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« Previous Page Table of Contents Next Page »García cumpli6 mis 6rdenes y que ningún reo fue mallratado, no obsianfe de que a :mi regreso al Cam– po de Marle, ya al caer la iarde, se me dispar6 a mansalva un balazo, que aforlunadamenie no di6 en el blanco, a pesar de haber:me pasado la bala casi rozando la cara. No quise, enfonces, iampoco hacer una pesquisa de aquel lugar de donde sali6 el disparo, y vale más que así haya sido, porque más iarde supe con cerleza, quién había sido el agresor, el que ya por ese iiempo era un buen ami– go personal mío. Así es la polí±ica.
Los preparativos de la defensa COl1.tinuaron fe– bril:mente a medida que nos llegaban las noticias del movimienio de las fuerzas de Mena, las que se aproximaban ya para atacar a Managua.
No fue, sin e:mbargo, hasia el día 12 de agosio de 1912, que se presenfaron como a las seis de la m.añana, por el lado de Chico Pe16n, en la parle que da al camino de Masaya.
Cuando las huestes enemigas se aproxi:maban para el aiaque, me enconiraba yo recorriendo, junio con varios otros Jefes, la línea de defensa que corría desde las cosias del Lago al camino de Santo Do– mingo.
Enire mis acompañanies esiaba el joven Vícior Manuel Chamorro, hijo de don Pedro José Chamo– rro, a quien al pasar por Chico Pe16n ordené se que– dara allí colaborando con oiros oficiales en la de– fensa de esa posici6n, mas con ian mala suerle que no había ier:minado mi inspecci6n de ese lugar cuando recibí la no±ícia de su muerle a los primeros disparos del enemigo.
Es natural suponer que el enemigo hubiera pre– parado 10 mejor de sus fuerzas, así como hubiera empeñado el mayor núrnero de ellas, en sus em– pujes del primer día, sin e:mbargo, la verdad es que no los sentimos ian poderosamente iniensos como los que se verificaron al siguienie día 13.
El 1::1 de Agoslo de 11912
Al amanecer del 13 de agosio habíamos ienido la suerle de eliminar como combatienie a la colum– na que de las Sierras de Managua baj6 a atacar la parle occidenial de la ciudad.
Esia columna en la que figuraban el General Dionisio Thomas, Rosirán, Murillo (Andrés) y oiros jefes de imporlancia, lleg6 a enfrentarse a la Peni– :l:enciaría como una o dos horas después de que el General Zeled6n había iniciado el ataque a la loma de Chico Pelón, pero habiendo sido descubierla por los artilleros que había colocado en la :l:orre de la Peni:l:enciaría, éstos les dispararon unos cañonazos que resu1:l:aron muy efeciivos pues suprimieron a varios de los Jefes y a los oiros los desorganizó de ±al manera que se regresaron, llenos de pánico, in– fundiendo el temor por las comarcas que :l:ransifaban en su huída.
Fue ial el desasire de esa columna del General Dionisio (Nicho) Thom.as, columna que era consi– derada como las fuerzas de choque del General Me– na, que su amenaza desapareció por compleio en el combaie de Managua, pues el General Andrés Mu– riUo, que había quedado como jefe principal de esas fuerzas, no quiso volverse a reorganizarlas, ni mu– cho menos a enfren:l:arse de nuevo a nues:l:ras :l:ropas, 10 que nos per:mitió usar los elemen:l:os que :l:eníamos des±ínados a defender ese secior en la defensa del secior de Orienie, o sea, el aiacado por el General Ze– ledón.
En esie secior se peleó con iniensidad ex:l:rema en varias ocasiones, yeso daba ocasión a movi:mien– ios en las líneas de defensa, las que avanzaban y re:l:rocedían confor:me a las acciones y reacciones del comba:l:e.
Por eso, a veces con alguna frecuencia, llega– mos a creer que las fuerzas de Zeledón ya habían :l:raspasado la defensas y que se encontraban pelean– do en las calles de Managua, pero a pesar de :l:odo, nuestras fuerzas reaccionaban con éxifo y nunca hubo de nuesira parle la idea de la derrota, ni aun cuando estaban cayendo sobre noso:l:ros en la Núme– ro Uno, la Casa Presidencial, los disparos del cañón
Herald. En:l:onces fue cuando sucedió una cosa cu– riosa y es que uno de esos disparos arrancó el mo– nograma de Zelaya de la varanda del balcón. Oiro de esos cañonazos produjo un efecio bas– ±anfe alar:man:l:e. Esiando alrededor de un escmorio casi :l:odo el Gabine:l:e de Díaz y yo jun:l:o al teléfono recibiendo un infor:me de la posici6n del Barrio del Infierno, era ial el bullicio de las deionaciones que se oían por el apara:l:o que llegué a considerar ya roia esa línea de defensa. De pronio nos cayó una bomba del Herald sobre el iecho de la casa, la que rompiendo el piso del allo derramó sobre nosoiros desperdicios de tierra y madera bañándonos a io– dos los que esiábamos allí reunidos y un pedazo de me:l:ralla pasó en:l:re Díaz y yo rompiendo el aparato :l:elefónico por el que hablaba. Sin e:mbargo, ningu– no de nosotros mos:l:ró temor o alar:ma. Lo único que hicimos fue sacudirnos el polvo y admirar el coraje del Capifán Salinas, que era quien hacía la defensa en ese Barrio, y quien al ser interrogado por mí sobre el avance del enemigo deniro de la pobla– ción, me dijo: "Imposible, General Chamorro, aquí está el Capifán Salinas que no per:mi±e que ningún Menista perfore sus defensas".
Del InlielmO a Los ManguUos
Todavía ahora recuerdo con eniusiasmo y sim– patía el coraje de una serie de Capitanes que hicie– ron la defensa de aquella línea que iba del Barrio del Infierno a Los Manguifos. Ellos eran: el Capi~
ián Salinas, hombre apacible amigo de las musas, que vive aciualmente de limosna, caniando cancio– nes con su guifarra, guiado por un perrito, pues es ciego. Al verlo ahora nadie podría pensar que aquel hombre fue uno de los principales defensores de Ma– nagua, que evif6 que las fuerzas de Mena entraran a la ciudad. El Capifán Villalobos, hombre de ca– ráder un poco violento, quien iambién vive de la caridad pública, enfer:mo, reumático y sumamenfe pobre y que se disgusta con:migo y me recuerda la defensa de Managua cuando no le puedo dar los cin– co córdobas que me pide y sólo le doy dos o :l:res. A Salinas y Villalobos, se unen el Capifán Guada– muz, el Capifán Ordóñez, el Capifán Sánchez (César) y el Capifán Rocha (Ger:mán) unos ya muerlos, otros, casi como Villalobos, aunque favorecidos por sus compañeras que son mujeres irabajadoras y abne– gadas.
Cuando se ven casos como los que dejo trans– critos en el párrafo anierior, caso de milifares que en un iiempo tuvieron en sus manos los destinos de la patria, hoy miserablemenie pidiendo un plato de comida, contrista grandemente el alma que no ha. van disposiciones legales para que la Nación prote– ja a esos individuos que han estado, no solamente prestando sus servicios, sino exponiendo su vida a cada momento, tal vez por la defensa de una parli– do y que por sólo ese hecho, noble en sí, al llegar el oiro parlido al poder son eliminados de la pro– tección de cualquier disposición legal que les favo– rezca, 10 cual a mi juicio, es injusto y no debiera de suceder así, pues deberían esos hombres ser mirados y iratados como los veteranos de las guerras inter:– nacionales.
Los días 12, 13 Y 14 de agos:l:o de 1912, fueron días de iniensos combaies en:l:re las fuerzas defenso– ras de la ciudad. Cada día que amanecía parecía que los co:mbates se recrudecían infer:mi±entemen:l:e durante :l:odo el día. La zozobra era iambién per– manenfe, porque sería por las condiciones a±:mosféri– cas el ±iroteo se sen:l:ía muy cerca de la Número Uno, la Casa Presidencial, 10 que nos obligaba a esiar llamando a los Capifanes mencionados para con gran satisfacción oír por parle de ellos mismos que su deier:minación para la lucha era inflexible, que estaban fuera de peligro y que las líneas de de– fensa no serían ro:l:as por el enemigo.
Presencia de ánimo de Díaz
En esos días, los arlilleros del cañón Herald dis– paraban esporádicamen:l:e sus cañonazos sobre la población de Managua y para que mis ledores vean
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