Page 100 - RC_1966_05_N68

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greS

O Y bienestar de sus súbditos. También se la– mentaba de que no hubiera un superintendente Bri– ±ánico en la costa, como antes en tiempos del Co– ronel Hodgson, cuando los Indios Mosqui±os podían encontrar ±rabajo y había demanda en Black River y las otras colonias para sus productos; tiempos en que los jefes en toda la costa se podían vestir y vi– vir "al verdadero estilo de un señor Inglés". Los jefes Y los ancianos estuvieron de acuerdo con él en todas esas observaciones; todos ellos también desa– probaban de la manera arbitraria en que los co– l11.ercian±es de Jamaica ejercían la influencia que habían adquirido en algunas de las aldeas de la costa, añadiendo que para evitar hacer negocio con ellos, habían vendido gran parte del carey recogi– do en esta temporada a los Americanos quienes, a pesar de que tenían una variedad tan grande de productos, eran 1nas limpios en sus negocios y pa– gaban mejores precios.

Al día siguiente muy temprano me despertó el ruido de los tambores; los nativos estaban en un estado de bullicio y actividad, preparándose para la competencia de beber y la recepción del Rey. Es– ie llegó en una gran canoa, con diez personas, es– coliado por igual número de personas en dos ca– noas mas pequeñas. En el desembarcadero es±a– ban a esperarlo el Almiran±e Earnee y el General Blyati con algunos de los hombres principales de las aldeas vecinas; los dos primeros iban de unifor– me con charreteras de oro. Hubo poco protocolo o ceremonia en el saludo al Rey; un apretón de ma– noS, un "como está usted, Rey" en Inglés y en voz baja, fueron los únicos saludos que le dieron los súb– di±os de todas las clases sociales. Preguntando bre– vemen±e los motivos que yo tenía para venir a ver– le, me invitó para que lo acompañara al Cabo, don– de yo tendría la oporlunidad y qué relación existía entre él y su gente, entre quienes, hacía cuatro años, al regresar de Jamaica donde había recibido su educación, se encontró corno un extraño.

Era un joven como de 24 años, de piel broncea– da, cabellos largos y rizados que formaban bucles alrededor de su rostro; sus pies y manos eran pe– queños, ojos oscuros y expresivos y dientes muy blancos. Presentaba una figura atractiva y apuesta, y su apariencia denotaba más agilidad que fuerza. En orros respectos, al irlo conociendo más, me dí cuen– ta de que era desenfrenado corno los venados de las praderas de su tierra.

En el ±ranscurso del día llegaron Indios de dis– tintas parles de la costa y del interior. En la reu– nión que se llevó a cabo en la casa del Rey, se discutieron asuntos relacionadps con el gobierno de las aldeas vecinas, disputas, y otros asuntos de in– ±erés público. Observé que el Rey lo dejaba todo en manos de Earnee, Blyati y unos cuantos más. A decir verdad, parecía interesarse muy poco en lo que se decía y se limi±ó a sancionar las resolucio– nes que se ±omaban para que pudieran ser promul– gadas como "órdenes del propio Rey". Esa es la expresión que usan, y tales órdenes son obedecidas al pie de la le±ra. Mien±ras estuvo reunido el Con– cejo no admitieron mujeres; a unas cuantas se les perrni±ió en±rar luego durante las competencias de bebida para atender a sus maridos cuando estos lle– gaban a un estado de insensibilidad debido a la in-

toxicación.

Al finalizar las discusiones en casa del Rey die– ron comienzo los festejos. Había dos hombres, uno a cada extremo de la canoa, que se encargaban de verler el "mishlaw" en grandes calabazas que eran llevadas por unos cuantos jovenzuelos hasta donde estaban los invitados. A medida de que los hombres se iban embriagando, empezaban a bailar imitan– do bailes regionales y animadas contradanzas Es– cocesas que habían aprendido de los colonizadores Ingleses; pero pronto se encon±raron en un estado tal de intoxicación que no fué posible mantener el or– den. Todos, incluso el Rey y sus amigos más cer– canos, dieron rienda suelta a sus deseos de beber y se dedicaron a satisfacerlos. En el transcurso de la noche llegó Andrés, el tío del Rey, hombre principal de Duckwara, acompañado de una de las esposas favoritas de su Majes±ad. Andrés era un hombre fornido y de baja estatura, de pura raza India, ani– mado y de ágiles movimientos, que ocultaba gran astucia y sagacidad bajo una apariencia de livian– dad. Hablaba el Inglés bastante bien y con sus re– latos acerca de los comerciantes de Jamaica y sus comentarios mordaces y graciosos acerca de algunos de los Misquitos presentes, mantuvo a la concurren– cia en carcajadas. El Rey me dijo, durante el ±rans– curso de la noche, que no me debía extrañar de ver– lo y proceder en la fonna en que lo hacía, pues ±e– nía planeado instigar poco a poco a los nativos a que fueran adoptando las costumbres Inglesas y el modo de vida Inglés consintiéndolos en la bebida; corno prueba de ello me dijo que podía observar có– mo los nativos se habían despojado de la "pulpera", el vestido que comunmen±e usaban los Indios, y se habían puesto chaquetas, pantalones y sombreros Ingleses. !l-lgunos de ellos llevaban abrigos y ves±i– mentas que hacían juego con los abrigos, y, como ya he dicho antes. se vangloriaban de ir vesfidos al "es±ilo de un verdadero señor Inglés".

Corno de costumbre, su Majes±ad se dedicó más a las mujeres que a los jefes, y diciéndome que las mujeres de aquí podían bailar igualmente bien que las de las o±ras colonias Inglesas me invitó a que le hiciera compañía junto con el Almiran±e y el no An– drés, en una danza en la que participarían también las mujeres que mandaría a llamar. Por supuesto que yo acepté encantado, y al llegar las mujeres, E'mpezamos a bailar al compás de un tambor, que era el único acompañamiento de que disponíamos. myati había recibido orden de impedir que el grupo que estaba en la casa del Rey nos interrum– piera, pero como nuestra música era tan estrepitosa corno la de ellos y se había regado la noticia de la llegada de las mujeres, nuestra casa pronto se vió rodeada de una multitud que se agolpaba de tal manera que se produjo en el interior un calor inso– portable y nos vimos obligados a abandonar la dan– za; sin embargo los Indios protestaron de tal forma que el Rey, muy complaciente. accedió a con±inuar– la al aire libre. Al juntársenos a bailar el o±ro gru– po con su música, se produjo un gran ±umul±o en el que se mezclaron Rey, Almirante, General y hom– bres y mujeres Misquitas, todo en una gran confu– sión y algarabía de la que los que podían se alegra– ban de escapar. Antes de perder la cabeza comple– lamente por intoxicación, los jefes ordenaron que

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