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zas de Zelaya, que saquearon la propiedad y recon– centraron a la familia con todo y el servicio, a Ri– vas-, nos estábamos bañando en el río, cuando lle– gó en carrera uno de los sirvientes del señor Maren– ca a parlicipamos que las fuerzas del general Fran– cisco V. Uriarle, "Barlolito", compuesta de 200 hom– bres acababa de llegar. Nosotros tendríamos unos sesenta hombres. Inmediafamente pedí a todos los cOlnpañeros de baño que nos fuéramos como está– bamos al campamento, y a medio vestir llegamos donde estaba el grueso de nuestra fuerza.

Al darles la noticia y las primeras órdenes de defensa, los Coroneles don Dionisia Monterrey y don José León Talavera, que monfaban dos potros pre– ciosos corrieron a ensillarlos, pero yo les ordené sus– pender la preparación de las bestias, a lo que ellos inmediatamente obedecieron. Yo les expliqué que esa orden se las daba para evitar que la tropa se de– salentara y que viera que jefes y oficiales estába– mos dispuestos a correr la misma suerle que ellos. En ese campamento teníamos dos cornetas, a quie– nes les dí instrucciones para que al abrirse el fuego ellos corrieran para un lado y para otro en distintas direcciones tocando: Fuegol y Carga a la bayonetal, para infundir temor a los atacantes y que considera– ran que al tocar muchos cornetas era porque tenía– mos muchas tropas.

El enemigo no tardó mucho en presentar su afa– que y tan pronto como principió el fuego, principia– ron los cornetas a funcionar, lo que dió muy buen resulfado, porque al sonar por varias parles creyeron que yo tenía más gente que ellos y que no serían suficientes los 200 hombres que habían enviado pa– ra desalojamos y se retiraron dejando unos 2 muer– tos. Hasta nosotros mismos nos entusiasmamos con el toque de los cornetas.

Hago mención de este encuentro porque le he dado mucha imporlancia al hecho de no haber per– mitido a mis amigos Monterrey y Talavera prepa– rar sus bestias al principiar el fuego, y creo firme– mente que el coraJe que mis soldados mostraron en ese pequeño encuentro, se debió a que ellos vieron que todos nosotros estábamos también con el arma al brazo peleand.o junto con ellos.

No quedó en aquellos lugares una sola al:ma que pudiera ir él. dar cuenta a la autoridad que nos habían visto y por consiguiente éramos más dueños de ese territorio ahora que antes de la escaramuza. En cúa~to'a nuestra ¡¡¡limentación nuestra proveedo– ra, doñ¡¡, Carmela Chamarra de Cuadra, tenía a un

señor 'Romero con quien nos manfenía proveídos pues élla conocía perfecfamente bien todos nuestros movimientos y sabía donde mandar a buscarnos.

Después del combate con Uriarfe nos fuimos al "Pital", propiedad de don José María Zavala, pero resulfó que cuatro días después de estar allí se pre– sentó el enemigo, sin darnos cuenta por quien era comandando, ni en qué número, pero el hecho es que teníamos dominadas á las fuerzas del Gobierno que no resistían mantener un fuego por más de un cuarlo de hora.

Resolvimos no perder tiempo en abandonar ese lugar y salimos a la ventura, puede decirse, buscan– do un lugar más solitario. Efectivamente encontra– mos un punto en que había platanales cerca y allí decidimos quedarnos. Una carga de dulce era por entonces, toda nuestra provisión, así es que nos vi– mos obligados a permanecer durante nueve días a sólo agua, plátanos y dulce. Esos nueve días los pasamos sin incidente algUnO.

Después de nueve días de estar en ese lugar donde sólo dulce panela y plátanos comíamos, tuvi– mos informes de que las fuerzas que andaban en nuestra persecución habian sido reconcentradas a la ciudad de Granada y esta, fue la ocasión que con– sideramos propicia para cruzarnos a otro lugar en donde pudiéramos pasarl" en mejores condiciones que en esa quebrada en que estábamos, y nos fui– mos a un punto que qued,a entre la jurisdicción dé Nandaime y Diriomo, que creo se llamaba "Loma Larga".

Regll'eSO a Cosla Rica

El objeto de esta nueva retirada era esperar el resulfado que tuvieran las pláticas sobre el restable– cimiento de la paz entre Nicaragua y Costa Rica que se discutía en El Salvador donde el Presidente Re– galado hacía de mediador. En Costa Rica, según sabíamos todos hablaban públicamente de que si ha– bía una ruptura de las pl~ticas, entonces vendría la guerra entre ambos países y que la emigración ni– caragÜense sería armada por el Presidente Iglesias. Por eso decidí salir del país con mi grupo de gente armada, y preferí mantenerme con ellos has– ta no ver definitivamente lo que resuliaba de todos aquellos rumores. El final, como todos saben, fue que la paz se firmó, por lo que nosotros, tres o cua– tro días después, abandonamos Nicaragua para in– gresar a Costa Rica y unirnos al grueso de la emi– gración y ponernos a las órdenes del Docfor don Adán Cárdenas, entonces único jefe reconocido del Conservatismo y a quien todos respetábamos. En esta cruzada liberlaria, que se conoce gene– ral:mente como la Revolución del Mombacho, sobre– salieron elementos de Nandaime que se distinguie– ron por su valor y disciplina, así como por su resis– tencia física en las jornadas, que ya fuera de día o de noche, hacíamos constantemente. En esta mis– ma ocasión a que me refiero se distinguió la Mujer de Nandaime representada en doña Jacinta Navarro, la que no dejó pasar un día sin darnos informes so– bre los movimientos de las fuerzas de la DiC±adura, ni sin mandarnos algunas provisiones, ella, a la ca– beza de muchas otras amigas de Nandaime.

El entusiasmo de las familias Talavera, Rueda, Monterrey, Noguera, y la de "la Nazaria" -como era conocida aquella otra valiente mujer del pue– blo- era comentadísimo, y la fuente donde el jefe expedicionario templaba su espíritu. Toda esa zona bullía de entusiasmo, por todas parles se encontra– ban simpatizantes. Como en Pueblo Nuevo y Belén donde hasta los perros aullaban de modo peculiar, como para que sus aullidos no denunciaran la pre– sencia de revolucionarios. En cuántos conflictos me pusieron los perros de otros lugares que con sus ino– portunos ladridos y aullidos me hacían pasar sustos y l';ludar helado cuando iba en cumplimiento de al· guna imporlante misión secreta, pero no así en Be– lén y Pueblo Nuevo, donde la vigilancia perruna ja– más me detuvo en el cumplimiento de mi obliga– ción.

Después de mi ingreso a Costa Rica a donde llegué con una docena de mis compañeros, los más escogidos entre mi gente por su valor y buen com– portamiento, pasé a Punta Arenas a visitar a algu– nos deudos m~os csmo don Pedro Joaquín y don Pedro José Chamarra, -a quienes ya encontré es– fablecidos con negocios de destace de ganado-, y a viejos nicaragÜenses amigos como los Dodores Quesada, Barberena y Montiel, así como a don Juan de Dios Mafus.

En Turrialba

Después de permanecer unos días en Puntare– nas pasé a Turrialba, donde en sociedad con don Adolfo Díaz establecí una siembra de tabaco en te– rrenos de don José Bonilla, persona de familia dis– finguida de Carlago, cuyos miembros son amigos y familiares de la familia Díaz.

Me trasladé, pues, como digo, a Turrialba lle– vándome algunos de mis compañeros de armas que, fodavía no habían encontrado frabajo, para con ellos limpiar el terreno de la siembra.

Cuando princiJ?iamos a trabajar observé que lo que cada uno haCIa al día no era ni la mitad de una tarea, y que sólo se dedicaban a dorrnir y a comer, por lo que. pronto me di cuenta de que aque– lla clase de trabajadores no me convenía, más para poderlos retirar fen:ía que usar de algun¡¡¡ forma con la que ellos no se sinfieran molestos, enfonces dec;i– dí ejercitarme en el trabajo a machete y por varios días estuve haciéndolo. Las manos se me amPQlla. ron al principio, pero poco a poco se fuElron, en– durec;iendo igual que a cualquier peón del c¡sJinPO,

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