Page 82 - RC_1966_04_N67

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de septiembre de 1909- por la farde, me esfaba em– barcando para Bluefields.

Con Rafael Alegría, joven granadino a quien conocía bien, 10 mismo que a su madre doña An–

ge1a Prado viuda de Alegría, me embarqué en un bofe pequeño que no ienía ni siquiera un asiento cómodo y tuvimos los dos que sentarnos a plan en el tondo del bofe. .

El iiempo era magnífico y el mar esiaba ±ran– quilo, pero a poco de salir, el liempo se fue descom.– poniendo y comenzó a azotarnos un fuerle chubas– co. Las olas eran tan alias que nos parecía que el boie se partiría en dos tan fuedes eran los golpes que recibía en cada descenso de la cresia de las olas. Confieso que llegué a temer que aquel fuera el úlfimo día de mi vida y por eso le dije al mari– no que nos llevaba que enderezara el bofe a iierra porque prefería que desembarcáramos y esperára– mOS un tiempo mejor para conlinuar el viaje. El lnarino no hizo objeción alguna y viró el boie a ±ie– rra pero después de un raio de un oleaje con:linuo y peligroso, nos dijo: "Aquí es±amos frente a la Ba– rra del Colorado, lugar nlUY peligroso por los iibu– rones, y a medida que nos a.proximamos a tierra aUlnen±a la posibilidad de ser arrollados por una de esas olas, y no habrá medio de salvarnos". A es– ±a observación le repuse: "Usted es el que rnanda en su bote y el qne conoce mejor su oficio. Haga lo que crea lnás conveniente hacer para que no su– framos un naufragio".

Entonces viró de nuevo la proa hacia mar aden– ±ro poniéndose :tan conlento cuando llegam.os al mC:r azul, que dió gracias a Dios golpeando con su canalele las aguas y diciendo: "Esia agua azul sí que es buena!"

Después de ese fuerle chubasco no tuvimos nin– gún o±ro peligro, a pesar de que eslábamos en ple– no cordonazo de San Francisco, hasta el úl±irno día del viaje en el que, ya para llegar al frenie del Fal– so Bluff, se oscureció el cielo y el marino nos anun– ció una gran ±en,pes±ad, pero felizmente estábamos próximos al Cayo Francés, donde se arrin,ó el bote para que desembarcáralnos para mientras pasaba aquella lorrnen±a, y ±alnbién para que se hiciera más farde y así poder enirar, ya oscureciendo, por el Fal– so Bluff a la Bahía de Bluefields. Al desembarcar ie– nían,os las piernas eniun,ecidas y las posaderas ra– jadas por el agua salada.

El marino nos había ofrecido llevarnos a su ca– sa que estaba sí±uada en Old Bank, por eso lne sor– prendí mucho cuando llegarnos a un muelle muy ilun,inado y que dijera: "Aquí desembarque. Es±e es el lTIuelle de Belanger".

Cuando le recordé su ofrecimien.to de llevarnos a su casa lne replicó que no lo hacía porque yo no era con±rabandisia sino revolucionario, pero convino en acon,pañarme a casa de don Adolfo Díaz, puesio que ni Alegría ni yo sabíamos donde quedaba la re– sidencia de lni alnigo.

Cuando llegalnos a la casa de Díaz ésta estaba comple±alnenie cerrada y a oscuras, por lo que lu– vimos que permanecer en el pafio, bajo un árbol frondoso que allí había. Serían corno las nueve de la noche, y no fue sino corno hasia las diez que lle– gó una persona al frente de la casa, abrió la puer– ±a y eniró y encendió luces, siguió hasia el corredor al lado de donde eslábarnos nosoÍros y entonces me dí cuenta de que no era Adolfo. No sabiendo, en realidad quien era, resolví, sin embargo, preseniar– me a él porque lo supuse de la confianza de Díaz pues que tenía la llave de su casa. Pensar así e ir

á llamar a la puerta fue iodo uno, como general– mente se dice. El joven que me abrió, lne preguntó qué deseaba y qué hacía yo en el patio, a lo que le respondí que yo era un lninero que llegaba de las minas, La Luz y Los Angeles, en busca de don Adol– fo Díaz, y que me hiciera el favor de decirme donde lo podría encontrar pues que ienía urgencia de ha– blar con él.

Nos cruzamos varias preguntas hasta que por úllimo le pregunié si él era Humberlo Pasos Díaz

y él respondió que sí. El a su vez me preguntó

si yo era Emiliano Chamarra y yo le contesté que sí. Fue enlonces cuando me dijo que su tío me es– iaba esperando, que pasara adelanie y que me sen– tara, que iría a buscarlo para avisarle de mi llega– da, e inmediaiamen±e salió de la casa, regresando poco tiempo después con don Adolfo Díaz.

Después del saludo cariñoso, casi frafenlal pu– diera decir, Adolfo me dió una ligera idea de 10 que se ±raiaba, inví±ándome luego para que fuéra– mos donde me iba a alojar.

El alojalTIien±o era en una casa de alfo que pa– recía estar desabí±ada. A ese lugar me llevaron la cornida del Holel, lnien±ras que a mi compañero Ale– gría lo llevaron a alojarse a o±ra parie.

~i! ~li'an. J1'1l1allil ,11. EsSE'alda

Terminada la cena, la que por cierlo me pare–

C1Q lnUY buena, y en la que comí más de lo regular, salió Díaz para ¡-egresar luego con el General Juan

J. Estrada a quien hacía muchos años no había vis– to. Cuando el General Estrada llegó, me saludó con mucha afabilidad corno si hubiéramos sido compa– ñeros de hacía mucho fiempo¡ por nli parle le co– rrespondí el saludo de la mislna manera e inmedia– lc'-lnenie eniramos en materia, es decir, a discutir la mejor manera de terminar con el Gobienlo del General Zelaya.

Asegutóme el General Es1rada que él daba aquel paso irascendentalísÍlTIo solalnen±e por su amor a Ni.caragua, y que él deseaba saber si podía coniar con el apoyo del Parlido Conservador, las condicio– nes que ese Parlido pondría para entrar en ese mo– vin,ien±o, y con qué elementos se podría contar. Yo por mi parle le aseguré al General Es±rada que las condiciones del Partido Conservador serían la de resiablecer las liberlades ciudadanas en Nica– ragua, la libre expresión del pensanlÍenio hablado y escrito, la liberiad electoral, la al±ernabilidad en el Poder, el cese de las contribuciones forzosas, de la prohibición de la iram-itación de la propiedad par– ticular, así corno el cese del reclutamienio del cam– pesino y de los lnienlbros de las castas indígenas para trabajar forzadamenie como esclavos en las propiedades' de los cafetaleros de las Sierras de Ma– nagua y sobre iodo de Maiagalpa y Jinoiega donde habían de desaparecer las inicuas recuas de inditos amarrados.

Me pareció que el General Estrada, ames de sen– fime molesto por esas condiciones, éstas le parecie– ron satisfactorias y les dió en principio su aproba– ción. Sería lnás de la media noche cuando suspen– dimos esta reunión preliminar.

COlnO hacía varios días que no iomaba alimen– los calientes y sazonados, y seguramente por haber– me excedido en iomarlos en cantidad mayor de la acosiun,brada, iuve esa lnisma noche una forlísima congestión, que nos alannó muchísimo y hubo ne– cesidad de llamar al doctor Luis Sequeira, quien me atendió muy oportuna y eficazmente. Esio, feliz– lnen±e, sucedió después de haber ienido la primera conEerencia con el General Esirada.

A las once de la mañana del siguiente día, sos– Luve otra conferencia con el General Estrada en la que le manifesié que con la aceptación suya de las condiciones presentadas, yo me comprometía a dar– le el apoyo del Parlido Conservador y el apoyo d.el Presidente de Gua±emala, Licenciado Manuel Estra– da Cabrera, cuyo ofrecimiento tenía conforme a los documentos que ponía a su disposición, asegurán– dole además, que ese apoyo no sólo consistiría en annas, sino también en provisiones y dinero.

El General Es±rada se llevó un buen raio esiu– diando los documentos, las claves, y los giros por

10,000 dólares que allí mismo le había eniregado. Después que ierminó la lectura y estudio de los do– cumenlos presentados me dijo que esiaba bien y que podíamos hacer el convenio. Inmediaiamente elaborarnos el convenio estipulando en él las condi– ciones del Partido Conservador y firmarnos dos tan– tos del mismo ienor, conservando cada uno su ejem– plar correspondienie.

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