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« Previous Page Table of Contents Next Page »'del "Papagayo" y como a media noche, sentimos una fuerte sacudida, tan violenta que a algunos de los pasajeros nos sacó fuera de los camarotes donde estábamos acostados. Mi tío Alejandro me dijo en– tonces: "Toma tu revólver, vamos a ver al Capitán". Al cruzar para la Capitanía, por donde quiera oía– mos los gritos: "El barco se hunde, el barco se hun– de'" Cuando llegamos frente al Capitán encontra– mOS a éste sentado en acti±ud abatida, con la cabe– za entre las manos y repitiendo frecuentemente co–
mo awómata: "Oh, el barco se hunde; oh, el barco se hunde". En vista de esa inacción para dirigir el salvamento, mi tío increpó al Capitán para que hi–
ciera algo, siquiera fuera ordenar que se bajaran las lanchas salvavidas. Con esta llamada de aten– ción, el Capitán reaccionó, se incorporó y comenzó a dar sus órdenes para que se bajaran las lanchas y a suplicar a los pasajeros que tuvieran calma y esperaran la desocupación que comenzaría inmedia– tamente.
Mientras tanto, las bombas de achicar se po– nían en función, haciéndose todo con pronlliud in– creíble. Los pasajeros tratábamos de avistar la cos– ta, aún en medio de la oscuridad de la noche, con– siderando la posibilidad de llegar a ella al nado. Quizás después de más de una hora de achicar y de que el barco brincaba ya entre las rocas, el Ca– pitán, más tranquilo, nos explicaba que ese barco estaba construído conforme a las técnicas modernas, es decir, en compartimientos independientes los unos de los otros, y que el "Banda" tenía seis, de los cua– les sólo dos se hallaban haciendo agua, por lo que las bombas succionadoras podían poner a flote la nave mientras llegaba la marea alfa a libertarla del co– rral de piedras en que estaba aprisionado, como efectivamente sucedió a las seis de la mañana, hora en que continuamos el viaje, .. aunque lentamente, has– ta llegar a Puntarenas. "Qué alegre es renacer", de– cíamos todos después de semejante percance.
El Presidente Iglesias
En Puntarenas nos dedicamos a visitar a los ni– caragüenses emigrados y residentes. Después de estar varios días en este pintoresco y arenoso puer– to, pasamos a San José, Capital de la República de ,Costa Rica, que en ese entonces estaba gobernada por el Presidente don Rafael Iglesias, hombre de grandes energías y de fuerte voluntad, que contaba con numerosos amigos, no sólo entre sus partida– rios sino también en la oposición, por las reformas económicas oportunas que estaba introduciendo en su país.
El PresidenÍe Iglesias no simpatizaba con la Dic– tadura de José Santos Zelaya en Nicaragua, por lo que nos fue fácil acercarnos a él y obÍener su pro– mesa de ayuda para promover un movimiento serio para derrocarla.
En la emigración de Nicaragua se encontraban varios elemenÍos de importancia, que anÍes que nos– otros fuéramos expulsados de nuestra Patria, habían estado trabajando allá de acuerdo con nosotros en Nicaragua, pero al llegar a reunirnos con ellos, como era natural, cambió la dirección de los problemas políticos y revolucionarios. Aparentemente, hubo conformidad en Íodos, pero la realidad era distinta. El grupo encabezado por don Manuel Calderón y su hermano Pedro continuó con sus trabajos subte– rráneos, ocul±ándosenos, a fin de que el pueblo con– servador no se diera cuenta de que no trabajábamos de común acuerdo. No se descubrió tal Írama sino hasta el 17 de septiembre de 1897, día en que fra– casó el movimiento general que ellos habían dado orden de verificar aquí en Nicaragua.
En tal fecha, el asalto de varias plazas depar– tamentales por el Partido Conservador fue ordena– do, habiendo sido tomada solamente la plaza de Ji– nOÍepe por el general Antonio Reyes. La de Grana– da: fue atacada, acto que llevó a efecto un grupo de conservadores, pero el ataque fue rechazado. En la plaza de Managua, que no fue atacada, se reunió 'un buen número de conservadores para reforzar a 'los de Jinotepe y hacer fuerte el movimiento en
aquella ciudad, pero habiendo marchado allá la en– contraron desocupada, disponiendo enÍonces todos emigrar a Costa Rica con, el doctor don Adán Cárde– nas, Jefe entonces del Partido Conservador.
Cuando los Calderón:' tuvieron conocimiento del fracaso en Nicaragua, y que el armamento que ha– bían enviado a las cosias del Pacífico para ser em– puñado por la R"evolucióri estaba a punto de perder– se, dispusieron poner al corriente de todo a don Ale– jandro Chamorro, quien inmediatamente dió sus ór– denes para que fueran a enconÍrar a "La Cruz" al Dr. Cárdenas y demás compañeros, y también mandó a recibir dichas armas a un punto de la costa del mar. Se dieron, pues, :l:odos los pasos necesarios para sal– var del fracaso dicho movimiento, mas ya era :l:arde, porque al conocer la salida de Nicaragua del doctor don Adán Cárdenas, casi todo el conserva:l:ismo de este país emigró en masa para Costa Rica.
El Dodor Adán Cárdenas y la emigración
He hecho mención del doctor don Adán Cárde– nas y no quiero pasar acle~ante sin dedicarle un re– cuerdo. El doctor Cárdenas fue uno de los hombres más sobresalientes del país y muy apreciado por sus conciudadanos. Como médico fue eminente; corno ciudadano fue ejemplar; como político, sagaz y sin– cero; y como hombre, fue persona de claro talento y corazón generoso. Siempre he agradecido la amistad que me dispensó, amisÍad que ha sobrevivi– do en la de sus hijos a quienes conservo invariable afecÍo.
La nobleza que en esta ocasión demostraron los Chamorros que eSÍaban en Costa Rica fue muy dig– na de encomio, porque sin ninguna reconvención a los señores Calderón se pusieron a las órdenes de éstos. Pero, como dije antes, se había perdido la oportunidad. El barco esperado llegó a la costa, y al no enconÍrar a nadie, se regresó a Panamá con todo y armas. "
Al doctor Cárdenas y demás acompañantes, -que pasaban de doscien:l:os- los fuimos a encon– Írar a "La Cruz", vendó conmigo el general Luis Mena, lleyándoles provisiones de boca y vestuarios. En "La Cruz" estaban, en primer término, el doctor Cárdenas y su hijo Miguel; don Juan José Zavala, hi– jo del ex-Presidente general Joaquín Zavala, y padre del joven don Joaquín Zavala Urtecho; don Pedro Hurtado y sus hijos Emilio, Félix Antonio, Pedro, Francisco y Alejandro, -don Pedro había emigra– do hasia con sus hijas mujeres-; el general José María Cuarezma¡ el general Ramón Fiallos; el pro– fesor de maÍemáticas don José Trinidad Cajina; don Salvador Lezama; don Carmen Díaz, Hipólilo, Ma– nuel y Agustín Torres; don Eduardo Santos; don Eduardo Doña; don Esteban Escobar; don Juan de Dios Maius; don Toribio Fonseca y cien más que aho– ra se me escapan de la memoria. Entre los acom– pañantes del doctor Cárdenas tuvimos que lamentar la pérdida del Coronel Cesáreo Guillén, padre del general Gerardo Guillén y de la señorita Saturnina Guillén, la que, como su padre y hermano, fue un elemento valioso del Partido Conservador. El Coro– nel Guillén murió de una congestión.
De "La Cruz" continuamos el viaje hasia Libe– ria bajo un tiempo inclemente de lluvias, pues era la época del "cordonazo de San Francisco", tiempo durante el cual estuvimos haciendo evoluciones yen– do y viniendo enÍre "La Cruz" y oíros lugares.
Con Luis Mena
En un viaje que con el general Luis Mena hice a "La Cruz" ¡ nos encontramos el río de "Los Ahoga– dos", -río de bastante declive--, grandemente creci– do, a tal punto que ni los habitantes de los alrede– dores, ni las bestias, ni ganados, se atrevían a cru– zarlo. Muchas personas nos hacían la advertencia de que no nos atreviéramos a pasarlo porque era peligroso que nos arrastrara, pero no obstante esas advertencias, nos resolviInos a cruzarlo el general Mena y yo, confiados en que nuesÍras besHas eran grandes y fuerles. En efedo, vimos confirmada nuestra confianza en las cabalgaduras. al encontrar·
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