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esas horas me despedi y me fuí a pie al caserlo de Los Cocos en la costa del Lago. Allí busqué un bo– tero conocido mío para que me llevara a palanca hasta la Hacienda "La Esirella" de don Benicio Gue– rrero, donde había dejado mi bestia. Llegado a "La Es±rella" fuí recibido por el propio don Benicio que se enconiraba en dicha hacienda y quien mandó prepararme un buen desayuno y que buscaran mi bestia y me la alistaran. Una vez desayunado y ya con la bestia lista, me despedí del señor Guerrero, le dí las gracias por sus aienciones y tomé el cami– no para Comalapa, caminando como siempre lo ha– cía, a irechos por el camino real y a veces por ve– redas, hasta llegar a la población para ver a mi es– posa y disponer el levaniamien±o del Deparlamen– to.

Toma de Juigalpa

De Comalapa resolvi enviar un correo expreso a la ciudad de Juigalpa para que se ci±ara a los señores Virgilio Molina R., Arsenio Cruz, Adolfo Cruz, Manuel J. Morales, Rafael Suárez, Licenciado Juan Eligio Obando, Coronel José Dolores Pérez Mairena y don Wenceslao Ocón a fin de que se reunieran conIlligo en un punto de una quebrada seca, por la hacienda Santa Juana, bajo un frondoso árbol de chilama±e que allí había y que aun existe. Una vez reunidos allí les informé del obje±ivo de mi llamada, del fracaso del movimiento que de– bía iniciarse en Granada y sobre todo de mi enérgi– ca declaración a la comisión conservadora de que antes de ocho días estaríamos levantados en armas en Chon±ales. Mis compañeros le dieron decidida aprobación a mis ideas y nos dedicamos inmedia– tamen±e a elaborar un plan para realizarlas. Este plan requería nafuralmen±e mi traslado a Juigalpa el día fijado para iniciarlo y se convino en que Ra– fael Suárez, buen conocedor de todos aquellos luga– res, sería la persona que llegaría por a Comala– pa. Ya al ponerse el sol nos despedimos y Rafael me acompañó hasta mi casa. Como era hombre acti– vo, que siempre irabajó con grandísimo interés por el buen éxi±o de este movimiento, envié a su regre– so las ú1±imas insirucciones para los Molinas y Ma– nuel J. Morales, que eran los que hacían de cabe– cillas del grupo. El día señalado llegó Rafael Suá– rez a Comalapa cumpliendo con todas las insiruc– ciones dadas, tomando las precauciones debidas y demás medidas indicadas. Coincidía exaC±amen±e ese día con la fecha que le había indicado al gene– ral don Joaquín Zavala por medio de don Anselmo H. Rivas en aquella nuesira última reunión en Gra– nada.

Una vez llegado a Juigalpa me llevaron a hos– pedarme a una casita solitaria que quedaba en "El Corralillo" una allura frente a la ciudad, al Ponien– te. Luego que Suárez me dejó insfalado, se fue en busca de los señores arriba mencionados, quienes llegaron poco después a la casa. Allí conversamos sobre todo lo ocurrido en los pocos días franscurri– dos desde que nos habíamos reunido en SANTA JUA– NA; revisamos el plan de la toma de Juigalpa; cal– culamos la hora en que llegaría mi hermano Evaris– to Enríquez con los treinta rifles que don Alejandro Chamorro me había ofrecido entregar en la Costa del Lago de Granada. De la información que me dieron no aparecía ninguna indicación de que el Gobierno pudiera estar en conocimiento de que se iba a verificar un movimiento revolucionario. Es±o era en la mañana del 19 de Mayo de 1903.

El incidenle con el Capitán Zamora

Anies de seguir adelante o mejor dicho antes de iniciar el movimiento de esa fecha que brotó como espontáneo en el Deparlamen±o de Chon±ales, he de permitirme referir una anécdota que he juzgado de gran significación, porque enseña de lo que es capaz el corazón del hombre ante los dolores de la huma– nidad. Ese caso es el del Capitán Salomé Zamora, quien era jefe de una fuerza militar que andaba en persecución mía de orden del Comandan:l:e Departa– men:l:al don Dioni:;¡io Báez, para que me cap:l:urara,

~'a comó diera lugar". -El Capi:l:án Za:m.ora habla el:!' fado an:l:eriormen±e a regisirar el pueblo en busc.a mIa y de allí se había ido, siempre persiguiéndome, a recorrer la jurisdicción y las moniañas de Coma– lapa, pero no enconirándome en ninguna parle re– gresaba nuevamente a la población. Mieniras tanio sucedió que ese día de su regreso había amanecido mi "Ta±a" Evaris:l:o, esposo de mi madre, en un es±a– do gravísimo, por lo que ella, que sabía el lugar donde yo me encon±raba, dispuso mandarme a lla. mar. Con el mismo mensajero me fuí al pueblo, en– iré a casa de Las:l:enia, mi esposa, para saludarla y iranquilizarla respeC±o a mi estadía en la casa de mi mamá, donde estaría muy vigilan:l:e para evi:l:ar cualquier dificullad con la autoridad. Llegué a la casa de mi mamá y efectivamenie la encontré llo– rando y a mi Tata don Evaristo en un completo es~

fado comaioso, aparentemente ya no conocía a na· die, ni podía hablar, ni dar ninguna señal de vida, su cuerpo estaba paralizado a causa de un fuerlé ataque nefrí±ico. Poco raio después de haber llega– do yo a la casa, vino una chiquita corriendo, que mandaba mi esposa,' para avisarme que el Capi±án Zamora estaba en ese momento enirando a la po– blación. Tanto mi mamá como las otras personas que oyeron el relato de la niñifa me instaban para que huyera, que saliera por el patio y cogiera el monte antes que los soldados me vieran, pero yo me resisfí a foda insinuación y formulé en mi men~

±e oiro plan que estaba más de acuerdo con el es– fado de ánimo que ya he descri±o. Requerí mi re– vólver que llevaba en la bolsa derecha del pan±a" Ión y me asomé a la ventana para ver si Zamora venía siempre en dirección de la casa, pero preci– samen±e me asomé cuando doblaba ofra calle y sus soldados, como en número de quince, estaban su– biendo a lo allo del corredor de la casa de don Ri·

cardo Alvarez. Inmediaiamen±e después ví a don Ricardo, dueño ll! la casa ofrecer un asiento al Ca· pitán Zamora y tomar oiro él para sentarse, arre· cos±ándolo a un~, de los lados de la puerla, Zamora arrecosfó el suy~ ¡'ll oiro lado. Después que ví toda. aquella maniobra, salí de mi casa para donde ellos estaban con la mano denfro del bolsillo empuñan– do bien mi rev~lver Smifh-Wesson, Cal. 38. Zamora estaba de espaldas, en cambio el Sr. Alvarez pero manecía de frente; pero de éste yo estaba seguro que no diría nada a Zamora porque éramos muy buenos amigos. Al llegar donde estaban sentados Zamora y Alvarez, sin darles tiempo de incorporar– se, dije: "Capi±án Zamora, hágame favor de permi. tirme", y pasé en medio de los dos para el interior de la casa. El respondió: "Con mucho gusto", le· vantándose y siguiendo tras de hasta el ±raspa. tio donde me detuve porque allí estábamos separa· dos de los soldados, y lo que habláramos no sería escuchado por ellos, ni por alguna o±ra persona.

Sin formalismo alguno, mas con la mano siem. pre en el bolsillo y empuñando mi revólver, le ma. nifesté que conocía las instrucciones que tenía del Comandante Deparlamental para capturarme y que por eso había resuello hablarle para hacerle saber la si:l:uación dificilísima que me encon±raba con el esposo de mi madre al borde de la sepullura, ya en– trado en coma, y mi madre en un estado de deses– peración por la inminenie muerle de su esposo, sin nadie que le ayudara a sostenerla en aquel difícil trance; que a mi "Taia" Evaris±o y a mi madre yo era deudor de los grandes sacrificios que habían he.cho por mí, que por eso llegaba para pedirle que saliera con sus soldados fuera de la población para que me dejara con toda liberlad cumplir con mi deber para con mis padres. Todas estas ú1±imas pa– labras seniía yo mismo que las estaba pronuncian. do con Un acento, no de amenaza, pero sí de pro~

funda sinceridad, y además indicando: "Aquí abajo tengo mi revólver". Sea como fuere,' el hecho fue que yo mismo me resistía a dar crédito' a mis oídos, cuando con foda calma el Capitán Zamora me dijo. "Denfro de dos horas saldré de la población, Pero an:l:es iré a visi:l:ar a su mamá y a don Evaris:l:o, de

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