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rales, alarmados por la influencia que estaban ejer– ciendo en la opinión pública, quisieron sabotearlos y corno no tenían representantes en la Asamblea lle– varon gentes para que un día derramaran asafétida en los pasillos y entre el público, para obligar a éste a retirarse. A la natural conmoción que causó aquel acio, uno de nuestros representantes, el valiente y querido leader de Managua, el docior José María Silva, se levantó y dijo: "Cada Partido trae a este recinto su propio perfume. El Liberal: asafétida. El Conservador: el perfume de las damas aquí presen– tes".

Puedo asegurar que en esa Asamblea se traba– jó, no con espíri:lu partidista, sino con un sentimien– to altamente democrático. Se procuró en ella dar a la República el carácier de una democracia modelo en lo que quizás nos excedimos un poco, porque en nuestro afán democrático llegarnos hasta el sistema parlamentario, por el cual, cuando las Cámaras dan un voto de censura a un Ministro, éste debe renun– ciar del cargo.

Yo mismo fuí partidario de esos avances que fueron, precisamente, los que sirvieron de pretexto para dar el golpe de estado a la Constituyente y no permitir que el Proyecio de Constitución que se habla elaborado fuera promulgado oficialmente y se convirtiera en la Magna Carta de la República.

Disolución de la Consliluy\~nfe

Los que no estábamos cerca del General Mena y del General Moncada ignorábamos completamente que en las altas esferas oficiales se estuviera traman– do semejante medida, así fue que por la mañana del día en que ocurrió -el 5 de abril de 1911- yo me dirigía a los salones del Congreso cuando me advirtieron que por las calles de Managua se anda– ba publicando un bando declarando disuelta la Constituyente y nulas las labores de dicha Asarn.– blea.

En vez de continuar mi camino hacia el COl1.– greso, me dirigí al Hotel Lupone para encontrarme allí con algunos amigos que solían reunirse en ese lugar y entre los que frecuentemente estaba el Dr. Adán Cárdenas, quien por sus relevantes méritos ha– bía fungido corno Presidente de la Asamblea Consti– tuyente.

El Dr. Cárdenas, visiblemente irritado, al verme, me dijo: "Y bien, Ern.iliano, estarnos preparados pa– ra la lucha armada?" A lo que yo tuve que contes– tarle: "No, Docior, las armas las tiene Mena. Mas aun cuando yo las tuviera, prefiero irme del país para que el General Estrada termine tranquilamente su penodo y regresar cuando el nuevo gobierno que salga de una elección futura esté ya instalado".

Hacia Honduras

Dos o tres días después abandonaba Nicaragua, con mi esposa, hacia Honduras.

Nos instalarnos en Comayagua para estar cerca de la hacienda "La Ilusión" que todavía estaba bajo mi control.

Aunque en Comayagua recibía muy pocas noti– cias de Nicaragua, continuaba albergando la creen– cia de la existencia de un perfecto acuerdo entre elemenios que claramente se veía que tenían dife– rentes intereses, casi, pudiéramos decir, encontrados, ya que cada uno de ellos perseguía el dominio en el poder. Adolfo Díaz, por un lado, hombre sagaz y de calma extraordinaria; el General Luis Mena, de temperamento impaciente, difícil de contenerse a es– tar esperando calmosamente que una situación se resolviera, corno suele decirse, por sí rn.isma, por otro y el General Juan J. Estrada, que estaba, por así decirlo, corno el único representante del Partido Liberal y que debería haberse sentido corno obliga– do a defender los derechos de ese Partido para estar en el poder.

Mis temores de un rompimiento entre ellos, no eran, sin embargo, infundados. Antes del tiempo que yo esperaba permanecer en Comayagua, fuí lla– mado, telegráficamente, por unos amigos que de Ma– nagua llegarían al Puerto de Arnapala para expli-

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carme la situación de lo que estaba ocurriendo en: . Managua y que de acuerdo con esos informes resol_ viera mi regreso a Nicaragua. Entre esos comisio_ nados estaba el doctor Ramón C. Castillo, quien me' refirió los sucesos a que dió lugar la prisión de Me", na por acuerdo entre el General Estrada y MOIÍca." da. Luego la prisión de Moncada por decisión de un grupo de militares en el Campo de Marte, adic_ tos al Partido Conservador, entre los que estaban el Coronel José Miguel Castillo, Cándido Mayorga ametralladorisia, Pizarrín, y otros, quienes apresa~

ron a Moncada amarrándolo a un árbol y conrn.ina_ ron al General Estrada para que pusiera en libertad al General Mena, lo que aquel hizo inmediatamen_ te.

Renuncia de Eslrada

El General Estrada, que hasta esos momentos había merecido la confianza del Partido Conserva_ dor, se dió perfeda cuenta que después de estos su– cesos de taniísima importancia no podría seguir go– bernando corno hasta entonces lo había hecho, y de– cidió retirarse para dejar en el poder sólo a ele– mentos conservadores. Por eso llamó a don Adolfo Díaz, mas corno éste, contrariado por la prisión de Mena y la amenaza que él mismo había sufrido rehusó asistir a la conferencia, el General Estrad~

pidió entonces al dodor Carlos Cuadra Pasos lo acompañara a la casa de Díaz para juntos conven_ cer a éste de la necesidad de encontrar una solución a los problemas de la situación, problemas que por fin se resolvieron ante los buenos oficios del Minis– tro Americano, Mr. Ellio±± Nor±hco±±, quedando don Adolfo Díaz corno Presidente y el General Luis Me– na corno Ministro General, quienes convocarían a una nueva Constituyente.

El General Estrada y el General Moncada salie. ron emigrados del país.

Regreso a Nicaragua

Al tener conocimiento de todos estos sucesos re– solví mi regreso a Nicaragua.

Aquí en Managua permanecí sin posición al–

guna en el Gobierno, únicamente dedicado a la ob. servación de los acontecimientos políticos que se de– sarrollaban entre don Adolfo Díaz y el General Luis Mena, únicos elementos de importancia que habían quedado en el mando y entre los cuales había que suponer se desarrollaría una nueva lucha por la he– gemonía.

Efedivamente esa lucha se desarrolló, aunque no muy visiblemente, porque don Adolfo Díaz, con su habilidad acostumbrada, ocultaba sus propósi– tos que eran, indudablemen.te, el buscar cómo do– minar a Mena para evitar que éste llegara al poder. Después de algún tiempo de mi llegada a Ma– nagua algo de la política de Díaz se me hizo claro, porque él mismo me expuso la necesidad de que ambos deberíamos proceder de acuerdo si quería– mos eliminar a Mena, por lo que un día de tantos me envió al Dodor Cuadra Pasos con el nombra– miento de General en Jefe de las Fuerzas Militares de Nicaragua. Junto con ese nombramiento se me daba la orden de destituir al General Mena del Mi– nisterio de la Guerra y demás destinos que tuviere, poniéndole prisionero, en caso necesario.

La visita del Dr. Cuadra Pasos al lugar de mi residencia fue corno a las once del día 29 de julio de 1911 y la orden para destituir a Mena era para las doce del mismo día. Para el cumplirn.iento de mis instrucciones contarla con el apoyo del Coman– dante de Armas, general Bartolomé Víquez, quien había salido momentos antes de la residencia de Díaz con sus instrucciones necesarias. También de– berla contar con el apoyo del General Roberto Hur– tado, que era el Jefe de la Loma de Tiscapa y quien estaba ansioso de recibir la orden de deponer a Me– na porque éste le había mandado a 200 soldados de Nandaime para que los pusiera de alta en sustitu– ción de la tropa que aquel tenía.

Díaz había advertido al General Hurtado que esperara las órdenes que se le darían de la Coman-

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