba al norle o lado derecho.

La forlaleza, que más tarde tuve ocasión de e)l:arninar más detenidamente, se compone de doce cañones de veinticuairo libras cada uno, montados sobre una gruesa plataforma de madera. Dominan completamente la entrada del puerlo y las dos de– sembocaduras del río. Detrás de los cañones hay unas cuantas casas para los oficiales y soldados, que por todo alojan un total de cien hombres aproxima– damente. Más que una forlaleza, se le debería lla– mar batería disfrazada. La isla en que está situa– da tiene una circunferencia de menos de media mi– lla y está casi en' el centro de las dos entradas al río. El suelo es arenoso y está cubierlo de bambú

y arbustos de toda clase. La entrada del sur tiene un ancho de casi media milla, pero no tiene la su– ficiente profundidad para que por ella pueda pasar un bongo cargado. La otra, que es por donde en– tramos, no es tan ancha pues solo mide unas dos– cientas yardas. Su profundidad máxima es de siete pies y las más veces no pasaba de cinco. La co– rriente de ésta es bastante más fuerle que la de la otra, y la isla misma parece que se formó debido a la acumulación de arena, árboles, etc., que han sido arrastrados por la corriente y depositados allí du– rante la época lluviosa.

Nos arrimarnos a la ribera en una parle no muy a1:l:a donde habían unas cuantas chozas. Aquí se bajaron los tripulantes para cocinar y me invita– ron a que los acompañara. Yo contesté a su invita– ción señalando las cadenas que llevaba en los pies, que ya me habían inflamado las piernas y me te– nían muy adolorido. Uno de los caballeros que iban en el bongo de nombre Don Raymundo a quien ya he mencionado antes, se interesó por mí,

y después qe una breve conversación con Salablan– ca, me hicieron darles mi palabra de honor de que no intentaría huir ni comunicarme con mis Indios. Luego el "Patrón" me libró de las cadenas.

Me invitaron a que los acompañara a cenar; después de cena nos retiramos a dormir en el bon– bo mientras los barqueros dormían en tierra alrede– dor de una hoguera que mantuvieron encendida to–

da la noche. No dormí bien por estar pensando en los asombrosos sucesos de los días pasados y en lo que me tendría reservado el porvenir, y poco des– pués de la medianoche me desperlaron con los pre– parativos para continuar el viaje. Mucho antes del amanecer ya todos estaban a. bordo y el "Pairón"

co~enzó sus plegarias en voz alta. Los tripulantes contestaban a las oraciones y después todos junios entonaron un himno a la Virgen. Todas esas ple– garias surtían un electo impresionante dada la hora en que estábamos y la quietud y soledad del río. Proseguimos nuesiro viaje acompañados por los o:>iros dos bongos, y yo pude recuperar mis fuerzas un poco, durmiendo un rato. Pero mi sueño no ±ar– dó mucho porque Don Raymundo me despertó para que fuera a desayunar. Mientras comíamos, el bofe fué atado a un árbol y al terminar de comer, los re– meros regresaron a sus puestos. En todo el día no se notó mucha corriente, y el ancho del río en este

lugar era igual que en la entrada, En la tarde nos encontramos con una goleta de unas ochenta ±onela– das que había sido puesta en el río para su propia seguridad, después de ser descargada un poco pues estaba demasiado pesada. Todo esto se hizo antes de la llegada de oiras dos goletas procedentes de La Habana.

La goleta de que hablamos venía de Porlo Be– llo y su propietario había seguido ha/3±a Granada para vender la carga y obtener otra embarcación. A la hora de la puesta del sol nos detuvimos y ba– jamos a comer, y después de comer nos retiramos a descansar igual que habíamos hecho la noche an±e– rior. Como a las cuairo de la madrugada se repi– tieron las plegarias e himnos de costumbre, y des– pués reanudarnos nuestro viaje. El río continuaba igual que el día antes y su ancho parecía ser el rrLÍsmo. Los bancos de arena eran bajos y estaban bordeados de hierba larga"de la que se alimenta– ban los manatíes, siendo tan abundantes aquí estos extraños animales corno en todos los demás ríos cer– canos al puerlo.

A la hora del desaYl.1,no llegamos a Sarapiquí, de donde parle un afluente en dirección Sur hasta juntarse con el Río Colorado, el que, corno hemos dicho antes, desemboca en el mar como a diez mi– llas del puerlo de San Juan. El "Pairón" me dijo que este afluente del río distaba como treinta mi– llas del puerlo.

Hace algunos años, el celebrado Capitán Mif–

chell, que estaba al mando de un corsario indepen– diente perlenecientes a Carfagena en los tiempos en que esa ciudad estaba en manos de los revoluciona– rios, ancló su embarcación cerca de la barra del Colo– rado y envió ires botes por el afluente del Sarapi–

quí hasta .el Río San Juan, descendió por él y cogió de sorpresa las instalaciones del puerlo antes de que los Españoles pudieran prepararse para el ene– migo. En esta audaz maniobra logró capturar dos embarcaciones que estaban en el puerlo junto con la mayor parle de sus cargas, las cuales estaban en tierra, listas para ser puestas a bordo.

La mayoría de los Españoles huyeron, pero Mit– chelI logró escaparse con su botín. Desde entonces nadie se ha atrevido a establecerse en Sarapiquí, aunque sería un sitio fácil de defender, pues está situado en un banco de arena bastante elevado, co– rno veinte pies más alto que el nivel del río. Habían solamente tres casas rodeadas de plan– taciones de banano, cazabe y plátano, pero no había una sola alma. Permanecimos allí varias hóras, y después del mediodía, reanudarnos nuestra iravesía. A pocas millas de allí encontramos una diferencia muy marcada en la corriente: el río se hizo más an– cho y menos profundo, y en su centro habían unas cuantas isillas cuya longitud variaba entre un cuar– to de milla y media milla. Los ires bongos nave– gaban muy cerca uno de otro y sus "Pairones" se consultaban con frecuencia para decidir el curso que debían tomar para evitar la corriente. En todo caso, siempre actuaban según la opinión del "Pa– trón" del bongo en que yo iba, pues éste parecía te– ner más experiencia que los demás en estas cosas. Ese día los remeros irabajaron más duro que el día anterior. Por la noche ataron sus embarcaciones a un árbol, cenaron y durmieron corno de costumbre

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