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Nada de todo esto era de mi conocimiento, por lo que cuando recibí un telegrama de Lastenia, fe– chado en Panamá, pidiéndome la fuera a encontrar a La Libedad, puedo de El Salvador, mi sorpresa fue muY grande, Y cuando ella llegó Y supe todo lo que le había ocurrido, mi indignación por el bajo pro– cedimiento de Zelaya fue iambién enorme. No creo que haya jusfificación para aC±os de esa naturaleza. Ya con Lastenia a mi lado en El Salvador, mi vi– da de emigrado se hizo más agradable, aun cuando por otra pade se aumentaran mis obligaciones. Corno decía anteriormente, recibí de don Eulo-io Cuadra los documentos que me acreditaban co– ;'0

adminisirador o depositario de la hacienda que en Guatemala tenía don Quintín Jirón. Ya con esos documentos en mi poder no tenía temor alguno en emprender el viaje a Guatemala, por lo que me des– pedí del Presidente Figueroa, quien se mostró sor– prendido de mi determinación, y aú~ m!,! hizo in;:d– nuaciones para que me esperara algun tiempo mas, pero yo le manifesté mis deseos de probar suede en esa aira República y salirnos, mi esposa y yo, a em– barcarnos en La Liber.l:ad.

El Pll'esuclenlle lrigu~!'oa

En la noche misma que llegarnos a ese puedo para esperar el vapor que llegaba al siguiente día, recibí un llamado de la Oficina Telegráfica avisán– dome que pasara a dicha oficina porque el Presi– dente Figueroa quería conversar conmigo telegráfi– camente. Por supuesto que atendí inmediatamente el llamado, el telegrafista le a visó al Presidente que ya estaba yo en la oficina, Y comenzarnos nuestra conversación telegráfica.

En resumidas cuentas el Presidente Figueroa me llamaba de nuevo a San Salvador, asegurándo– me que en esta ocasión sí me daría iodo el apoyo para derrocar a Zelaya que le había solicitado en oiras ocasiones, y que él, corno amigo, me insinua– ba no demorar mi regreso. Le ofrecí que lo haría y que al siguiente día de mi llegada lo visitaría, co– rno efectivamente lo hicimos, llenos de entusiasmo,

mi señora y yo

¡ mas en la conversación que sostu– vimos el Presidente me habló de todo menos de lo que me había ofrecido, y más bien noiaba que cuan– do le dirigía la conversación hacia ese tópico, él la cambiaba de rumbo. Así pasé varios días, visitán– dolo casi diariamente y sin ver nada práC±ico de la ofeda hecha por él, antes bien el Presidente Figue– roa rehuía tratar del asunto, lo que me hizo tornar la reterminación invariable de marcharme a Guate– mala.

Le visité por úlfima vez para despedirme, y nue· valuente me insinuó que me quedara, a lo que le manifesté, enfáiicamente, que mi resolución era in– variable. El, entonces, dejó de insisfir.

Más tarde averigué que el motivo de haberme Figueroa impedido mi salida en esta última ocasión fue que él le había telegrafiado al Presidente Ma– nuel R. Dávila, de Honduras, padicipándole· mi via– je a Guatemala, Y Dávila se lo comunicó a Zelaya, el que a su vez le pidió que solicitara a Figueroa su infervención para detenerme, de donde se origina– ron los falsos ofrecimientos de ésfe.

Estrada Cabrera

Por fin llegarnos a Guatemala, y una vez en la Capital, envié un telegrama al Presidente Esirada Ca– brera avisándole mi llegada al país y solicitándole una audiencia, la que él me concedió inmediafamen– te. Mas, en vez de citarme para su residencia, co– mo siempre lo había hecho, me señaló el lugar de la audiencia, pública que él acostumbraba dar todos los Jueves.

El día de la cita concurrí a ella a la hora señala– da, escribí mi nombre en el Registro, y cuando llegó mi turno, fuí recibido por el Presidente.

El estaba en un cuado pequeño, de pie frente a. una mesa Y lo mismo esluve yo durante la coda vlsífa. Después del saludo de rigor, me preguntó qué Se me ofrecía Y yo le manifesfé que deseaba 10 de siempre, eSÍo es, el apoyo necesario para derro-

car a Zelaya. El, entonces, me informó que sobre ese asunto nada podía hacer por mí, pero que en 10 padicular podría contar con su ayuda en la forma y el modo que quisiera. A ese genfil ofrecimiento suyo le expresé mi agradecimiento Y le informé que tenía un empleo con el Banco de Honduras en la hacienda de don Quintín Jirón. El mostró ciedo agrado Y al mismo tiempo me dijo que conocía esa propiedad, que era muy buena, y que creía que es– taría bien allí.

Ya para despedirme le dije que yo esperaba que mi permanencia en Guatemala fuera temporal, pues tenía fe en que alguna vez en el futuro próxi– mo, él me daría el apoyo tantas veces solicitado, y que cuando llegara ese momento, me llamara por telégrafo que yo me presentaría inmediatamente a

él.

En esa forma me despedí del Presidente Estra– da Cabrera y me fuí, junto con mi esposa, a Santa Lucía Cotzumalguapa, para de allí llegar a la ha– cienda del señor Jirón, que consistía en extensos po– treros de zacate de guinea en los que se repastaban hasta dos mil novillos.

Sama Lucía Colzumalguapa

La vivienda en la hacienda consistía en un po· bre rancho de paja con paredes de varas de guaru– mo. Para mí aquello no tenía nada de entristece– dor, pero me preocupaba íntimamente que Lastenia tuviera que vivir allí, exactamente igual a corno vi– ven los inditos pobres de mi tierra.

Allí pasarnos varios meses, saliendo con mi es– posa a dar paseos por el campo. Recuerdo que una vez nos enconframos con un enorme cascabel enro– llado a la orilla de un hoyo iguanero, encuentro aquel que nos dió un gran susto, pues cuando nos dimos cuenta de él esfábamos ya muy cerca del ani– mal, pero nos refiramos muy quietamente y no fu– vimos novedad alguna.

Cuando menos lo esperábamos, recibí un fele– grama de mi primo Reinaldo Chamarra que enton– ces vivía en la ciudad de Guatemala. Reinaldo me a visaba que el Presidente Estrada Cabrera quería hablar conmigo. Sin pérdida de fiempo me tras– ladé con Lastenia al pueblo de San Lucía Cotzumal– guapa donde la dejé hospedada en el hofelito que allí había, y yo seguí mi viaje a la ciudad de Gua– temala. Cuando llegué, ya en la esfación me espe– raba Reinaldo, quien me informó que el Presidente Esfrada Cabrera le había recomendado me llamara con urgencia, así es que sólo llegué al Hotel a cam– biarme de ropa y a esperar la hora de la audiencia que había sido fijada para las siete de la noche. Rei– naldo me acompañó hasta la pueda de Casa Presi– dencial y cuando el Presidente fue avisado de mi llegada, inmediatamente me hizo pasar a su presen– cia.

Ofrecimiento ele ayuda

Cuando entré, él salió a la pueda de su despa– cho a recibirme, y sonriendo, me dijo: "Don Emilia– no, mi estrella está brillante" Y con un gesto me se· ñaló el cielo estrellado de Guatemala, y añadió, "la de Zelaya se está poniendo, qué necesita usted para botarlo'?" Yo le respondí: "Licenciado, usfed me da la mejor noticia de mi vida, pero siento decirle que no estoy completamente preparado para proceder de inmediato a provocar una revolución contra Ze· laya a causa de que mí tío Alejandro Chamorro, el alma fuede del Padido Conservador, ha muedo re– cienfemente y yo no se estado en la zona apropia~

da para promover con los amigos del interior de Ni– caragua un movimiento revolucionario. Necesito, pues, para ello, trasladarme a Cosfa Rica o Panamá, llevar dinero para comprar algunos elementos de guerra, y la promesa formal suya de auxiliamos una vez que estemos en armas". A lo que él me contes– tó: "La promesa la fiene formal y complefa, y en cuanto a dinero, qué es lo que necesita'?" Entonces le dije: "Pagar mis deudas confraídas aquí, unos diez mil pesos en moneda nacional, y diez mil dó. lares para comprar armaS y provisiones", El Presi-

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