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él ya tenía en Honduras, y en esas investigaciones llegué a saber que en Dipi1±o, población de Nicara– gua que queda a poca distancia del lugar donde yo estaba, se encon±raba una columna de doscientos hombres colocada en muy mala posición, pues ocu– paba propiamente el pueblo que queda en el fondo de una cañada. En vista de la facilidad que pre– sentaba para mí la desh'ucción de dicha columna, no tuve tiempo que perder, y dispuse salir esa mis– ma noche por veredas, hacia ese lugar.

A las cua±ro de la madrugada llegarnos a las proximidades de Dipillo e hicimos alto para dividir las fuerzas en dos columnas: Una para que descen– diera por la fa1±a izquierda y la o±ra por la falda derecha, tornando ambas muchas precauciones pa– ra no hacer ruido y evitar ser descubiertas por el enemigo, aprovechando que también estábamos pro– tegidos por una espesa neblina. Yo personalmente, comandaba la columna de la falda derecha, y al clarear el día ordené a mi clarín rompiera con los aires de fuego. Inmediatamente por todas las líneas se oyó un fuerte tiroteo, y abajo en la población se veía correr la gente de un lado a otro. Los soldados buscaban corno escaparse, pero estaban cercados, to– rnada la salida de escape para el Ocotal; así fue que no pudieron sostenerse y antes de una hora de fue– go, tuvieron que rendirse con pérdidas bastante sen– sibles.

Cuando todo estaba ya en calma y los oficiales me dieron aviso de que todos los soldados enemigos estaban hechos prisioneros, bajé a recorrer el campo de combate con don Gilberto Larios que me acom– pañaba junto con otro oficial cuyo nombre no re– cuerdo.

Declaro que en presencia de los cadáveres ni– caragüenses me sentí muy conmovido, y ±ratando de mejorar la situación de algunos de los prisione– ros, se me hizo tarde, pues serían ya corno las nue– ve de la mañana cuando dispuse volver a donde es– taban mis fuerzas para reorganizarlas y seguir la marcha sobre el Ocotal, pero cual no sería mi sor– presa al ver que mis tropas a uno V otro lado de la colina marchaban hacia atrás, es decir, hacia Hon– duras. Aquella fuerza que no había sufrido ni una sola baja, que había obtenido un triunfo completo, estaba sjn embargo, desmoralizada y no había me– dio de hacerla regresar y organizarla. Quise dete– nerla pero ví que era imposible y no quise empe– ñarme porque comprendí que todo sería en vano.

Regreso a Tegucigalpa

. . . .A mi regreso a Tegucigalpa donde sólo malas noticias llegaban de todos los frentes, me dieron ins– :l:rucciones para que con mi cuadro de oficiales niCa– ragüenses marchara para Puerto Cortés donde me embarcaría para Cos:l:a Rica, donde me darían una fuerza con la que podría invadir a Nicaragua. Salí de Tegucigalpa a Comayagua para saludar a mi esposa Lastenia y a don Francisco Cáceres, quien se encon±rara entonces de Gobernador de ese Departamen:l:o.

Estando allí en Comayagua supe que al siguien– te día se verificaría un levan:l:amienfo del cuartel. Con esa noticia fuí a visitar a mi amigo don Fran– cisco para darle el informe aue yo :l:enía y para ofre– cerle ir a pasar la noche jun:l:o con mi cuadro de ofi– ciales al cuadel en referencia, con lo que yo pensa– ba se evitaría su pronunciantiento a favor de la re– volución, pero don Francisco me dijo que ese cuar– telito no valía nada, que no tenía la menor impor– tancia y que era mejor que no me molestara en ir a pasar una mala noche. Ya con esa determinación del señor Cáceres me fuí a "La Ilusión" en la que se encon±raban viviendo mi esposa Lastenia y mi her– mano Evaristo con su señora.

En esta hacienda pasarnos la noche, los oficia– les que me acompañaban y yo, pero muy :l:emprano de la mañana estuvimos listos para regresar a Co– mayagua y cuando pasábamos por la plaza, fren:l:e a la Iglesia, ví que el señor Cáceres iba entrando a élla y entonces me desmonté, fuí a saludarlo y a avi-

sarle que ya estábamos de regreso a sus órdenes en el Palacio de Gobernación.

Poco tiempo después de ·llegados a este edificio oírnos una gritería al lado del cuartel. Salirnos a preguntar a la gente que venía de ese -lado qué era lo que pasaba y nos dijeron que los revolucionarios 10 habían tornado. Fue entonces mi propósito ir a recuperarlo y ordené a mis oficiales que alistaran sus armas y nos fuéramos. Eramos dieciséis en to_ tal, a la cabeza de los cuales iba yo.

Al salir del edificio de Gobernación y principia.r la marcha hacia el cuariel amotinado, de una de las ventanas de las casas vecinas salió un tiro qUe fue a herir mortalmente a un Capitán de los que me acompañaban, de nacionalidad salvadoreña, apelli_ dado Durán. Seguirnos nuestra marcha y al desem_ bocar a la plaza en donde estaba la Iglesia de toda.s las ventanas de las casas nos disparaban, aunque fe– lizmente sin herir a ninguno. Así sostuvimos una prolongada lucha en las calles de Comayagua cami_ nando despacio, recibiendo y disparando balazos. Los revolucionarios que tornaron el cuartel cuando supieron que nosotros estábamos tratando de llegar a recuperarlo, se vinieron hacia nosotros y hubo ca– so en que uno de los nuestros defendía una boca_ calle; dIsparaba sobre una calle a un grupo y corría a la otra acera y disparaba sobre otro grupo al airo lado de la calle. Este oficial fue el Capitán Napo_ león Ubilla de quien ya hice mención cuando fUe avanzado en San Marcos de Colón y a quien yo evité el que fuera fusilado. El coraje que este joven des– plegó en esta lucha tan desigual que tuvimos en Co– mayagua, es digna de ser mencionada con especia_ lidad.

Nuestro propósito de recuperar el cuartel no nos abandonó sino hasta que recibirnos órdenes del se– ñor Cáceres de regresar a Tegucigalpa.

Así es que regresamos, primero, de nuevo a "La Ilusión", y de aquí nos prepararnos y nos aprovisio– namos con ]0 más indispensable, para enseguida marchar a Tegucigalpa, ciudad a la que llegarnos después de dos días.

En Tegucigalpa las cosas no andaban mejor de

10 que habían estado en Comayagua, pues acababa de perderse también la batalla de Maraíta lugar en que _las ±ropas hondureñas tuvieron pérdidas muy serias, entre ellas la del valiente Ministro de la Gue– rra General Sotera Barahona, quien estaba preconi– zado para futuro Presiden:l:e; el Coronel Pilar Mam– nez, a quien yo dí mi bestia en la re:l:irada de San Marcos de Colón también perdió la vida en es:l:a bao :l:alla, así corno muchos otros de la a1±a oficialidad hondureña .

Al Gobierno no le quedó esperanza de sostener– se después de perder una serie sucesiva de comba:l:es con las tropas nicaragüenses, y por eso el Presiden– te General don Manuel Bonilla partió a El Salvador antes que el enemigo pudiera cerrarle la salida, de– jando a don Saturnino Medal, Minis:l:ro de Goberna– ción, corno encargado del Poder Ejecutivo.

General en Je§e ~ ¡'cs Caipules

El Gral. Medal, de acuerdo con los afros miem– bros del Gabinete, me nombró General en Jefe de las fuerzas hondureñas y especialmente encargado de hacer la defensa de la ciudad de Tegucigalpa. Confieso que tal designación agradó a mi vanidad de joven, y puedo decir que pedí al Dios de los Ejér– citos que me diera acierto y coraje para hacer de Tegucigalpa una plaza inexpugnable con una de– fensa heroica, corno la que pocos años antes había hecho el General Domingo Vásquez contra las tropas hondura-nicaragüenses que la atacaban.

Desgraciadan1.ente las fuerzas hondureñas esta– ban demasiado minadas, completamente desmorali– zadas, corno se puede deducir por el hecho siguien– te:

El día de mi nombramiento, corno a las ires de la tarde, salí a recorrer todos los alrededores de Tegucigalpa: "El Picacho", "Juana Laínez", "Ton-– confín", y o±ros. En cada uno de ellos, después de Clbset'var cómo tenían. organizados l.os jefes la defen-

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