Page 95 - RC_1966_04_N67

This is a SEO version of RC_1966_04_N67. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

con urgencia de Bluefields al General Juan J. Es– trada, para que sin pérdida de tiempo hiciera su in– greso a Managua. El mismo día en que Estrada recibió n"1i mensaje cablegráfico se puso en marcha, por la vía de Chontales, para el interior del país, acompañado de unos pocos amigos a fin de evitar la consiguiente demora que siempre se tiene cuan– do se viaja con numeroso acompañamiento.

Una vez llegado a Granada el General Es±rada, le informé de la situación y juntos nos trasladarnos a la Capital, donde no tuvo demora alguna la tras– misión del poder de parle del Presidente Provisorio, don José Dolores Esfrada.

Corno muchos de nosafros no teníamos hogar establecido en Nicaragua habiéndonos visto obliga– dos a formarlo fuera de nuestra patria, lo primero que hicimos ya en Managua, después de asegurar– nos que permaneceríamos aquí, por considerar esta– ble la siluación política del país que nosotros mis– mos habíamos contribuído a cimentar, fue dedicar– nos a esiab1ecer nuestros hogares y a llamar a nues– tras respeci:ivas familias que se encontraban en el exterior.

A mí, parlicularmente, me preocupaba mucho la situación de mi esposa en Costa Rica, pues a cau– sa de que en el lapso transcurrido de la Revolución hubo en Carlago un violento terremoto que destru– yó la ciudad, y era allí precisamente donde vivía la viuda de mi tío Alejandro Chamarra, con quien había dejado a mi esposa. Y aunque ya tenía cono– comien±o de que no había habido desgracia en la familia, y que Lastenia se había visto obligada a abandonar aquella ciudad para irse a Puntarenas, donde felizmente encontró el apoyo de doña Tulita Marlínez, esposa del docior Adán Cárdenas, a cuya casa se había trasladado, yo deseaba, sin embargo, que mi esposa se reuniera conmigo en Managua. Corno es natural después del triunfo que había– mos alcanzado, y de haber regresado a Managua al cabo de varios años de ausencia me dediqué en los primeros días a las visitas de amigos, a recibir de– mostraciones de simpatía, -corno invitaciones a banquetes junto con los otros Jefes de la Revolu– ción-, y corno dije anteriormente, a preparar el ho– gar donde viviría con mi esposa, propósito ésteúl· timo que no llegué a realizar corno lo tenía origi– nalmente planeado porque los bondadosos corazo– nes de don Fernando Solórzano y su esposa doña Panchita, no permitieron que nos instalaramos en otra parle que no fuera en su casa y así tuvimos que vivir por algún tiempo bajo el techo de tan ex– ce1en±es amigos.

P!'ªUM!!i'OS sfíllllftOll1l1lSS de ml§s~!I1lsi@:n

En rnedio de la cahna que esa situación parecia crear en nuestro esfado de ánimo, surqían de vez en cuando los primeros síntomas del malestar que des– pués

SR decJaró más abierto entre algunos de los je– fes miE±ares de la Revolución lo que culminó por fin en la terminación de la amistad entre el General Luis Mena y yo, cosa esta última O'ue si me la hu– bieran dicho antes de que triunfara la Revolución, no habría sido posible darle crédito, pues entre el General Mena y yo no existía ninguna diferencia de criterio, ni teníamos ambiciones que pudieran sepa– rarnos y no fue sino hasta que el General José Ma– ría l,i[oncada entró a figurar al lado de Mena en la Revolución que se comenzaron a ver ligerísimos pun– tos que parecían diverpentes entre el uno y el otro. Todavía cuando el General Estrada organizó su Gabine±e tenía yo la más absoluta confianza en la amistad del General Mena, y en la que él fenía en rní, de m.odo que cuando el General Estrada me propuso que figurara en su Gabine±e corno Ministro de la Guerra, yo le expresé la idea de quedarme fuera de él y que esa posición se la diera más bien al General Mena, pero que no hiciera tal cosa hasta no hablar yo antes con Mena para saber 10 que ésta pensaba al respecto.

Popu1aridad elle Grral. Chamon'o

Es bueno hacer saber aquí que duranfe los días

que estuve en Granada hubo arnigos que me hicie ron observar cómo las mu1±itudes proclamaban mi nombre, 10 que facilitaría al Parlido Conservador el triunfo seguro en una elección a la que fuera yo co– rno candidato. De esta opinión era don Rarnón Cua_ dra Pasos, cuya casa visitaba con frecuencia y en la que recibía ±anio sus atenciones corno las de su esposa doña Carmela Cuadra, hija del ex-Presidente don Vicente Cuadra. Don Ramón solía decirme. "Con usted no necesitarnos de ninguna estratagema

e~~cioral, porque ya su nombre tiene ganada la elee_ clon".

Precisamente en esos días ocurrió un hecho qUe causó muy buena impresión a la población civil de Granada. Ese hecho es el siguienfe:

El general Manuel Montoya, uno de los jefes mi– litares del Liberalismo, que durante la campaña de la Revolución se había creado una fama de hombre cruel y de matar a los avanzados corno 10 hacía el Coronel Demetrio Vergara, había llegado a Grana. da y se hallaba escondido en una casa del Barrio de Jalfeva. No se sabe cómo algunas gentes se dieron cuenta de ello y juntándose con algunos soldados se dieron a su búsqueda. La noticia causó gran alarma en ese vecindario y muy pronto se había congregado un gran gentío. No tardaron los hom– bres en dar por fin con Montoya, más éste que era ligero de cuerpo y buen corredor, se dió a la fuga so– bre la Calle Real y las gentes tras él gritando. "Allí va Montoya"I Yo estaba en esos momentos en la casa del General Eduardo Montiel y al oír el griterío salí a la calle y al darme cuenta de lo que pasaba me enfrenté a la mu1±itud y la detuve, salvando así la vida del fugitivo. Hasta allí llegaba mi control so– bre las gentes.

Esos acios llamaban la atención al pueblo y

aumentaban su admiración y cariño por :mí.

lt:ancUda~ui'a pr:esidencia!

El hecho es que todas esas cosas n"1e dieron la idea de que yo podría lanzar mi candidatura a la Presidencia de la República en lo que no había pen– sado antes de mi ingreso a Granada. Esa fue la razón por la que rehusé formar parle del Gabinete del General Estrada cuando éste me propuso el Mi– nisterio de Guerra, puesto que deseaba tener más li–

bertad para mis irabajos políficos. Mas corno al mis– mo tiempo no quería perder por completo el pres– tigio que da el poder a un candidato que sin usar del apoyo oficial tiene sin embargo su respaldo mo– ral, por eso pensé entonces que ningún otro que no fuera el General Mena podría ser el hombre que desde el Ministerio de la Guerra pudiera prestarme alguna ayuda, caso que yo la necesitara en el curso de la campaña eleciora1.

y para 11.0 estar equivocado, creí que 10 mejor sería sostener una eni:revista con Mena para plan– tearle claramente mi problema. Así lo hice, lo que dió por resuHado que el General Mena me hiciera un ofrecimiento de apoyo de lo más amplio, asegurán– dome además de que estando él en el Ministerio era corno si yo mismo estuviera.

Tal declaración me mereció el más absoluio cré– dito porque 11.0 tenía Mena ninguna razón para ocul– tarme sus propósitos si él realmente en aquellos mo– mentos tenía los rnismos planes que yo le estaba manifestando, y puedo decir sinceramente que si Mena rne hubiera pedido que yo le dejara a él el carnpo libre para trabajar por su candidatura y que yo le prestara mi apoyo, lo habría tenido, pues con Mena, corno dije antes, tenía tal amistad que por muchos meses una sola hamaca nos sirvió a amboS para dormir en ella, es decir, que el cariño que noS profesábamos era tal que compartíamos nuestras pe– queñas comodidades. Pero Mena no me manifestó otro propósito que el de apoyar mi candidatura, Y

más bien me pidió que para que ese apoyo fuera completo y seguro lograra el nombramiento del Ge– neral José María Mancada corno sub-secretario del Ministerio de la Guerra.

Con esta información regresé donde el General Estrada para confirmarle mi renuncia del Gabinete Y

54

Page 95 - RC_1966_04_N67

This is a SEO version of RC_1966_04_N67. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »