Page 90 - RC_1966_04_N67

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miedo sino que me doy cuenfa de la responsabili– dad q~e fengo .de denfender las vidas de fodas es– fas genies que han puesto las suyas en mis manos, y ,::'isma no es un lugar apropiado para la defen-sa . 1 M ' h' ri Creo que Genera aSlS aprovec o esa opa u-nidad para desquitarse la llamada de atención que le hiciera en la Junfa del Colorado cuando en el bombardeo que sufríamos allí le pregunfé que para qué se agachaba.

Después de esta ligera entrevista, el General Ma– sís se fue a buscar cómo salir cuanto anies, mas fue imposible poderlo verificar, porque los bofes que traían el fren de guerra, no sabían nada de nues– tros apuros Y naturalmenfe no se dieron prisa en llegar sino hasia muy tarde. Así fue que hasta las seis de la mañana no estuvimos listos para levantar el campo de Tisma, y ya entre las seis y las siete de la mañana cuando teníamos nuestras tropas for– madas en la plaza listas para el :l:oque de marcha, en ese mismo ins:l:anfe sonaban los primeros tiros del enemigo.

Felizmen:l:e, esos tiros en lugar de amedrentar– nos y desorganizarnos, hicieron, por el con:l:rario que nos moviéramos corno un resode a ocupar cada cual el lugar asignado durante la noche anferior y des– de ese momenfo principió el fuego incesanfe sobre fo– do por el camino de Granada a Tisma y en el de Masaya a ese mismo lugar.

Esta de Tisma fUe una de las bafallas más re– ñidas de nuestras luchas en Nicaragua. En ella hu– bo momentos en que parecía que nues±ras fuerzas cedían anfe el empuje del enemigo, pero fambién habían n"lomentos en que obligábamos al adversario a retirarse de nuestras proximidades porque no re– sistían el nufrido fuego de mis soldados. Posible– mente, si yo hubiera podido :l:ener una reserva de unos doscienfos hombres la lucha no se habría pro– longado tanfo, pues en uno de nUésfros empujes le hubiera echado encima unas fuerzas menos cansa– das que las que tenía y las que mantenía movién– dose de un lado para otro, desde las seis de la ma– ñana, cubriendo los puntos débiles que el enemigo quería romper para llegar a Tisma.

Entre nuestros combatientes estaba un joven nor– ±eamericano de Georgia de muy buena presencia y costumbres, llamado A. G. Fowler, quien me pidió lo dejara combafir, pues él quería darse cuenfa cómo eran nuestros combates para contar luego en Geor– gia sus experiencias. A esfe joven le dí el manejo de una ametralladora que ese día usó con gran acier– fo y con la que contuvo al enetnigo en varias oca– siones. Es±e joven Fowler, corno a las diez de la ma– ñana fUe atravesado en la pantorrilla por la bala de un infun"le, sin embargo, no hizo más que ligarse la herida y seguir peleando durante fado el día. En este combate se puede decir que las dos fuer– zas estábamos a campo rasol por eso se veía con frecuencia el flujo de la lucha, es decir, que se veía c1aramen.te unas veces nuestras fuerzas venían lu– chando corno en retirada, y poco a poco, estas mis– mas fuerzas obligaban a las otras a cederles el te– rreno, para despúés quedar ambas en el mismo lu– gar donde habían comenzado a luchar.

No fue sino corno hasta el mediodía que enfró el General Lara, por el lado de Masaya, que el ene– nügo logró penelrar hasta muy cerca de donde es– faba con mi Estado Mayor, pero ni allí fampoco lo– gró romper la línea, y más bien estuvo a punto de ser capturado, habiéndolo salvado de caer en nues– fro poder, el indurable cariño que le guardaban sus soldados, pues cuando vieron que lo :l:eníamos ro– deado, y ya le habían ma±ado la besfi.a en que mon– iaba, y un grupo de soldados nuesiros se lanzaba a su capfura, airo grupo de soldados denodados de los suyos, se interpuso y evitó que cayera prisione– ro.

Fue aquel un momenfo de expecfación en nues– fro campo que llenó de eniusiasmo a nuestras filas y que muchos de nosotros presenciamos.

- . Haeiaes±e lugar habían logrado las fuerzas ene– migas colocar en un árbol de mango a un riflero,

el que, desgraciadamenfe, aceriaba con mucha faci– lidad en los jefes que pasaban por aquel sitio al alcance de sus ±iros. Así perdimos al Coronel Abe– lardo Gu±iérrez, de Jal±eva, al Coronel Emilio Pérez Conrado, de Cuiscoma, al Coronel Gregorio Lanzas, de Juigalpa, y al Coronel Félix Aguirre, ya mencio– nado como el jefe que ordenó el fusilamiento del joven Monfenegro.

Y, probablemente ,húbiera corrido la misma suerie, víC±ima de un riflero, el General José Manuel Durón, si yo no me hubiera dado cuenia de que des– de aquel árbol, que quedaba como a 300 varas de nosotros, nos estaban blanqueando. y en:l:onces or– dené a una amefralladora rociara la parie frondosa del árbol, alcanzando una de las balas al hombre que tantas víC±imas nos había hecho ya.

Esio ocurría casi al mismo :Hempo en que el Ge– neral Lara estuvo a punto de ser capturado, y esa noiicia le había eniusiasmado tanio al General Du– rón que se vino desde su puesto que ocupaba en las líneas de defensa para ver la posibilidad de ha– cer él un empuje y lograr l~ captura del que ian– fas veces había sido su oponenfe en diversos com– bates anieriores. Mas cuando supo que ya Lara se había retirado lejos y que posiblemente hasta 10 ha– bían sacado de la línea de fuego, volvió a su lugar, para ir después con el General Frutos Bolai\.os Cha– morro a hacer una inspección de las fuerzas ene– migas que por el lado de Granada nos habían a:l:a– cado en la mañana. Esa inspección le sirvió al Ge– neral Durón para cubrirse de gloria nuevamenfe, junto con el General Bolaños Chamorro. Después de una dura pelea con fuerzas enemigas que allí esta– ban, éstas fueron comple±amenfe derrotadas y dis– persas.

No fengo ninguna pretensión de hacer- de Tis– ma una gran batalla, pero lo fue. Allí resistimos iodo un día a las fuerzas del Gobierno que nos man– daba de las plazas de Granada, de Masay~ y aun del mismo Managua, ya que quedábamos en un PUl"l– fo equidistante de esos lugares mencionados. Según el decir de ese entonces, nos habían ata– cado corno ocho mil hombres y a fodos ellos los rechazarnos; contando ap«¡lnas nosotros corno con mil, pero los nuesiros eran hQmbres escogidos, valientes, fogueados, genie a la: q~e nq leE¡ importaba perder la vida por liberiar a Nic¡;l.ragua de un régimen de opresión como er<;Í el régimen liberal.

A las seis de la farde de ese día, ya oscureaien– do el fuego había cl=sado. El enemigo en ninguna parie daba ya señales de actividad, ni siquiera se presumía que estuviera en las proximidades de aquel lugar. Después aúpe que si nosofros hubiéramos emprendido la marcha sobre Masaya, por ejemplo, hubiéramos enirado sin disparar un solo tiro, la ciu– dad había quedado fan sola e indefensa.

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Durante ese combate, que corno dije anferior– mente, tuvo muchos flujos y reflujos, en uno de tan" fos vaivenes, viéndose el enemigo muy apurado en coniener el empuje vigoroso con que nuestras fuer– zas lo esiaban atacando, ocurrió a la estratagema de darle fuego a unos poireros que quedaban en– fre ellos y nosofros. Aseguro sin vacilación alguna que tal esfratagema fue obra del ejérci:l:o del go– bierno y de ninguna manera de las tropas conser– vadoras, como han prefendido después escritores que han acusado al Partido Conservador.

An±es de terminar este capítulo de mi vida, es jusio reconocer que en esta ba±alla llevó lo más re– cio del combafe el General Masís. Duranfe fodo el día estuvo ésie peleando junio con sus tropas en el frenfe que daba al camino de Granada, frenfe que se extendía al lado de Masaya. Y es en el :l:esiimo– nio de este valiente mili:l:ar en el que descanso prin– cipalmente para hacer la aseveración de que fueron las :l:ropas del Gobierno las que dieron fuego a los pofreros de Tisma pata evitar s ucompleta .derrota, con"lO en aquel mismo instante me lo informó el Ge– neral Masís con uno de sus edecanes.

Recorriendo los distintos puestos militares a las

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