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del Parlldo C~nservador, sino, hasta que el Cuarie1 estaba converlido en un montan de escombros. El Presidente Zelaya intentó inmiscuir en el in– 'usio proceso contra Castro y Guaridique a los seño–

~es don Fernando Solórzano, doctor José María Sil– va don Marcial Salís, don Tomás Alvarado, don Jo– sé 'Miguel Gómez, don Procopio Pas?s y a mi padre don Salvador Chamarra, contra qUlenes quena ex– tremar su saña y manchar al Partido Conservador. Con la destrucción del Cuartel Principal se mul– :f:i llcaron las órdenes de captura en contra mía, y cc5nfieso que esa persec,!,ción ~e puso en ~~ estado de nerviosismo, que casI podría llamar sUlclda, que me hacía comprar los caballos más corredores de ~a

jurisdiccióri para entrenarlos y entrenarme yo miS– mo a correr entre los montes con el revólver en la mano haciendo ademanes de disparar pero sin ve– rifica;lo. Es decir, sin haber visto nunca una pelí– cula tejana, me entrenaba como para hacer de "Cow– boy" de modo que antes de temer el encuentro con mis perseguidores, me parecía que antes bien tenía deseos de habérmelas con ellos, como si aquellos mis caballos pudieran ser más veloces que una ba-la. . . 1 " t lili' Al nusmo tiempo, os mOVlmlen os po cos se-guían activos y las persecuciones contra mi persona eran constantes, las más de las veces con órdenes rí– ,gidas de la autoridad central de Juigalpa de captu– rarme vivo o muerto. Así es que constantemente te– nía que mantenerme alerta, viviendo en distintos si– tios de la jurisdicción. Felizmente el pueblo simpa– tizaba mucho conmigo y con mi familia, por lo que frecuentemente me avisaban de antemano las sa– lidas de las escolias para que no corriera pel~g:r:o de ser capturado. De toda~ aquellas g~ntes al umco a quien nunca pude suavIzar fue a mI maestro de es– cuela don Esteban RabIeta, a quien, sin embargo, yo siempre traté con respeto y guarc:I.é toda conside– ración, hasta el p~o de que sus' hIlOS y su esposa eran amigos míos y aun partidarios. En CambIO el comandante local, que era en aquel entonces don Higinio Somoza, siempre contribuyó en iodo lo que pudo para que yo no cayera a la cárcel, o fuera muerto en los montes, tirado por los soldados que me perseguían. Su buen comportamiento para con– migo jamás lo he olvidado y guardo por su memo– ria un recuerdo muy cariñoso.

Conspiraciones

, Mi tío don Rosendo Chamarra estaba muy bien enterado de los trabajos políticos que tenía empren– didos su primo don Alejandro, así como lo estaba también yo, que desde Comalapa iba frecuentemen– te de incógnito a Granada a sostener conferencias con ellos. Otro de mis :tíos que :tomaba participa– ción muy activa en esta conspiración era don Alber– to Chamorro, ,ardiente anti-Zelayisia que frecuente– mente ayudaba no sólo con sus valiosas indicacio– nes sino con sus frecuentes contribuciones de fuer– tes SU1'l;\as de dinero, y ya que menciono a estos im–

parlantes colaboradores, no puedo dejar de mencio– nar a don Marlín Benard, progenitor de distinguida

f~I1a nicaragüense" qUien con una labor eficaz, hi– ja de su en:l:usiasmo de joven, fue, bien puede decir– se, junto con los: otros señores mencionados, el alma del movimiento revolucionario.

En una de esas conferencias, mi :tío Alejandro me recordó, lo que me había dicho en Costa Rica sobre 'que; era mejor conspirar en el interior del país que hacerlo fuera de él, y que si no me parecía así que observara lo que él ya había conseguido, esto es: todas las claves de la Comandancia General con los Comandantes Departamentales, entendimientos con algunos Jefes Polí:ticos o Mayores de Plaza, y además con un armamento en Granada, aunque a decir verdad, más tarde se vió que este armamento no exís:f:ia.·:· . . La conspiracíón siguió su curso y yo me man– :tuve siempre' bien informado de ella hasta que un día .de Febrero se me llamó a Comalapa para que llegara á Granada. . ,

.,Con mi tío, Aleiandro pasé conversando varios

días y me expuso :tódos los trabajos que :tenía y otros que estaban pendientes. Para esperar el re– sultado de esas combinaciones me trasladé una no– che a la casa de Mama Domínga, es decir a la casa de mi Papá, quien se encontraba en ese entonces :!:rabajando en Panamá. Allí encontré a don Fila– deIfo Chamarra, hijo menor del ex-Presidente don Pedro Joaquín Chamarra quien estaba oculto en una pieza donde tenía preparado un buen es– condite, p1;1es ~n ese tiempo las casas principales de Granada nvallZaban en cuanto a cual de ellas tenía

~,escondite mejor preparado y de más fácil acceso, unlca manera de salvarse algunas veces de pasar meses y aun años en la prisión. Allí en la pieza

q~e ocupaba mi :tío Filadelfo se preparó mi aloja– miento y por varios días fuí compañero de hombre tan simpático como era mi tío "Lepo".

Cuando volví donde mi :l:ío Alejandro, que ya tenía en X:1.ano los datos que había estado esperan– do, resolVImos proceder a iniciar la revolución en

~a ci,udad de Granada, para lo cual llamamos a don Anselmo H. Rivas, gran patriota y excelente ciuda– dano, para que fuera a hablar con el Gral. don Joa–

q~ ¿;avala a fin de que aceptara la misión nuestra de Ir luntos') donde don Marcos Urbina a solicitarla la entrega del armamento que había quedado ocul– to en una alacena de la casa solariega de doña Ade– la Chamarra de Zavala y doña Carlotita Chamorro de Costigliolo, casa que por compra pasó a poder de don Marcos Urbina, excelente conservador y de los hombres del Consejo de ese Parlido. El Gral. Zavala aceptó ir en la Comisión con don Anselmo Hilario Rivas, para obtener de don Marcos la entre~ g~ de. }as armas que la Junta de Gobierno que se dlsolvlO en Granada después del triunfo de la con– trarrevolución ~el 11 de Julio de 1893. había dejado ocultas en la cliada casa de la familia Zavala Cha~

morro. Pero el Sr. Urbina aseguró a nuestros comi– sionados que él, antes. de ocupar la casa, la había reconstruído y que podía asegurarles sin temor .al–

guno de equivocarse que allí no había un solo rifle.; Con aquel andar característico de don Anselmo volvió a nu!'lstro escondüe para informarnos del re– sultado de su misión y para darnos la opinión del Gral. Zavala, que consideraba que debíamos de de– sistir del levantamiento en Granada, porque si fraca~

sábamos, las fuerzas del Gobierno del Gral. Zelaya arrasaría el comercio y aun a la ciuc;iad misma. An– tes de que hablara ninguno de los que allí estába– mos le dije a don Anselmo; "El Sr. Zavala no quie~

r~ el movimiento. en Granada para no exponer a la CIudad? Pues, bien dentro de ocho días tendrá el movu:uento en Choniales y las consecuencias serán las mIsmas para Granada y su comercio, no obstan– te la fuerza que le quita a la revolución el que no sea en esta ciudad su iniciación". Todos acogieron con agrado mi promesa y don Anselmo se retiró con su fr~nfa sonri~a!, al mismo tiempo deséandome mu– cho .eX,ito y pldlen.dome que na olvidara que "el PatrlOtismo es la VIrtud mas noble del ciudadano". Ido don Anselmo. quedaron todavía don Alberto Chamarra. Quesada y don Martín Benard, quienes frecuentemente .llegaban a ver a mi :l:ío Alejandro. Uno. y .ofro eran ele;mentos de mucho valor para el :movImiento revoluclonario que con don Martín te– nía; abierlas las cajas de hierro de los capitalistas y con don Alberto además se disponía de un gran im– pulsor, sujeto de muchos recursos intelec:l:uales, y hombre muy desprendido económicamente cuando se. tr~aba de la c~usa de su Partido. Con pena ex– plique a estos amIgos que lo que había dicho a don Anselmo respecto al levantamiento de Chontales era

~ás bien un impz:omptu ~íOI pero que era muy fac– tible poderlo realIzar, segun me había dado cuenta por el estado de ánimo de iodos los chontaleños, pe– ro que para llevarlo a cabo necesitaba que mi :l:ío JUejandro me diera unos treinta rifles que él tenía realmen:l:e en Granada y los cuales mandaría a lle– var con mi hermano Evaristo Enríquez. Recibida la promesa de mi :l:ío Alejandro para que contara con esas armas, quedamos convenidos que a las siete de la noche saldría para Ghontales y efectivamente a

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