Page 72 - RC_1966_04_N67

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qúe esiábanariclaClas, paráque unaS por sus pro– pias velas y otras' a remolque del 93 nos iraladaran esa misma noche a las cosias de Chon:l:ales.

La precipifáción del' alisiamienio y desocupa– ción de la Isla en el menor tiempo posible, hizo que no nos fijáramos en que esas embarcaciones esia– ban ancladas en aguas muy secas, y que con la car– ga que se les esiaba poniendo iban ya a tocar tie– rra, corno efectivamente sucedió.

La lisias y puestas las embarcaciones a remol– que del 93 dimos orden de emprender la marcha y entonces resulló 10 imprevisto: que todas las embar– caciones estaban varadas, y fue imposible al 93 el moverlas.

Es necesario haber esiado allí para darse cuen– ia exacta del desaliento que aquella desaforlunada maniobra produjo en nosotros. Considerarnos que no era posible emprender de nuevo el descargue de las embarcaciones para repetir la operación en aguas más profundas para que de allí pudiera el 93 lle– varlas a remolque hasta Chontales, porque ya la no– che esiaba muy avanzada cuando esio sucedía y porque ±emíarnos, con sobrada razón, que si amane– cíamos allí, reconc;enirados en la costa, vendrían los vapores y darían, 'buena cuenta de iodos noso:l:ros. A estas consideraciones se debió el que aban– donáramos el intento de coritinuar la revolución en Chon±ales y diéramos la orden de desembarcar y ±o– mar cada cual sus perlenencias para irse donde se cónsideraran que podían esiar más seguros de no caer en manos de las fuerzas enemigas que segu– ramen±e llegarían a la Isla a la mañana siguiente. Hicimos entonces ver a las tropas que iomábamos esa resolución, no porque nos consideráramos infe~

riores a las fuerzas del Gobierno sino porque aun ti-iunfando sobre ellas, una y otra vez, siempre que– daríamos circUnscriios a la Isla de Omeiepe.

~ihn de Da Rewollucióll1 €teR lLago ,

Pido a mis lectores me permitan manifesiarles que siento una corno dolorosa impresión aun en es– tos momentos en que escribo el epílogo de aquella revolución que principiara con siete revólveres y que llegó a considerarse, no sólo por nosotros mis– mos, sino por voceros del Gobierno de Zelaya, qomo la revolución que había puesto eh mayores peligros al régimen del Dictador. Si he querido narrar hasia en sus más pequeños detalles folio lo sucedido, es para mejor ilustrar a la juventud que alguna vez oiga mencionar 'lo que se conoce corno LARE\lOLU– ClON DEL LAGO, para qúe sepa lo que puede ser ca~

paz el. Departamento más pacífico, del país, cuando se entroniza un Diatador en la República.

Hecho, pues;. el desembarque y el despido de las iropas, y cuando ya habían salido casi todos pa– ra los distintos lugares de la Isla, un grupo de ofi– ciales que había quedado con mi fío Alejandro y yo, emprendimos la marcha en busca de un refugio en aquella isla que casi por dos meses nos había dado el más entusiasta apoyo en sus poblaciones de Alla Gracia y Moyogalpa.

Rivalizaban en su cooperación y simpatía pa– ra con la Revolución las familias lvlarín, Saballos, Viales, Canión, Angulo, Arcia y tantas airas que no es posible enumerar. Todas fueron de gran vali– miento para nosotros.

Creo que éramos en ioial 22 los que nos retirá– bamos junios cuando ya el clarín del General Sal– vador Toledo, guatemalleco, tocaba a fonuación en el puedo después del desem.barque.

A poco de andar se detuvo mi fío Alejandro y me dijo: "Emiliano, creo que si en esios montes cae– mos en manos del Coronel Vergara, nadie va a dar Guenta de nosoiros. Quizás por eso sería mejor pre– sentarnos al General Toledo, que es un hombre civi– lizado y que estoy seguro na cometería un asesinato con nosotros".

-_Mi espíritu rebelde, seguía intacto a pesar. de la tragedia que habíam.os ,sufrido con la 'pérdida del ViCiaria, y a la insinuación-de mi Íío, dije> ','Si usted piensa que se puelie~encon±rar garantías con el Gene– l'al Toledo~. preséntese. usted y.iodoS los .que casi. lo

deseen. Lo que soy yo, no me presento. De mí res;– ponde este rifle que llevo terciado al hombro". -"No, EmUiano,me contestó mi tío Alejandro, "yo hago 10

que tú resuelvas. Solamente hacía una observa– ción".

Después, de ese incidente, continuarnos la n,ar– cha y el baqueano que nos conducía nos llevó a una hondonada muy fresca, llena de cordoncillo, una planta olorosa, y de gran arboleda de la que pendían muchos bejucos..

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A ese punto llegarnos alrededor de mediodía. No llevábamos provisiones, pues habíamos salido sin aira cosa qué nuestras armas. La falla de provisio– nes era para nosotros cosa grave. y en vista de eso invité a uno de mis compañeros pata que fuéramos a recorrer los alrededores para tratar de encontrar alguna fmuilia conocida que nos pudiera proveer de alimentos. Naturalmente el recorrido 10 hacía– mos con muchas precauciones, procurando no dejar huellas de calzado en los caminos para lo cual ca– minábamos entre los montes., Después de dos horas de caluinar infruC±uosamenté volvimos al campa– ménto, decaídos, por no poder resolver aun el pro– blema de la alimentación. El problema del abaste– cirniento de agua lo teníamos resuello en el campa– mento mismo en que nos hallábamos porque aquel bejuco que colgaba de los árboles, estaba lleno de abundante savia, y cortando trozos de él nos ser– vían corno vasos lleno de agua, y así nos quitába– lUOS la sed.

Después de un buen rato de haber descansado de la caminata anterior, resolví intemar de nuevo, esía vez yendo en dirección de la población de Mo– yogalpa. A poco aridar divisé un cañalito, y al acer– carme, oí que alguien estaba allí cortando caña. Me fuí acercando cautelosamenie hasta llegar a carla distancia de la persona que trabajaba, y al recono– aerla, me hizo pensar en el paso que debería dar en– seguida/ si debería huir sigilosamente para aquel hombre no se diera cuenta de mi presencia, o pre– sentármele y que ver que hacía al reconocerme, pues, el hombre que eSÍaba allí era, nada menos, que Abraham Cruz, el munícipe a quien tuve defe– nidó por más de un mes por negarse a firmar el actó n,unicipal de desconocimiento del gobierno del General Zelaya.

Resolví por enfreniarme a él, diaiéridole: "Abra– ham, reconoce Ud. qtlién soy'?" "Sí," me contestó secamenÍe.

"Pues aquí me tiene Ud,.", le dije "dándole la oporlunidad de vengarse de mí, yendo a las autóri– dades a denunciarme que estoy aquí en esta mon– Íaña, en cuyo caso sería asesinado por Vergara ó fusilado por Toledo. O, me salva Ud. dándome de comer porque estoy muerlo de hambre o me en– trega. La resolución es suya",

Abraham enterró la punta de su machete en el suelo, se auedó meditando por un momento, y luego, mirándome fijamente a los ojos, me dijo: "Lo salva–

ré" .

Con esta frase ví que el cielo se me abría, no solamente para mí sino para mis compañeros, y re– conocí la nobleza de alma de aquel hombre sensi– ble y de gran carácter con que estaba hablando. Cuando obtuve su ofrecimiento de salvación, le informé que no estaba sólo, que estaba también con– migo mi tío don Alejandro y cerca de veinte com– pañeros más. Al principio lo noté vacilar un poco ante el número de personas y antes las dificullades que le acarrearía el atender a Ían±os, todos los días, pero por fin aceptó, y sin pérdida de tiempo" des– pués de darle algún dinero para que comprara pro– visiones, se retiró en dirección de su Casa, diciéndo-me "Espéreme aquí". '

y desde ese día en adelante, iodos los días, lo esperábamos en ese cañaveral,. con la comida pre" parada para todos nosofros. sin haber Íenido nunca ninguna queja de él.

e No paró ahí el servicio que Abraham Cruz nos hiciera. Por su medio nos pusimos. en contacto con

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