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'Vividea, bajo cuya custodia pennanecimos todo el tiempo que estuvimos en El Bluff. Luego fuimos lle– vados a declarar ante un Tribunal que había sido nombrado, y del que fonnaba parie corno Auditor de Guerra el Doctor Belisario Porras, entonces jefe del Pariido Liberal de Panamá, de cuya República fue años después Presidente, y que andaba emigra– do en Nicaragua.

El Doctor Porras en su carácter de Auditor tomó declaración a todos los prisioneros y entiendo que también a la Oficialidad del Tatumbla para conocer de las condiciones en que habíamos sido captura– dos. La imprei;;ión que tuvimos los prisioneros de la actuación del Doctor Porras fue de que procedió con imparcialidad y de que no puso nada de su parle para agravar nuestra situación.

En El Bluff estuvimos prisioneros cerca de mes

y medio, y una noche, tres o cuatro días antes de embarcarnos para el interior, el Capitán Vividea lle– gó al lugar donde donníamos con una lista y una escolta de cuatro soldados, mandó encender las lu– ces y ordenó que todos deberíamos estar listos para salir de sus camarotes en cuanto fuera leído su nom– bre. Dió principio a la lisia llamando a Adolfo Díaz. Al oír el nombre de Adolfo Díaz le dije que el nombre que seguramente quería decir era el de Adolfo Vivas, que era el que tenía causa más grave en su contra porque estaba al servicio del Gobierno cuando secundó el movimiento del General Reyes, mientras que Adolfo Díaz no había cometido ningún a:eto de insurrección, pero el Capitán Vividea sostuvo que era Díaz el nombre y no hubo medio de con– vencerlo de otra cosa. Después de esto no hubo otro incidente, ni objeción, y todos los que fuimos lla– mados 'nos pusimos en fila y enseguida se nos or– denó marchar, en medio de la oscuridad de la no– che, hacia un bosquecito de cocales que, había en tiria hondonada de El Bluff.

Allí nos mandó a fonnar otra vez y nos comu– nicó que nos llevaba a ese sitio para cumplir las ór– dnes que tenía de fusilarnos. No éramos muchos los prisioneros, unos seis o siete, y ya se pueden ima– ginar cómo nos cayeron esas palabras. Todos en– mudecimos y nadie osó responder en ninguna for– ma. Después de fonnar la escolta frente a nosotros y de tenerla lista dió la orden de preparar las annas

y aun;oe apuntarnos, mas al dar la de: Fuego! dijo: "Fuego, péro CQn esta botella de whisky para que la bebamos!"

. A esta' grosería del Capitán Vividea contesiamos corriendd' a cogér la botella, pero el que: anduvo más list6 fue don Adán Cantón, quien no tornaba li– cor, y que sin embargo en esa ocasión se tomó un buen trago, de modo que a nosotros nos parecía que nunca iba a dejar la botella. Después, sin re– prochar la conducta .de Vividea, nos tomamos un trago cada uno y lo abrazamos y nos volvimos to–

dos muy contentos, otra vez a la prisión, conside– rándonos aun corno resucitados.

mna Penitenciada

Tres o cuatro días después de este suceso, nos embarcaron para el interior en el vapor Yulo que debería dejarnos en San Juan del Norie. Algunos de nosotros fuimos engrillados, mas al llegar a bor– do del Yulo el Capitán del barco le dijo al que co– mandaba la escolta que nos conducía que aquel barco era Inglés y que las leyes inglesas no permi– tían prisiorieros engrillados o maniatados a bordo de sus barcos mercantes. Tuvieron, pues, que vol– vernos nuevamente a El Bluff para que has quitaran los l¡1rillos y así, después de hecha esa operación, Volvlmos a embarcarnos sin estropiezo alguno y de– sembarcarnos en San Juan del Norie con toda felici-dad. .

En San Juan del Norie nos hospedamos en una especie de hotelito, regentado por cieria joven que en Matagalpa había sido causa de que un macho chúcaro o cerrero casi terminara con mi vida. Con esta joven tuve muy poca comunicación, se mostra– ba muy seria y sin deseos de hablar, pero en un momento en que .no había genie que pucliera oírla,

me dijo. "De aquí es muy fácil escaparse para Cos– ta Rica, si quieres te preparo la fuga". "Vaya ha– blar con otros compañeros", le dije, y efectivamen– te hablé con Adolfo Díaz, quien me dijo: "No. Yo sigo el viaje a Managua". Eso mismo resolví yo, así es que en otra pequeña oportunidad que tuve de hablar con la joven, le rendí las gracias y no vol– vimos a tocar ese asunto. Creo que ese mismo día o el siguiente salimos para el interior.

Era la primera vez que navegaba por el río San Juan. Sus vegas me parecieron bellísimas, y ví el Castillo que estaba ya por entone e" en un estado de lotal abandono.

Llegados que fuimos a Manag4<1, nos llevaron a la Penitenciaría, donde se distribuyó a los prisio– neros en diversas celdas, habiéndonos tocado a Adol– fo Díaz y a mí la Número 13. Era Comandanie en– tonces de la Penitenciaría el Coronel Narciso RabIe– ta IEl Macho}, hombre muy seco y poco comunica– tivo con los prisioneros, pero más tarde fue suslituí– do ¡por el Coronel David Famas Díaz, quien se mos– traba bastante amable con nosotros y hasta se per– milía bromearnos en algunas, ocasiones. La dura– ción de esta prisión fue de siete meses para Adolfo Díaz y de nueve para mí.

Durante este lapso hubo varios conatos de revo– lución y de conspiraciones fracasadas, y el número de prisioneros políticos aumentaba o se renovaba con frecuencia. En una de tantas llegaron presos mi papá y varias otras personas de León y de Ri– vas. Aquella nueva tanda de prisioneros nos ale– gró: creyendo que se trataba de algo serio, pero se– gún me dijo nü papá el motivo por el cual los pu– sieron presos era porque el General Zelaya estaba ayudando a la revolución liberal levantada contra el gobierno conservador de Colombia, y Zelaya había enviado fuerzas a Panamá, las que habían sido de– rrotadas dos o tres días antes, y por temor a la re– percusión que esta derrota pudiera tener en Nicara– gua. puso presos a sus adversarios. Estos, sin em– bargo, no tardaron mucho tiempo en la cárcel, y cuando salieron ellos, salimos también nosotros. El día que salí libre de la Penitenciaría me sen–

muy extra.ño en Managua y al principio encontré difícil el amoldar mi vida a las nuevas circunstan– cias¡ pero después de unos pocos días ya todo lo en– contraba normal y en:l:onces pensé en reanudar la vida que llevaba cuando me habian expulsado del país.

!!',állst,ania l&BlIl'!q1!l!ere

Por ese entonces estaba muy prOXlmo a casar– me con una señorita de la sociedad de Granada, aunque, cosas de la juventud, tenía intereses senti~

mentales con algunas airas jóvenes en otras ciuda– des del país. Al llegar a Granada, mi tío don Pe– dro José Chamarra, que parecía ser el encargado de mi novia, medio en serio y medio en broma, me preguntó si llegaba para casarme, y yo le contesté que andaba viéndola de nuevo para convencenne si me hacía la misma impresión de antes.

No recuerdo si fue esa misma noche, o unos dos días después de mi llegada a Granada y de mi conversación con mi tío Pedro José, que salí con la referida señorita y Angélica Lacayo, íntima amiga de ella, a tornar "chicha" a la chichería de Jalteva, propiedad del Cabo Luis Salguera, la cual estaba muy en moda en ese tiempo., Estando en ese lugar con nuestras bebidas servidas ya, entró Maximilia– no Enríquez con unas tres jóvenes más. En el acto las reconocí y me dí cuenta que una de las acom– pañantes era la joven Lastenia Enríquez, que era también una de mis pretendidas, a que me he refe– rido anteriormente. En esta ocasión la ví bastante cambiada, y no me causó mucha impresión, por lo que no me moví de donde estaba sentado, mientras ellas se acomodaban en aira mesa. De allí se levan– tó Maximiliano y se dirigió a mis compañeras y a

para saludarnos y decirnos que habla llegado a Granada con sus hennanas Flora y Lastenia y su pri– ma Josefina. Entonces me levanté yo y me fuí con Max ~ saludarlas, quedándome un cario rafo a pla-

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