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cí la cooperaclon de mis Indios para ayudar a dis– fenecía a los comerciantes de Jamaica. Mis respues– fas Y comentarios eran recibidos con recelo e incre– dulidad. Sin embargo, al poco rato salimos de du– das: se pudo comprobar que la embarcación que se aproximaba era un bergantín de guerra, y a conti– nuación se comenzaron los preparativos para la ac– ción.

Al ver que mis cosas estaban en peligro, fuí al comandante de la forlaleza y le pedí que mi peque– ña embarcación fuera llevada al río donde estaría fuera de peligro. A cambio por este favor le ofre– parar los cañones de la forlaleza, y mi cooperación para ayudar al Capitán del "Estrella". El Coman– dante contestó que sus oficiales sospechaban que yo era espía del bergantín que se aproximaba, pero que si prestaba mi cooperación para destruirlo, hasta cier– fo punto disiparía esas sospechas. Sin embargo, me dijo que me dejaba libre para hacer lo que yo esti– mara conveniente.

Las goletas, que tenían resorles en sus cables, fueron ancladas de tal forma que sus cañones que– daron apuntando a la enrrada del puerlo. Sus co– mandantes dieron la orden de que se izaran las ban– deras rojas, lo cual inmediatamente fué contestado con un desafío similar de parle de la embarcación que se aproximaba: bajaron las velas de juanete, y al llegar· al punto en que podían ser alcanzados por los disparos de cañón, izaron los colores de Buenos Aires. Entonces me dí cuenta de que era la embar– cación "Centinela" bajo el mando de Brandford, un valiente e inrrépido oficial que anteriormente había esfado vinculado con el escuadrón Mexicano bajo el mando de Sir MacGregor y el General Aurey. Acto continuo los Españoles comenzaron a disparar des– de tierra y también de las dos goletas, mienrras el bergantín avanzaba hacia ellos firmemente y en si– lencio, evidentemente con la intención de abordar, y si hubiera conseguido hacerlo, estoy seguro que habrían sido capturados, porque no era sino con mu– cho esfuerzo que los oficiales de las goletas podían manfener disparando a los hombres. Afortunada– mente para los Españoles, el viento se calmó en el momento en que el bergantín hizo contacfo con la corriente ocasionada por la desembocadura del río; por consigui~nte se vió en la necesidad de tener que dejar caer un ancla en un punto en que podían ha– cerle blanco los disparos de mosquete provenientes de la forlaleza y de las goletas. En esa posición de desventaja el bergantín se dispuso a colocar un re– sorie en su cable, y antes de hacer el primer dispa– ro, apuntó sus cañones en dirección de las goletas, que estaban tan cerca la una ·de la orra. En esa po– sición, el "Centinela" continuó la acción por espacio de cuatro horas, conrra veintiocho cañones, siendo el fortuito y mal dirigido fuego de los Españoles, lo único que evitó que éstos lo echaran a pique. Ya por entonces estaba muy dañado su casco y a,parejo, y decidieron corlar el'cable y dejarse ir a la deriva, ayudados por la corriente del río y por un vientecito que sopló en ese momento, hasta un lugar fuera del alcance de los disparos, con la intención de contestar cualquier ataque si sus enemigos se atrevían a agredirlos. En efecfo, los oficiales Espa– ñoles gritaron a sus hombres diciendo: "a bordo", "a bordo", pero ninguno de ellos qtiiso dar el ejemplo

tirándose a los botes. Al día siguiente el "Cen±in~­

la" llegó a las Islas del Maíz (Corn Islands) en un estado de semi-hundimiento, pero hubo pocos muer– tos tanto en un bando corno en el orro.

Cuando aún me enconrraba al lado del cañón qUe había ayudado a disparar, los oficiales del "Flor del Mar" subieron a bordo para felicitarnos por lo que ellos deberían haber considerado una gran eS– capada en vez de una victoria. Uno de ellos se me acercó y mirándome fijamente, aSeguró conocerme y reunió a los oficiales en una de las cubierlas pa– ra manifestarles que era menester hacerme prisione– ro porque en mí había reconocido a uno de los del "Centinela". Les dijo que no hacía mucho tiempo yo había asaltado su embarcación y lo había des– pojado de todo, al mismo tiempo insullándolo, y ul– trajándolo. Esta acusación, después de que yo ha– bía puesto mi vida en peligro por espacio de mu– chas horas en defensa de sus embarcaciones, me de– jó esfupefacto, y esa reacción de estupor de mi parle, fue tomada por ellos como prueba contundente de mi culpabilidad. Pronto se esparció el rumor de que se habí/il encontrado un espía del bergantín re– belde en el ¡'Esrrella", y cuando me rrasladaron a la orra goleta para hacerme prisionero, todos los de la tripulación querían verme para ver si me reco– nocían. Un individuo de aspecfo de malvado tomó la palabra y me acusó de ser el fabricante de las velas del bergantín en cuestión, asegurando que cuando fué capturado en su úllimo viaje de la Ha– bana a Trujillo, yo, en mi insaciable afán de pillaje, le había desgarrado los pantalones con una navaja al enterarme de que' en los bolsillos andaba cierla suma de dinero, y que al hacerlo, casi lo había ma– tado.

Esas . acusaciones fueron consideradas como pruebas suficientes en mi conrra; en vano fueron mis pro:1estas de inocencia; inmediatamente me esposa– ron y me mandaron, vigilado por un guardia, a la Forlaleza. Mis Indios se quedaron atónitos al ver que era bajado a tierra en esa forma, y antes de que pudiera dar explicaciones a Brown de lo sucedido, me obligaron a que siguiera hacia la prisión. A la mañana siguiente, a eso de las nueve, me condujeron ante la presencia del comandante y un número de oficiales que estaban reunidos, y estan– do como estaban todos convencidos de que yo era o había sido oficial del "Centinela", me pasaron un papel para que lo firmara indicándome que con±e– nía todas las acusaciones que se me hacían además de las declaraciones de los dos Españoles, quienes habían declarado bajo juramento.

Por mi parle, yo me negué rotundamente a fir– mar el papel, debido a que no conocía lo suficien– temente bien el idioma Castellano y no tenía un in– térprete en quien pudiera confiar plenamente, pues sabía que era completamente inocente, y si firmaba me podría comprometer. Me mandaron de nuevo a la cárcel y el comandante de la Forlaleza, Don Fran– cisco Salablanco, al poco rato me mandó algo de beber. Esa noche escuché la conversación enrre dos de mis guardas, en que uno decía al orro que los oficiales estaban completamente seguros de que yo era espía y por lo tanto habían decidido pasarme por las armas sin demora. A la mañana siguiente de nuevo me llevaron ante los jueces para q~e fir-

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